XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23:
¿La católica, una religión de ritos y ceremonias, sin vida y sin caridad?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda 

 

 

Una vez en el mundo se desató una epidemia que tuvo alcances mundiales, y que demostró que el hombre no es tan grande y poderoso como se imaginaba. Los gobiernos tomaron precauciones y una de las cosas que se pedía encarecidamente a todos, era el lavado de las manos. El asunto se tomó en serio, y los hombres comenzaron a lavar sus manos a todas horas, hasta ir convirtiendo ese gesto en algo imprescindible. El asunto no paró ahí, porque se llegó al grado de convertir el lavado de manos, en algo sagrado, querido por la divinidad, y esto hizo que los que no podían lavar sus manos porque el agua apenas les alcanzaba y con dificultad para satisfacer la sed del cuerpo, llegaron a ser considerados paganos y pecadores y excluidos de la sociedad.  

Quizá esto nos facilitará  el comprender la actitud de Cristo cuando los teólogos de Jerusalén, vinieron airadamente a preguntarle que porqué sus discípulos comían con las manos impuras, es decir sin habérselas lavado, y porqué se había atrevido a dar de comer a tantas gentes, sin mandar que se lavaran las manos antes de comer. Entendemos que no se trataba de un lavado por razones de higiene, sino un lavado ritual que los judíos habían ido introduciendo en sus tradiciones, pero que definitivamente no era el  plan de Dios.  

Por supuesto que Cristo tronó contra aquella ridiculez, para poner en claro que antes que las tradiciones de los hombres, está cumplir con lo que sí manda el Señor, el amor al prójimo, el amor al hermano, el amor al necesitado, anteponiéndolo casi al mandato del amor a Dios mismo: “Si cuando vas a poner tu ofrenda te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, ve reconcíliate con tu hermano, y luego deja tu ofrenda en el altar”. Y es Cristo muy claro al respecto: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. Esa palabra de Cristo dicha en otro momento, a nosotros católicos nos da en pleno rostro, pues también tenemos nuestras propias tradiciones que queremos hacer pasar como voluntad de Dios, cuando no son sino tradiciones meramente humanas que anteponemos al mandato divino del amor. Hemos construido  catedrales suntuosas e iglesias, pero reducimos a la esclavitud y al hambre y la insalubridad a millones de seres en el mundo. Las gentes se muestran generosas con los templos, pero le niegan el salario justo a sus empleados, encienden miles de velas en las procesiones, pero no se preocupan de si en las casas de los pobres haya siquiera un foco para iluminarse en las noches, entramos de rodillas para pagar una manda, pero mantenemos también de rodillas y humilladas a las mujeres a las que se les somete al sacrificio del aborto.  

Tenemos que volver a los orígenes de nuestra fe, con  un culto más sencillo, más cálido, a Eucaristías vividas en la verdad y en el amor, tal como lo pide S. Santidad Benedicto XVI al final de su Encíclica Caritas in veritate: “El desarrollo necesita cristianos con los brazos extendidos hacia Dios en oración, cristianos concientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo, sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor. El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y de perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz”.