III Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3,10-18: ¿Pueden ser alegres los cristianos que distribuyen droga como hormiguitas humanas?Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
El cristiano, el
verdadero cristiano, el seguidor auténtico de Cristo no puede ser un cristiano
triste, llorón y nostálgico. El verdadero seguidor de Cristo siempre es alegre,
aún en las mayores pruebas, si no, que lo diga San Francisco de Asís, con una
enfermedad de los ojos que hoy sería perfectamente curable, pero que en su
tiempo le producía dolores terribles y sin embargo él cantaba y cantaba. Lo
puede decir también Juan XXIII carcomido por cáncer intestinal y que sin embargo
sonreía, y invitaba a los padres de familia a que le llevaran su bendición a sus
hijos. Y lo pueden decir los mártires que al momento de su muerte, lejos de
maldecir de su suerte, alababan al Dios que los distinguía con el don del
martirio. Es por eso que el Apóstol Pablo nos repite hasta el cansancio:
“alégrense siempre en el Señor; se los repito: ¡Alégrense!”. Y el mismo apóstol
nos da a continuación la razón de la alegría: “El Señor está cerca”. El Señor ha
venido, es nuestro, lo tenemos, nos acompaña, nos invita, nos envuelve como el
pez en el agua es envuelto por ésta.
Y aunque San Juan Bautista no era precisamente un hombre sonriente, sino todo lo
contrario, adusto, serio, severo, infranqueable, también nos da la razón de esa
profunda alegría que debe embargar a todo auténtico cristiano: “Es cierto que yo
bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco
desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y
con fuego”.
Cristo es pues, la causa de la alegría del cristiano, su cercanía, su bondad, su
misericordia, su interés por todo lo que es humano, por todo lo que causa dolor,
por todo lo que puede apartar al hombre de su destino infinito, y se compadece
del hombre, y lo levanta, lo perdona y lo eleva.
Pero siguiendo la línea del Bautista, para que la alegría del cristiano sea
auténtica, tendríamos que preguntar como los hombres que se acercaban a él:
“!Maestro!, ¿que tenemos que hacer nosotros?”, pero con verdadero interés de
escuchar la respuesta, pues también había entre los asistentes gentes que se
acercaban para tantearlo, para acusarlo porque alejaba a otras gentes del culto
permitido y recomendado en el templo de y lo condenaban por no ser de la casta
elegida, selecta, rica y falsa del templo de la capital de todas las tribus de
Israel y de su ritualismo vacío.
La pregunta al Bautista se repite varias veces y sin ser exhaustivos, a las
gentes acomodadas, bien abrigadas y que viajaban con toda comodidad, él les
exige: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien
tenga comida, que haga lo mismo”. Él era tremendamente austero, pero no le pide
lo mismo a las gentes, les pide que compartan, que den, que regalen, como lo
dirá Cristo más adelante, “que tu mano derecha no sepa lo que hace tu
izquierda”. A los publicanos, que equivaldrían a los de la Secretaría de
Hacienda de hoy, les respondía: “No cobren más de lo establecido”. Tampoco les
pedía, pues, que renunciaran, que dejaran el puesto, que abandonaran la
política, sino que fueran honestos en su actuación, sin hacer de su puesto un
pretexto para salir con los bolsillos llenos. Y a los soldados les responde: “No
extorsionen a nadie, ni denuncien falsamente, sino conténtense con su salario”.
No explotar, vivir en la justicia, no abusar, quitar la avaricia, el chantaje,
la extorsión, las medidas intimidatorias y el aliarse como hoy con la misma
mafia, con las fuerzas oscuras, todo para explotar al pobre, al indigente y
dejar en la calle a los que han sucumbido a las llamadas telefónicas anónimas.
En una palabra, si queremos la verdadera alegría, la auténtica, la del corazón,
entonces vamos a poner en juego el amor, dejándonos vencer por el amor de Cristo
que se alía con los pobres, los niños y los desamparados para llevarnos a todos
por senderos de paz, de justicia y de verdadera fraternidad.