Fiesta. Bautismo del Señor, Ciclo C.
San Lucas 3, 15-16.21-22:
¿Cristo Salió perdiendo o ganando con su bautismo?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

Un día apareció por las márgenes del río Jordan, un hombre que de inmediato tuvo un éxito que pudiéramos llamar fenomenal. El pueblo hebreo, decepcionado de las fastuosas pero repetitivas ceremonias del templo de Jerusalén, inquieto porque en labios de los sacerdotes no encontraban la palabra de Dios, y desencantado porque en los fariseos y otras gentes que tendrían que explicar el mensaje divino, siempre encontraban sólo nuevas leyes que les hacían cada vez más difícil entender la voluntad de Dios y hacer lo que el Señor quería. Comunicarse con Dios era cada vez más difícil, quizá imposible. Por eso pegó duro en las gentes el mensaje de aquél personaje raro y estrafalario que fue Juan el bautista. Las gentes, el pueblo, el grueso del pueblo, acudieron en masa a la predicación del bautista, se arrepintieron de sus pecados, oyeron sus duras reconvenciones para cambiar la vida y se dejaron bautizar por él, que los sumergía en las aguas del río Jordán. Pero lo sensacional aparece cuando un día Cristo recién llegado de su terruño, Nazaret, se presenta en la fila de los pecadores, para desconcierto de Juanito el bautista. Éste sentía su pequeñez ante la figura de Cristo a quien venía a prepararle el camino y lo toma de sorpresa el que él quisiera bautizarse. No tenía pecado, no tenía de qué arrepentirse, no tenía nada manchado, no había nada chueco en su persona que hubiera que enderezar. ¿Entonces porqué pedía el bautismo?

El bautismo de penitencia no podía servirle a Cristo de nada, pero siendo víctima del pecado y no culpable de él, quiso, no por su pasado sino en atención al futuro de la misión que se le confiaba, dejarse bautizar y solidarizarse con los pecadores pero sobre todo para dar esperanza de que sus deseos de cambio y de salvación no se verían nuevamente frustrados.

Con todo y todo, Juanito tuvo que acceder a meter a Cristo en el Jordán, y cuando éste salió de las aguas, todavía chorreando de agua, y metido en una profunda oración, ocurrió que “los cielos se abrieron, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible como de una paloma y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto: en ti me complazco”. ¡De manera que aquí está la explicación! Cristo se dejó bautizar para propiciar aquella irrupción de lo alto, para dejar que el Padre y el Espíritu Santo vinieran en su auxilio, lo presentaran delante de todos y pudiera así prepararse para la misión a la que había sido destinado: un bautismo de sangre, un bautismo que le haría morir cruentamente delante de toda la creación, pero que haría que las puertas de los cielos estuvieran nuevamente abiertas para todos, cuando él volviera a la vida y pudiera convertirse en el primero de los mortales, el que encabezaría la larga fila de la humanidad para ser la gran familia de los hijos de Dios congregados en la casa del Buen Padre Dios. Ese día el Espíritu Santo bajó a Cristo como había bajado sobre la creación y sobre la humanidad, para anidar en el corazón de Cristo y para impulsarlo a la generosa entrega de su vida para salvación de todos los hombres, y el Padre mismo, presentaba gozosamente a su Hijo como aquél en quien tiene todo su amor y su cariño.

Dan ganas de llorar al darse cuenta de que esas palabras del Padre no fueron precisamente sólo para su Hijo, sino para todos los que hemos sido asociados a su bautismo: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Sorprende que el Padre lo diga, somos sus hijos, y también sobre nosotros tiene planes el Buen Padre Dios porque nos llama a su amistad pero también a compartir la suerte de su Hijo que fue de entrega, de generosidad y de solidaridad con los pobres, los desarrapados y los despreciados por el mundo, hasta hacerles llegar a una condición digna de hijos de Dios en el Reino. Nos alegramos con la irrupción de la Trinidad en nuestro bautismo y nos maravillaremos cada que tengamos oportunidad de bautizar a una nueva criatura pues entonces estaremos seguros de que el Buen Padre Dios sigue amando a nuestra humanidad, pues nos llama a vivir siempre en su presencia salvados en Cristo Jesús.