XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35.
¿Van en picada las encuestas de la popularidad de Cristo?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda  

 

¿Quién de los estadistas actuales puede salir a la calle si no consulta antes las encuestas de popularidad? ¿Y quién puede darles su asentimiento si antes no lo aconsejan las prestigiosas compañías de encuestas de popularidad? Tal parecería que Cristo también estaba preocupado por las encuestas, porque en un momento crucial de su vida también se lanzó a ver cómo andaba sus ratings de popularidad. Efectivamente, un día yendo de camino como era su costumbre les lanzó a sus apóstoles la primera pregunta: Ustedes que se mezclan con la gente, ¿Qué dicen ellos de mí? Y por las respuestas sacamos en claro que las gentes lo veían como alguien de pasado, que a pesar de sus señales, entre ellas la multiplicación de los panes y los peces, no le reconocían ninguna otra cosa, era un profeta, un hombre bueno, un taumaturgo y nada más. Pero Cristo no se quedó con la curiosidad, y a boca de jarro les lanzó una segunda pregunta, ya claramente dirigida a ellos: ¿Y ustedes qué piensan de mí? El que tomó la palabra fue Pedro, en nombre de todos los otros: “Tú eres el Mesías”.  Una declaración importante, porque era un paso más en el reconocimiento de Cristo como enviado de lo alto, pero era un título que denotaba grandeza, poderío, liderazgo, fuerza, nacionalismo, y no era precisamente el camino de Cristo, lo que el Padre le había señalado. El ingenio o la fe de los apóstoles no les daba más allá, hasta donde Cristo quería llevarlos, hasta la entrega, hasta el sufrimiento, no por el sufrimiento mismo, sino por la entrega que significaba vida y amor y pasión por los hombres. Fue por eso que en ese momento comenzó a hablarles con claridad de su pasión, de su sufrimiento, del rechazo que los hombres harían de su entrega, hasta llevarlo a la cruz, pero no quiso parar ahí, sino que puso como telón de fondo, el hecho de su resurrección. Nunca habló de su cruz, sin antes dejar en claro que su Padre lo volvería a la vida, y lo volvería para siempre, hasta hacerlo Señor y centro de la historia y de todos los hombres, no sólo de los de Israel.  

Es curioso pensar entonces en la ingenuidad de Pedro, que tomando consigo a Cristo, tal como éste había hecho con el sordomudo al que dio la curación, hubiera querido disuadirlo: “No Señor, aquí estamos tus amigos, tus cuates, puedes confiar en nosotros, eso no te puede pasar a ti, primero pasan sobre nuestro cadáver que a ti te toquen un solo pelo de tu cabeza”. Otras linduras le diría Pedro,  que no hicieron precisamente  sonreír a Cristo, sino al contrario, usando de las palabras más duras que conocemos en sus labios, rechazó su ofrenda: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”. Y a continuación, Cristo dejo en claro el camino que deberían seguir los que quisieran  ir tras de él: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.  

Si Cristo fue tan claro, ¿Porqué nosotros no lo entendemos? Porqué pretendemos un seguimiento de Jesús pachanguero, para los días de fiesta y de triunfo y porqué nos fastidiamos y renegamos y le echamos la culpa de todo lo que nos pasa cuando las cosas no van bien? ¿Por qué cuando la enfermedad toca a la puerta de nuestra casa, inmediatamente sospechamos “una mala enfermedad”, como si hubiera buenas enfermedades, y sospechamos precisamente de la suegra, que nos ve con muy malos ojos, o de alguna de las personas más cercanas “porque nos tienen envidia”? ¿No sería más fácil decirle a Jesús: acepto mi enfermedad, acepto las contrariedades, pero échame la mano, para que no reniegue de la voluntad de mi Buen Padre Dios, sino más bien, déjame abrazarme a  tu cruz, para que yo pueda ya sentir desde ahora la vida nueva que ya ha comenzado, pero que tú prometes en plenitud a todos los que se te entregan con amor? No pretendamos encontrar explicaciones para el dolor y el sufrimiento, sino más bien dejemos que el amor triunfe sobre todas las dificultades y seamos hallados dignos de una Nueva Vida cerca del Buen Padre Dios.