XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 11, 25-30: ¿Qué no vino Cristo a librarnos de leyes y decretos opresores?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Estamos comenzando el período vacacional y nos disponemos al descanso, a restablecer fuerzas y a hacer planes para otras conquistas. Es en esta coyuntura cuando nos vamos a encontrar hoy con una palabra  que es como un vientecillo fresco y reconfortante en medio del calor estival. En el texto que nos sale al encuentro, (Mt 11), Jesús hace tres grandes afirmaciones según lo iremos viendo. 

Primera: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielos y tierra… el Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”.  Es un momento de euforia el que Cristo está viviendo, muy comprensible, porque las cosas no iban muy bien con su misión. Ciertamente los hombres lo buscaban, pero muchas veces querían su propio bien, su salud, su interés y no tanto el mensaje de Cristo, su misión y su persona. Por eso Cristo encuentra acomodo y fuerza en su Padre para continuar con mayor ahínco la misión de hacer suyas a todas las gentes. Y esta es la revelación de Cristo: llamar Padre a Dios, cosa inaudita, pues nadie y ninguna institución en Israel se atrevió a llamarlo  Papá, Papacito, Papito, sino sólo él. Ninguna otra razón encontraron sus enemigos para matarlo, sino ésta, precisamente, de llamarse Hijo de Dios. Para nosotros también es importante la afirmación, pues si Cristo es el Hijo, nosotros que nos hemos asociado a él, también somos hijos en el Hijo, y por lo tanto herederos de su gloria y de su Reino.  

Segunda: “Gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendido y las has revelado a la gente sencilla. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien”. debemos entender que la gente en tiempos de Cristo estaba derrengada, oprimida,  deshonrada y envilecida por motivos religiosos y por gentes que se hacían pasar como los que sabían y entendían de las leyes divinas, lo que era cierto, pero que habían olvidado el amor, el cuidado y la justicia que Dios pedía para todas las gentes. Recordemos  que a la primitiva Ley de Dios, los hombres, repito, los hombres, no Dios, fueron agregando tantas prescripciones que se hacía verdaderamente imposible acercarse a Dios y sentirlo como cercano al corazón. Se llegaron a mencionar hasta 613 preceptos para ser  un buen judío, de los cuales había 365 prohibiciones (como los días del año) y 248 mandamientos positivos (como las partes del cuerpo humano según la medicina de ese tiempo). Por eso la religión llegó a ser cosa de abogados, teólogos, laicos cultos y pudientes, los doctores de la ley, los escribas, fariseos y saduceos. la gente sencilla se apenaba de no saber cómo dirigirse a Dios, además de que lo que conocían de la Biblia estaba en hebreo y ellos hablaban arameo,  situación parecida a lo que ocurrió con los cristianos cuando tenían sus propias lenguas y la Iglesia estuvo aferrada por muchos siglos a seguir utilizando el latín para sus celebraciones litúrgicas. Pero además de todo, esas gentes,  cultas  a su modo, despreciaban y vilipendiaban a los campesinos, a los artesanos, a la gente sencilla, por su incultura. Cristo fue muy duro con los fariseos: “Ustedes echan pesadas cargas sobre los demás, pero ustedes mismos no las quieren mover ni siquiera con un solo dedo”.  Ya ven entonces mis lectores, porqué Cristo da gracias al Padre por revelar sus misterios, sus dones y su amor  a los sencillos, a los pequeños, a los que tienen su confianza puesta en Dios.  

Tercera: Pero si Dios se ha complacido en atender a los más pequeños y a los más desprotegidos del Reino, Cristo tiene para ellos una sorpresa, una consolación y una nueva forma de vida: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”.  ¿No es conmovedor así de entrada el mensaje de Jesús?  Habría que leer y meditar mil veces  cada palabra porque son   un tesoro para el alma, un bálsamo para las heridas y un descanso formidable para todos los que vamos batallando en la vida.  

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados… yo les daré alivio”.  Qué distinto es este autorretrato de Cristo comparado con el temor que nos han generado de acercarnos a Dios como ser de mal genio e inventor de castigos para las más pequeñas faltas.  Es una invitación de Cristo a descansar, a encontrar alivio, acogida, serenidad, paz, consuelo, perdón, alegría, verdadero regocijo para poder hacer lo mismo con los que nos rodean, los que ya han perdido toda esperanza, los que no esperan nada de la vida. Hay descanso en el corazón de Jesús.  

Tomen mi yugo sobre ustedes… mi yugo es suave y mi carga es ligera…” el yugo es propio de los animales de carga, los bueyes, las mulas, para poder jalar el arado y roturar la tierra, pero en labios de Cristo es una promesa de jalar con nosotros, de meternos el hombro, de caminar al parejo que nosotros.  Los estadistas, los que gobiernan los pueblos y las instituciones, lo hacen desde arriba, desde su pedestal, desde su palacio, donde los han encumbrado las mismas gentes, pero sin entremezclarse nunca más con ellos, sin participar de sus pobrezas y sus sinsabores, protegidos hasta las cachas por incontables guardias, mientras los ciudadanos tienen que enfrentarse a la violencia, a los asaltos, a los secuestros, al robo y a la violación. Cristo quiere caminar con nosotros, ir a nuestro paso, cargando su cruz y ayudando con la nuestra hasta llevarnos al fin del camino y dejarnos a las puertas de la casa del Buen Padre Dios.  

Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso…” Ésta es la imagen que Cristo quería tener de sí mismo. No cuadraba su mensaje y su persona con las expectativas de su tiempo que esperaban a un gran guerrero, a un gran general, a un gran sacerdote o a  un gobernante excelso. Cristo congeniaba más con la humildad, la sencillez y la mansedumbre predicada por el Profeta Zacarías: “Alégrate… da gritos de júbilo… mira  a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito…romperá el arco del guerrero y anunciará la paz a las naciones”.  

Ese es el Cristo que necesitamos y que nos ha liberado para siempre. Que no se nos ocurra entonces inventarnos nuevas preocupaciones, enredos y leyes, más bien conformarnos al Cristo que dijo: “Ámense como yo les he amado a ustedes”.