II Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 3, 1-12: Caminos eternos, caminos de vida y esperanza

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

        Los romanos fueron buenos constructores de caminos. Su poderío y su imperio de extendieron a lo largo y a lo ancho de las costas del mar Mediterráneo y hasta el Medio Oriente. Fueron muy ingeniosos, desplegaron un gran imperio, y su poderío se debió en gran parte a sus caminos. Por ellos podían desplazarse con  toda rapidez para tener el control sobre las naciones conquistadas y para sofocar cualquier insurrección en cualquier lugar del imperio.

        Cuando se llega a Roma, la impresión es magnifica, cuando puedes caminar por carreteras construidas mucho tiempo antes de la venida de Cristo. Qué diferencia con los caminos y las carreteras construidas en México. No resisten el embate de cada temporada de lluvias y  nuestras calles y nuestros caminos son insuficientes para tantos baches.

        Por eso cuando Juan el Bautista aparece con su figura estrafalaria y su alimentación fuera de lo común, lo primero que hace para preparar el camino al Salvador, es recomendar a los hombres que abran caminos. Caminos entre los hombres, y un camino recto, ancho y nivelado, para que la Gracia del Señor  Jesús pueda llegar en óptimas condiciones a cada uno de los hombres.

        Caminos. Es lo que hoy nos hace falta. Caminos entre las naciones, entre los pueblos y entre los individuos. Caminos en las familias, tirando abajo los montes del orgullo, de la vanidad, de la competencia y elevando los lugares tortuosos, oscuros, escondidos, para darle paso al Salvador. Caminos entre los esposos, cuando tienen que trabajar los dos y hay incomunicación porque los horarios de trabajo no coinciden, las tentaciones se sienten fuertes para unos y para otros, cuando se esta a punto de zozobrar e irse al divorcio. Caminos, caminos para el amor, la convivencia y la esperanza.

        Caminos entre los novios, también ellos necesitan caminos, no para abrirse paso por los tortuosos caminos de la pasión, del desenfreno, de una sexualidad que pide cada vez más y cuando se ve saciada, engendra no cariño, amor y vida, sino tristeza, vergüenza y muerte. Y cuando la vida esta llamando a la puerta, cuando ya se siente la criatura en el seno materno, aunque el novio no de señales de vida, porque sus promesas de amor y de matrimonio fueron puro cuento, caminos, caminos para la vida nueva, para esa vida que pide con gritos que se le deje vivir, que le deje ver la luz y los colores y el rostro de la propia madre.

        Caminos entre las generaciones, para no echarse en cara la incomprensión, la dureza del corazón y la propia manera de ver las cosas y el mundo, sino la apertura, el enriquecimiento mutuo, pues todos tenemos que dar algo a los demás, y los demás pueden ser engrandecidos sabiendo disfrutar de la riqueza que el conocimiento y la vida van dando a los hombres para hacer más viable el camino hacia la felicidad y hacia el Señor.

        Caminos, caminos, entre los hombres, para que no estemos muy seguros de nuestra superioridad por razones del color de la piel, o del color de, los billetes en el bolsillo o por el tamaño de las propiedades que pudieran haber llegado a las propias manos, para darnos cuenta de que bajo la piel, o el billete o la propiedad, somos hijos de Dios, en camino hacia el buen Padre Dios.

        Caminos, caminos, los cristianos tendríamos que ser grandes constructores, para que todos los hombres pudieran acercarse al Salvador. Ciertamente cuando hay sinceridad en el corazón, cuando se procede según la propia conciencia y según los mandamientos del Señor, la salvación viene al encuentro del hombre, por caminos que sólo Dios conoce, pero qué mérito del hombre dispone el camino, el corazón de hombre, cuando se le anuncia la salvación que Dios nos da en Cristo Jesús. Este tendrá que ser el papel de los cristianos, si hemos de hacer  caso a San Juan Bautista, que tuvo como cometido anunciar a los hombres la presencia entre ellos del Salvador del mundo.

        Y vaya que lo hizo con valentía, con una profunda valentía, como los romanos, cuando no se arredraban al tener  que derrocar montañas enteras para abrir sus caminos, o cuando construían puentes elevados, para permitir el paso de los hombres, de los caballos y el material de guerra. Así, San Juan Bautista, gritaba a cada uno sus verdades, en su propia cara, verdades dolorosas, y aceptaban y bajaban la cabeza, y reconocían sus pecados y se hacían bautizar.

        Aceptaban porque el hombre que les gritaba sus verdades, vivía en carne propia lo que estaba anunciando. Si pedía pobreza, es porque él vivía en total y absoluta pobreza y desprendimiento. Si pedía vivir alejado del pecado, él se había retirado al desierto para templar su voluntad, y reducirla hasta hacerla en todo complaciente a la voluntad del Buen Padre Dios. Y si pedía austeridad y compartir la propia vida, lo hizo viviendo en una forma que hoy nos escandalizaría, y supo morir víctima de la maldad del hombre, pero como un héroe por no callar su voz ante el poderoso que vivía de manera disoluta. Es lo que falta a los cristianos, a nosotros sacerdotes, a nuestros obispos, para hacer que el mensaje sea creído, tendríamos que despojarnos de nuestros títulos, de nuestras posesiones, para hacer creíble el mensaje que anunciamos. Pero no solo a los curas y a las monjas nos esta pidiendo en el mundo un testimonio auténtico de la modestia, de pobreza, de esperanza, sino a todos los cristianos, a los que hemos recibido el bautismo. A todos, Dios nos llama para ser los nuevos misioneros de su amor y de la esperanza en un Dios que aunque por momentos nos puede parecer alejado de los problemas de los hombres, de sus necesidades, de sus angustias, de ver que triunfan los malos, los que secuestran, los que roban, los que asesinan, no se desentiende de nadie y a cada uno dará según sus propias obras.