Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Mateo 16, 13-19: ¿A Cristo le gustaban las encuestas y estadísticas sobre su popularidad?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Una de las pocas ocasiones en que Cristo salió del territorio de Israel, fue para poder estar a solas con sus apóstoles, esas gentes admirables que él escogió para instruirlos y enviarlos en su nombre, proclamando las maravillas de un Dios que vive y que vive para los suyos porque los ama entrañablemente. Fuera pues de Israel, en la ciudad de Cesarea de Filipo, aprovecha la oportunidad para hacer una encuesta de opinión entre los suyos. Sin dar oportunidad a reponerse del camino, Cristo abrió el interrogatorio con una pregunta dirigida a todos, sabiendo que ellos se entremezclaban entre la gente y muchas veces los habrían oído: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”, era una pregunta directa, de la cuál Cristo esperaba sacar en claro lo que las gentes opinaban de él.  Y la respuesta, considerada desde el punto de vista humano, fue que las gentes lo consideraban un gran profeta, a manera de los antiguos, que fincaban una fe inspirada en la Ley de sus antiguos Padres y en Moisés. Uno más. Sencillamente uno más. Alguien que habia suscitado el interés de las gentes, uno de los profetas que las gentes esperaban, que no lograría romper la dura coraza de las tradiciones y creencias más o menos populares, manteniéndose  en el más estricto ámbito de la religión judía: “Unos dices que eres Juan Bautista, otros que Elías; otros que  Jeremías o alguno de los profetas”.  Nada nuevo, en una palabra, un hombre admirado, buscado, incluso asediado en algunos momentos de su vida, queriendo aprovecharse de su bondad para conseguir sus propios intereses, una curación o un poco de alimento para sus estómagos ya que el trabajo escaseaba en esos tiempos.  

Pero Jesús ya los había sacado de su tierra, de sus tradiciones, de sus costumbres, incluso de sus propias familias, porque quería enseñarles algo nuevo. Realmente su primera pregunta sólo abría boca para una segunda e importante pregunta, también dirigida a todos ellos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro con su carácter impetuoso, fogoso, irreflexivo en más de una ocasión, pero lleno de un gran amor e inspirado indudablemente por el Padre de todas las luces, consiguió arrancarle a Cristo una merecida aprobación por su afirmación: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Esta sí que era una buena respuesta, la respuesta que Jesús esperaba de los suyos, y que mostraba una propuesta absolutamente nueva de vida, fincada ya no en costumbres, en palabras ajenas, sino en él mismo, Hijo del Dios vivo y del Dios que da la vida. Tan le gustó a Cristo la respuesta de Pedro, que a continuación le promete tres cosas, lo primero, concederle la primacía entre el colegio de los doce que él mismo había elegido, “Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pero también le da poderes para que lleve adelante su nueva barca, delicadamente, pero con firmeza, con respeto a todos los hombres, pero sin poder callar su mensaje, llevándolo hasta los últimos rincones de la tierra: “Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”. Y finalmente, la capacidad de admitir  cada día de la vida y en todos los tiempos a nuevos miembros en su Iglesia, abriéndolos a la gracia, a la bondad, a la misericordia, al perdón y a la salvación de todos los hombres que aceptaran el Mensaje Salvador: “Yo te daré las llaves del Reino de los cielos: y todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará atado en el cielo”.  

Todo esto nos lleva a considerar que hoy domingo, celebramos en toda la Iglesia a dos columnas de la Iglesia, los Apóstoles Pedro y Pablo, que tuvieron una importancia decisiva en el crecimiento de la Iglesia que nació para dar conocer el Reino de Dios, y que por esas cosas que sólo Cristo pudo determinar, nos parecerían los menos indicados para conducir a la Iglesia por los mares agitados de la vida, pues Pedro, con todo el cariño y el amor que le manifestó a Cristo, a pesar de su impulsividad, se tomó la libertad de negar a su Maestro cuando éste más lo necesitaba; y Pablo, un hombre corto de palabra y con una figura insignificante, que en sus primeros tiempos se dedicó, como enemigo de Cristo, a intentar borrar su nombre de sobre la tierra. Pero Cristo sabía lo que hacía, y con  esos dos pilares sólidos y firmes, supo fincar su Iglesia sobre la tierra. 

Pero no puedo pasar por alto que este año tiene algo especial, pues Benedicto XVI ha pensado acertadamente declarar este año, del 28 del presente al 29 de junio del 2009 el año Jubilar de San Pablo, con ocasión del bimilenario de su nacimiento  que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C.  

El Papa tiene la mirada puesta en el tiempo actual, tiempo de persecución, pero él sabe que Cristo está llamando fuertemente para conseguirse seguidores intrépidos como el Apóstol San Pablo. Así se expresa el Papa: “Queridos hermanos y hermanas, como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo; por él sufrió y murió. ¡Qué actual es su ejemplo!”.  

¿Cómo celebrar tal acontecimiento? También aquí dejamos que el Papa nos lo diga: “Por consiguiente, en la basílica (papal (San Pablo extramuros), en Roma y en la abadía benedictina contigua podrán tener lugar una serie de acontecimientos litúrgicos, culturales y ecuménicos, así como varias iniciativas pastorales y sociales, todas inspiradas en la espiritualidad paulina. Además, se podrá dedicar atención especial a las peregrinaciones que, desde varias partes, quieran acudir de forma penitencial a la tumba del Apóstol para encontrar beneficio espiritual”.

“Asimismo, se promoverán congresos de estudio y publicaciones especiales sobre textos paulinos, para dar a conocer cada vez mejor la inmensa riqueza de la enseñanza contenida en ellos, verdadero patrimonio de la humanidad redimida por Cristo. Además, en todas las partes del mundo se podrán realizar iniciativas análogas en las diócesis, en los santuarios y en los lugares de culto, por obra de instituciones religiosas, de estudio o de ayuda que llevan el nombre de san Pablo o que se inspiran en su figura y en su enseñanza”.

Preparémonos, pues a vivir desde nuestra propia situación el año Paulino, contemplado como una oportunidad para conocer, estudiar y entusiasmarnos por el Apóstol de los gentiles, que logró decir al final de su vida: “Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien el combate, he corrido hasta la meta y he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el justo juez, me premiará en aquél día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.