II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Juan 1:35-42: En los brazos de Cristo cabían hasta los pecadores

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Apenas terminandita la temporada de Navidad y Epifanía, hoy, San Marcos, que nos acompañará durante todo este año, nos presenta a Cristo radiante, luminoso, lleno de vida, inaugurando su ministerio publico, dejadas ya las callecillas de Nazaret, y comenzando a buscar afanosamente a quienes serían sus compañeros de aventuras, un grupo de amigos en quién confiar y a quién instruir en los misterios del Reino en el camino de salvación de todos los hombres. Y a eso contribuyó Juan Bautista, el Gran Juan Bautista, cuando poco después de haber bautizado a Cristo, y viéndolo pasar, lo señaló delante de sus propios discípulos: “Éste es el Cordero de Dios”. Con este gesto, él se desprendía incluso de sus propios discípulos para que los ojos de éstos estuvieran desde entonces en la figura de Cristo Jesús. Y su acción, poco antes de su propia  muerte, hizo efecto, pues varios de sus discípulos tomaron el camino para seguir a Cristo. En efecto, dos de ellos iban siguiendo en silencio de Jesús. Éste se dio cuenta, volviéndose hacia ellos, les preguntó: “¿Qué buscan?”. Muchas veces en nuestra vida parece que Jesús nos ignora y no atiende a nuestros ruegos, hasta damos la impresión de que ya no existiéramos para él, pero lejos de eso, va siguiendo nuestros pasos y nuestro caminar. Aquellos muchachos, porque supongo que eran jóvenes, como queriendo entrar en conversación, le preguntaron: “¿Dónde vives, Maestro?”. Cristo que ni casa propia tendría, aceptó el reto de los jóvenes y por toda respuesta los invitó a seguirle: “Vengan a ver”. 

¿Qué verían ese día? ¿Qué les mostraría Jesús? Ciertamente no les mostró su plan de trabajo, con objetivo, metas, estrategias y políticas, sino su vida, y sin duda le verían en acción, curando a aquellas gentes, atendiendo a los enfermos, mirando a los jóvenes, acercándose a los más desprotegidos de la población, haciéndose amigo de los desheredados, compartiendo el pan y la sal con los marginados, dando vista a los ciegos, curando a los leprosos, y mostrándose en todo momento defensor de los pobres. Todo esto fue demasiado, porque aquellos muchachos ya no se desprendieron de Jesús y habiéndole visto, inmediatamente comenzaron a decirle a otras gentes, a sus familiares, a sus hermanos: “Hemos encontrado al Mesías”. El gozo del encuentro no les podía dejar indiferentes. Tenían que regar la noticia. Tendrían que darlo a conocer a otras gentes. Y así se acercó Pedro, que llegaría a ser entrañable amigo de Cristo y quien se encargaría del cuidado de la naciente familia de Jesús, su Iglesia.  

mismo ya nos mete en muchas preguntas: Si Cristo suscitaba interés en las gentes, ¿porqué los cristianos no? Cristo despertaba entusiasmo por su seguimiento, ¿también nosotros despertamos simpatía y acogida? Una pareja de jóvenes que viajaba por España me platicó que una mañana de domingo se les ocurrió ir Misa y lo que encontraron fueron puras gentes mayores, de cabeza blanca y que no se mostraron muy dispuestos a aceptar a los advenedizos en la celebración. Extrañamente , porque los jóvenes son mayoría en el mundo, pero no precisamente en la Iglesia. Los últimos renglones que me restan, sólo citaré algunos párrafos de la n. 46 de la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II: “los jóvenes constituyen una fuerza excepcional y gran desafío para el futuro de la Iglesia. Ellos son “la esperanza de la Iglesia”…la Iglesia mira a los jóvenes…ellos no deben considerarse simplemente como objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; son de hecho sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social…la Iglesia tiene tantas cosas que decir a los jóvenes, y los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia. …la Iglesia os mira con confianza y con amor…ella es la verdadera juventud del mundo…miradla y encontraréis en ella el rostro de Cristo…”  si andas buscando a Jesús, y eso será una muestra de que ya lo tienes, vuelve a escuchar como dirigida a ti, la pregunta de Cristo: “¿Qué estás buscando?