I Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 4,1-13:
¿Para qué tantas tentaciones si con una nos basta?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

Uno de los grandes amores de los hombres es su vehículo. Cada fin de semana te encuentras incontables hombres y jóvenes sobando, lavando, y puliendo sus autos con un cariño y una devoción que ya quisiera la propia mujer en el interior de la casa. Y la reparación y la revisión periódica del auto, ocupa un lugar importante en la vida del hombre. Si pusiéramos el mismo cuidado en la limpieza y la reparación de nuestro interior, el mundo estaría salvado. A ésta necesidad de renovación interior responde la cuaresma que es tiempo de gracia. Y comenzamos acompañando a Cristo que fue sometido en el principio de su vida pública o los primeros rounds de una vida de lucha y de tentaciones como podremos sufrirlas cada uno de nosotros. Yo mismo no me he librado de la tentación de recordar en tan pocas líneas lo que significaron las tentaciones de Jesús en el inicio de su vida pública.

Muy a vuelo de pájaro nos acercaremos a las tres tentaciones del desierto: “Si eres el Hijo de Dios, dile a estas piedras que se conviertan en pan”. Multiplica el pan, para que todos coman, para que teniendo el estómago lleno, te sigan como mansos corderos y no tengas necesitad de padecer tú. Cristo afirma en cambio que él ha traído otro pan que si se prueba, hará presente el pan para todas las mesas y para todos los hombres: el pan del amor, de la entrega, de la generosidad.

“Aquí están todos los reinos…todo será tuyo si te arrodillas y me adoras”. Está bien tu cruz y tu entrega, pero si quieres el triunfo fácilmente lo podrás adquirir con el poder, con el trono, con la ostentación. Tu cruz en cambio sólo te conseguirá algunos cuántos servidores. Pero Jesús rehúsa, pues sabe bien que el poder corrompe y corrompe hasta el infinito a quien se muestra sumamente poderoso. Papini escribe que “el demonio duerme cada noche a la cabecera de los poderosos, ellos le adoran con sus hechos y le pagan tributo diario de pensamiento y de obras”. Cristo se decidió a seguir al Padre, a adorarle sólo a él, para mostrarnos que ni el dinero, ni el poder ni la fuerza serán capaces de conseguir lo que puede el amor para difundir el Reino de Dios.

Puesto en la parte más alta del templo de Jerusalén, el demonio de dijo a Jesús: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí…pues los ángeles te cuidarán”.La eficacia de la misión de Cristo podría llevarse a cabo con una acción aparatosa, con un milagro “marca diablo”, “Hágase el milagro, aunque sea del diablo”, es algo muy de moda pues triunfan los charlatanes, pero con la condición de que sean brillantes, de que hagan cosas espectaculares. Cristo prefiere el camino de obediencia a su Padre, pues Cristo llegó a concluir que las gentes no querían amor, los enfermos querían ser curados, los paralíticos querían caminar, los ciegos ver, todos querían milagros. La verdadera eficacia de la Iglesia estará entonces en una adoración profunda a Dios y un servicio a toda prueba a los pobres, pero desde su propia sencillez y pobreza.

Cristo tuvo que decidir por tres veces no el camino entre el bien y el mal, sino entre el camino de la cruz, u otros caminos más fáciles y más llevaderos, pero sin dolor, sin sufrimiento ni sangre. Los hombres hoy que no creen en Dios, mucho creerán en el diablo: “Le ha cortado las barbas a Dios y los cuernos al diablo”, se han decidido a echar a Dios de sus vidas, con lo que su derrota ya está más que decidida. En España, lo mismo que en Italia, se ha decretado quitar toda imagen de la cruz de los lugares públicos u oficiales y de las escuelas. En México, se afirma que la Iglesia ha sido causante de todos, de todititos los males de nuestra Patria, y últimamente se ha llegado a definir a nuestra nación como laica, alejada de toda creencia y de todo credo religioso. Tenemos que vivir que convencidos de que “no hay que andar buscando atajos para huirle a la cruz”, como decía Fulton Sheen, sino que abrazados a la cruz de Jesús, y movidos por el Espíritu Santo y no por nuestra intrepidez, nuestra vanidad y nuestro orgullo, podamos vencer con Cristo Jesús en las tentaciones a las que tendremos que enfrentarnos en nuestra vida.