XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6: El fracaso de Cristo en su propio pueblo, Nazaret.Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
El trato
constante con las personas llega a despersonalizarnos, hasta ver a nuestros
semejantes como un trámite, un asunto o un número al que ha que atender. Que lo
digan si no, los médicos y las enfermeras, y las instituciones donde se
atiende a la salud o donde se tramitan los asuntos de justicia de los hombres.
También en el terreno de
la fe, hemos llegado no sólo a despersonalizarnos sino a des-deificarnos pues a
fuerza de haber nacido en una religión determinada, con unos cánones de fe y con
una moral que no hemos hecho nuestra, nos hemos quedado con una fe que no mueve
el corazón y que nos hace fríos en el contacto con nuestros semejantes. Hemos
domesticado de tal manera a Dios que ya ni nos hace mal ni nos beneficia, y
quisiéramos volver al Dios fiero, duro e impositivo que nos hiciera salir del
atolladero de nuestra vida.
Eso
pasaba con los contemporáneos de Cristo, y en concreto con las gentes del
pueblecito donde él se había criado. Un villorrio insignificante, unas cuantas
casuchillas, oscuras y malolientes. Pero era el pueblo de Jesús, donde vivían
las gentes que él amaba. Desde que había salido de su pueblecito, la vida le
había cambiado. Las gentes lo buscaban, lo seguían, lo asediaban. Su fama creció
de tal manera que todos hablaban de él. Le amaban, o los hacía falta, porque con
él ya no habría enfermos ni desventurados. Con él lo tenían todo. Pero si su
mensaje era para todas las gentes, Cristo quería que fuera también para las
gentes que él amaba porque los conocía de rostro y de cara. Y un día logró su
empeño. Regresó a su pueblecito, volvió a saludar a su madre, caminó por las
estrechas callecillas y de inmediato se dirigió a la sinagoga del lugar para
escuchar devotamente la Palabra de Dios, el sábado,. Ahí le dieron un rollo del
Profeta Isaías, y con la prerrogativa que se le concedía a todo fiel adulto, él
explicó ese día el mensaje divino. No fue muy largo en su exposición, sino que
con gran autoridad, con gran prestancia, con mucha alegría y entusiasmo,
encendió el interés de la pequeña población que se mostró ávida de aquellas
palabras que él les dirigía.
Pero don
Nicasio, uno de los más viejos del poblado, medio sordo, comenzó a preguntar y a
interrogar en voz cada vez más fuerte, como hacen todos los sordos: “¿Qué tanto
está diciendo ese? ¿Qué se ha creído? ¿A poco se las da de muy salsa y muy
instruido si no tuvo escuela? ¿A poco no se da cuenta que lo conocimos mocosillo,
de paso por las callejuelas de nuestro poblado, cuidando las ovejas por el
monte? ¿Ya se ha olvidado que aún está entre nosotros su madre María, que lava y
cose ajeno para mantenerse? ¿Cómo se atreve éste a venir a enseñarnos a nosotros
sus mayores? Y la desilusión de Cristo fue grande, porque a causa de su
sencillez, salió por última vez de su pueblo, sin poder hacer ahí las señales
del Reino que él quería para sus gentes, y sólo pudo curar a algunos enfermos.
Ese día Cristo rompió con las sinagogas y desde entonces reunía a las gentes en
los montes, en la orilla del lago, en las casas, libre de toda atadura,
predicando a los cuatro vientos el mensaje de la salvación. Su fracaso en
Nazaret, fue un anticipo de su fracaso con todo su pueblo que no comprendió en
vida lo que Dios había dispuesto con la entrada de su Hijo al mundo. Es la misma
dificultad del hombre hoy para aceptar en la fe a Cristo, pues no le deja un
beneficio palpable e inmediato, sin comprender que Cristo no ofrece un árbol
sino una semilla. El hombre confía más en los avances de la ciencia o en la fama
de sus artistas, aunque éstos se le deshagan a pedazos como ese pobre hombre que
acaba de morir, famoso y solitario, con millones de discos vendidos y en
bancarrota. Y este hombre de hoy, no se acaba de convencer de que Dios es la
medida de todas las cosas, para colocarse él como el centro de toda la creación,
pero sin un punto de referencia para su propia felicidad y su propia salvación.
Es el momento de volver a la sencillez del mensaje de Cristo que da paz, que da
luz, que da caminos, que da fuerza, que da perdón, que da fraternidad y que da
salvación eterna.