XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,1-15: ¿Qué podía dar Cristo a los pobres, si no tenía ni en que caerse muerto?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda 

 

 

Si el domingo pasado contemplábamos a Cristo vivamente interesado en el descanso de sus apóstoles, invitándoles a un merecido descanso al  regreso de haber llevado a las gentes el mensaje de salvación, ahora nos encontramos a Cristo también interesado en la salud y en la alimentación de cuantos acudían a escucharle. Todos hemos pasado momentos de euforia o de profunda tristeza cuando momentáneamente nos olvidamos de comer y cuando pasa el momento lo primero que sentimos en un vacío en el estómago y corremos a comer lo primero que encontramos. Eso le pasó a la gente. Estaban absortos en el mensaje que Cristo les dirigía, que se olvidaron momentáneamente del alimento material. Esto no pasó desapercibido para Cristo que veía a las gentes casi todas ellas pobres, con el hambre reflejada en sus rostros. Y es en ese momento, cuando Cristo con cierta ironía, o con un cierto empeño en probar el ingenio de sus apóstoles, sabiendo perfectamente lo que pensaba hacer,  le dice por lo bajo a uno de sus apóstoles, a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman todos éstos?”.  A Felipe se le iría un color y le volvería otro, y sólo atinó a decir que ni con el salario de medio año de un jornalero, podrían alimentar a esa multitud, calculada en mucho más de cinco mil hombres. Pero Cristo, que tenía nada de capitalista, no estaba interesado en comprar, sino en repartir desde su corazón.  

Lo bueno fue que otro de los apóstoles, comprendiendo la hondura en la que los había metido Cristo, se atrevió a manifestarle que un muchacho quería regalar sus panes de cebada, la comida de los pobres y sus pescados. Bendito muchacho, no sabemos siquiera su nombre, pero su acción sirvió para que Cristo, tomando el alimento entre sus manos y bendiciéndolo, comenzara a repartirlo a manos llenas a todos los comensales, no sin antes haberles pedido que se sentaran para comer como los hombres libres, con dignidad. Fue maravilloso ver cómo comían todos, a partir de la generosidad del muchacho, y esto sirvió para que las gentes miraran a Cristo como el Mesías, el enviado, el que más tarde les daría otro Pan más importante que el pan material.  

Y tenemos que dar un salto brusco para situarnos en nuestros días y preguntarnos si la Iglesia esta también hoy alimentando a las multitudes o sólo se contenta con recordarle a los hombres y las naciones  la necesidad de la solidaridad entre todos ellos. Y aprovechando que hace apenas ocho días que hemos estrenado la tercera carta Encíclica de Don Benedicto XVI, no resisto el gozo de hacerles escuchar a mis lectores unos cuántos de sus  renglones (del n. 27): En muchos países pobres persiste y amenaza con acentuarse, la extrema inseguridad de vida a causa de la falta de alimentación: el hambre causa todavía muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se conciente sentarse a la mesa del rico epulón. Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su fundador, el Señor Jesús, sobre la solidaridad y el compartir. Además, en la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta…El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida. Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y al acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones”. 

Y se impone una pregunta final: ¿En este mundo dividido entre los que tienen para comer y lo tienen todo, y los que tienen ni trabajo ni dinero y por lo tanto ni comida, en qué nivel te encuentras tú, y que le podrás dar a Cristo para que siga repartiendo el pan para que todos puedan mirar con seguridad y alegría su propio futuro?