VI Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15, 9- 17:
¿Una cámara indiscreta en la Ultima Cena?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Decía  Jesús que no hay nada oculto que llegue a saberse y esto ha llegado a ser tremendamente cierto, cuando los celulares, equipados con cámara fotográfica, están listos para entrar en acción, y como todo mundo tiene el suyo propio,  que nadie se sienta seguro y nadie se piense que en lo oculto no será descubierto. 

Precisamente, habiéndonos colado hasta la última cena, donde Jesús vivía un momento de plena intimidad con los suyos, San Juan nos ha dejado tres instantáneas que transcribiremos, con gran emoción a nuestros lectores: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor... les he dicho esto, para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”. ¡Qué gran declaración la de Cristo: Nos ama con el mismo amor con que su Padre, el Buen Padre Dios lo ama a él!  ¿No les parece  grandiosa esta afirmación? Cristo te ama, y no de cualquier manera, sino como el Padre Dios lo ama a él. Ninguna mujer se muestra indiferente cuando alguien le dice que la ama. Y nosotros no podemos permanecer indiferentes cuando Cristo ya con un pie en el monte calvario y otro en la cena, nos está diciendo que nos ama. Y ya entendemos entonces de qué amor nos está hablando Cristo Jesús: la entrega, la donación, el sacrificio, frutos ineludibles del amor. 

“Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo: a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre”. En la cumbre de su vida, antes de declinar hasta ser colgado en una cruz, Cristo llama amigos a sus seguidores. Jesús tenía necesidad del amor de aquellos hombres que con todas sus deficiencias, habían tenido el valor de seguirlo, aunque a las últimas se le echaran para atrás.  Y la amistad que Cristo pide es el amor a los hermanos, a los hombres, anteponiendo casi éste amor al amor de Dios. Y también entendemos aquí que hablar de amor no se trata de un sentimiento bobalicón, ni de un movimiento del corazón, sino toda la persona volcada en hacer en bien de una manera inteligente, coordinada, sencilla y callada hasta transformar el mundo precisamente con el amor. Alguien ha comentado que con el amor nada cambiará, pero precisamente lo contrario tampoco. Nada se puede cambiar con el odio, la violencia y el rencor. 

“No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado a que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”. Ya está dicho, si  queremos ser cristianos, seguidores de Cristo Jesús, si entendemos que nuestra vocación, el llamado que nos ha hecho Jesús a ser de sus discípulos es a dar fruto, entonces no podremos prescindir del amor hecho realidad al hermano, al que sufre, al que ha sido maltratado por la vida, al que ha sido rechazado por el mundo por su pobreza, su ignorancia o su enfermedad. Y éste amor, vivido precisamente desde la propia familia, como nos lo ha recomendado el Papa en estos días,  en un vivo mensaje desde Jordania, en su viaje a tierra Santa. El manifestó  el deseo de que cada hogar cristiano "crezca en la fidelidad a la noble vocación de ser una verdadera escuela de oración, donde los hijos aprendan el amor sincero de Dios, donde maduren en la autodisciplina y en la atención a las necesidades de los demás, y donde, modelados por la sabiduría que proviene de la fe, contribuyan a construir una sociedad más justa y fraterna.  Que nunca falte el apoyo material y moral que necesitan las familias de hoy para cumplir con su papel insustituible al servicio de la sociedad".