IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1, 21-28: Los demonios andan sueltos

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Los primeros días de la vida pública de Cristo fueron inolvidables. Un hombre que pudo prepararse para su misión durante treinta años era imparable. Nada podía detenerlo. Nada ni nadie podría apartarlo del camino. Habían sido muchos años de oración y contemplación de su Buen Padre Dios y estaba preparado para dar la batalla. Dejando Nazaret, se estableció en una ciudad bulliciosa, con mucho comercio y gente de paso, cercana al lago de Galilea, Cafarnaum. Fue como su segunda patria; de ahí partía y ahí regresaba en sus correrías evangélicas. Sus primeros pasos fueron acercarse a las gentes buenas de los márgenes del Lago, pero también, se dedicó a buscar un grupo de gentes en las que pudiera confiar, para que fueran sus acompañantes y para enviarlos a llevar la Buena Nueva de la Salvación. Aunque su mensaje estaba plenamente marcado y rompería todos los moldes conocidos, Cristo quiso mostrarse respetuoso de las costumbres de sus antepasados, y por eso casa sábado se dirigía devotamente a la sinagoga más cercana para la escucha de la Palabra de Dios, para la oración y para la alabanza. Fue precisamente en Cafarnaum y en la Sinagoga donde Marcos nos presenta Jesús realizando su primer milagro, precisamente en contra del mal que esclaviza a las gentes y las sumerge en un mar de silencio, de tristeza y de desilusión. En la sinagoga se encontraba en el lugar principal el royo o los rollos de la Ley, o los Profetas y después de la lectura correspondiente, cualquier persona podía levantarse para explicar el texto. Por supuesto que no todos estaban capacitados y sólo se limitaban a explicar o citar larga y tediosamente códigos, preceptos y doctrinas que daban cuenta de los miles de preceptos a los que estaban obligados los judíos y que eran para volver loco a cualquiera. En ese ambiente se presenta Jesús y con toda naturalidad, sencillez y alegría, Cristo fue dejando caer en el ánimo de sus oyentes su mensaje que caía y caía como miel en el corazón de sus oyentes, que “estaban asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. Ya desde el principio, su palabra convencía a los sencillos, e inquietaba a los letrados, porque se caía su teatrito y hacía tambalear el sistema religioso que esclavizaba y ataba con fuertes cadenas a los pobres y necesitados. Ese día cayó por sorpresa un pobre hombre, desprovisto de sus facultades mentales, todos le buscaban para reírse de él pero todos le huían porque olía a rayos. Además, él era considerado impuro, porque sin una explicación para las enfermedades mentales, en un hombre que está sano físicamente pero que no puede dar razón de sí, ellos suponían que un demonio inspiraba su actuación, y por eso todos le huían. Quisieron alejarlo de la sinagoga, pero Jesús ordenó que lo llevaran delante de él, y después de un violento diálogo con el espíritu del mal, éste, haciendo que el enfermo se sacudiera violentamente en el suelo, lo abandonó y el pobre pudo ponerse en pie y darse cuenta por primera vez de sus acciones, dando gracias a Jesús que le había hecho tal maravilla. Y si ya las gentes estaban admiradas de su mensaje, ahora viéndolo actuar, creció su estupor y su confianza en Jesús: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y le obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea”.

Hoy Jesús sigue ejerciendo su profetismo en la Iglesia. Él es la Palabra que la Iglesia anuncia, pero tenemos que buscar caminos para que los que nos decimos representantes de Jesús, podamos presentar el profetismo querido por Jesús. Presentar el mensaje de Cristo con la misma novedad de su primer día, hasta que las gentes pudieran exclamar nuevamente: “¿Qué nueva doctrina es ésta?”, para que las gentes que nos oyen, lejos de quedarse dormidos frente a los predicadores dominicales, puedan, liberados de todo espíritu de mal, proceder con la libertad de los hijos de Dios, dedicados a edificar un mundo de paz, de amor, de afecto, donde las diferencias tontas y absurdas que nos hemos fabricado, puedan dar lugar al único pueblo de Dios en camino a la casa del Buen Padre Dios.