IV Domingo de Pascua, Ciclo B
San Juan 10,11-18:
¿Un rey que fue chivero en su adolescencia?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

La figura de Cristo, fulgurante, inspiradora y fragante, se agiganta en este domingo en que lo celebramos como el día del Buen Pastor. Él mismo era de familia de pastores, y me lo imagino adolescente, en franca conversación con otros pastorcillos, caminando al paso de sus ovejas, no siempre tranquilas, sino juguetonas y andariegas, buscando entre las peñas el alimento de cada día, y defendiéndolas de los salteadores que por las agrestes montañas no eran tan escasos. Cristo combinaría sus momentos de oración, con el cuidado intenso de sus ovejas. Las conocía a cada una y tenía establecido un afecto grande por cada una de ellas, pues a su familia la proveían de leche y lana para sus ropas y sus mantos. Muchas veces tuvo que correr a buscar a alguna que se había perdido en los desfiladeros de los montes, y regresaba con ella trayéndola en su regazo, mostrando un gran contento por haberla recobrado viva. Cuando Cristo creció sintiendo que los líderes religiosos de su pueblo no eran solidarios con éste, y sintiéndose heredero de los grandes profetas de su pueblo que tronaron contra los falsos pastores, los sacerdotes y los reyes, él mismo se declarará el Buen Pastor, el Hijo de Dios que toma sobre sí el cuidado de las abandonadas ovejas de su pueblo.

Y su figura queda ahí, como el que sabe dar su vida para defender con esto a los que él amaba en su corazón, a todos los hombres. “El buen Pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye: el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas”. Hasta ese extremo debe llegar el que se acerca a Cristo, y principalmente los obispos y sacerdotes, que tienen como misión continuar la misión de Cristo de servir, de atender a los que el Señor les ha encomendado, hasta el extremo de dar su vida por ellos. Y hoy vivimos en nuestra Patria, México, pero en general en todo mundo, situaciones que nos tienen que recordar la necesidad de estar donde el Señor nos necesita. Me refiero en concreto a las declaraciones de un arzobispo de nuestra Patria que se atrevió a denunciar la presencia de uno de los grandes narcotraficantes y la noticia no confirmada, desde luego, de que trescientos sacerdotes habrían dejado su ministerio por temor a las amenazas de los narcotraficantes.¿Se imaginan una diócesis donde trescientos sacerdotes abandonan al mismo tiempo su ministerio? De ser así, tendríamos que avergonzarnos, porque habrían dejado a sus fieles a merced de gentes sin escrúpulos que viéndolos sin pastor las haría presa fácil de su maldad y de su violencia. Es el momento de dar la cara por Cristo: “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas.

Tendríamos que tener la valentía de Benedicto XVI, que por estos días cumple cuatro años de su ministerio al frente de la Iglesia Universal. Le han llovido incomprensiones, desde el momento de su elevación, que porque era un cardenal muy conservador, como si no se tratara de llevar un carga preciosa como es la fe de la comunidad, que porque era un “intelectual”, como si la barca pudiera ser llevada por cualquier pelele, que porque era un anciano, como si hubiera habido algún papa que hubiera decidido sentarse en la silla de Pedro hasta que el Señor volviera al fin de los tiempos, que su lenguaje sería elevado, cuando nos hemos encontrado con su lenguaje sencillo, conmovedor, muy cercano al hombre y a los jóvenes, y que definitivamente no es un lenguaje intelectual, sacado de los libros y las bibliotecas, sino de la vida y de su oración personal. Creo que tenemos un buen pastor en la persona del Papa. Tenemos que escucharlo, lo mismo que hacíamos con Juan Pablo II. Que Dios nos de buenos pastores en la Iglesia y buenos padres en la familia, que sepan defender con garra y con ahínco, la vida humana que se les ha confiado como el mejor y más grande tesoro.