IV Domingo de Adviento, Ciclo A
San Mateo 1, 18-24:
Los desconsuelos de una pareja muy especial

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda 

 

 

Una pareja muy especial en la historia de la humanidad fue la de María y José, que les tocó en suerte ser los padres de otra criatura también muy especial, Jesús llamado de Nazaret, el hijo de María, el hijo de Dios.

        Para entender el drama momentáneo de aquella familia tan especial hay que entender que los matrimonios se “arreglaban” entre las familias, donde los que menos tendrían voz y voto eran los contrayentes. Las cosas se arreglaban con mucho tiempo, quizá desde la adolescencia o incluso desde la misma niñez, había una especie de contrato verbal o por escrito, y desde entonces ya eran esposos, aunque no vivieran juntos. Así, aunque no hubieran convivido ningún día, si uno de los dos moría, el otro ya era considerado viudo. Por otra parte hay que saber que la infidelidad era severamente castigada, sobre todo en la mujer. María y José por lo tanto, estaban ya casados, y a pesar de ser cosa de familia, y de no conocerse gran cosa, nació un cariño y un amor muy grande entre los esposos. No se cruzaban palabras, pero una mirada era más que suficiente para expresarse muchas cosas. Hay que decir de paso, y es muy importante, que José no era ningún viejo decrépito, sino un hombre joven, fuerte, varonil, para poder ser sostén y compañero de aquella muchachita linda y encantadora llamada María. No cruzaban palabras es verdad, pero una mirada fugaz, cuando José la esperaba bajo una palmera mientras ella iba con su cántaro al hombro, decía mucho más que muchas horas de conversación. Y así ocurrió que un día, cuando José vio que su esposa se acercaba, todo le dio vueltas en su cabeza, y sintió que todo se hundía bajo sus pies, pues se dio cuenta, sus ojos no lo engañaban, de que su esposa estaba esperando un hijo. Todo le cambió en un solo momento. Pero su desconcierto creció cuando vio más de cerca a su esposa. Cuando pudo cruzar una mirada con ella y recibió su sonrisa, se dio cuenta de que la mirada limpia, bella, pura, casta de su esposa, era la de alguien incapaz de un engaño, ni menos de un adulterio.

        En un momento José se vio presa de muchas preguntas que llegaron a agobiarle y meterle en una profunda soledad. Por la mirada de su esposa, nunca podría acusarla, pero por la redondez de su vientre no podía negar la evidencia. Su esposa estaba esperando un hijo. La Escritura Santa dice como una gran alabanza, que José era un hombre justo. Por tal motivo, José pensó marcharse en secreto, para no tener que acusar de nada a su esposa, pero también para no tener que dar explicación a nadie.

        José es el Patrono de todos los que viven en soledad. Es patrono de tantos jóvenes que se meten a una disco a bailar frenéticamente para olvidarse que la soledad les corroe internamente. Es patrono de la esposa que no puede contarle de su soledad al marido so pena de ser considerada una tonta. Y es patrono de tantas gentes que meten en los grandes estadios, para disimular también su soledad, que es como uno de los símbolos de nuestra época.

        Así, José se fue a su casa, acomodó en un costal sus pocas pertenencias, alguna herramienta de trabajo, y se acostó a dormir, con la idea de escaparse al día siguiente muy temprano, oculto todavía en las sombras.

 Pero tuvo la fortuna de que un ángel viniera en su ayuda para contarle la maravilla que rodeaba la preñez de su esposa. Lo que ella llevaba en su entraña no era fruto de una relación sexual mal habida, sino que el fruto de la entraña de María era obra del Espíritu Santo, lo que le aseguraba su filiación divina, que desde entonces acompañaría la marcha de los hombres, quitando su ancestral soledad, para plantarse en medio de los hombres y hacerles sentir la profunda cercanía del “Dios con nosotros”. José debería aceptar a María en su casa, y dedicar todo su cuidado a aquella criatura, que por su paternidad adoptiva, le aseguraba a Jesús ser descendiente de David, una de las señales del Mesías que nacería entre los hombres.

        Y José, liberado de aquella tremenda carga de preguntas, se levantó presuroso, alegre, eufórico, disponiendo e inmediato todos los arreglos para la boda, los músicos en primer lugar, luego sus padres y sus parientes cercanos, un grupo de amigos, y en general las gentes de su pueblito, que se preguntaban porque precisamente ese día tenía que ser la boda si no se tenía nada preparado. Pero José se mostró inflexible con todos, de manera que esa misma noche, entre cantos y alabanzas, con la simpatía de todos los presentes, trasladaron a su esposa a la casa del esposo, y comenzó la gran fiesta de bodas. Nunca se había visto alegría como aquella. Los esposos lucían radiantes, luminosos, alegres, pero con una alegría que irradiaba dicha, consuelo, paz y dulzura. Desde entonces el pequeño que iba a nacer, constituyó todo su empeño, su ilusión y sus cuidados, porque el pequeño que les nacería, sería la sonrisa de Dios a los hombres, sería el puente para cruzar de la tierra al cielo, para acabar con las tinieblas en el corazón de los hombres, y para que los hombres nunca más se sintieran solos, ya que desde entonces Dios acampa entre nosotros, ha puesto sus casa en medio de nosotros y desde ahí ilumina a todos los hombres invitándonos a vivir en camino a la alegría total, a la dicha que no acaba, a la felicidad que no termina, porque desde la aparición de Jesús sobre la tierra, Dios es para siempre el “Dios con nosotros”. Por eso hoy quiero decir a mis lectores: “Feliz Navidad”. Fuera toda soledad, porque Dios ya llena nuestros corazones.