Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, Misa del Día.
San Juan 20, 1-9: ¿Qué se hicieron las chanclas de Cristo?Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
Una de las prendas más
incomprensibles a la hora de la muerte son los zapatos. Ya no sirven para nada,
ya no llevarán al difunto a ningún lado porque bien o mal su camino por la vida
ya terminó. Al difuntito lo vestirán “decentemente” pa’cuando vengan los vecinos
no lleven tan mala impresión. Pero desconozco si a los difuntos los calzarán
porque al fin y al cabo si creemos que “ya estiró la pata” pues los zapatos ya
no entrarán tan fácilmente además de que nadie se dará cuenta si los lleva o no,
sobre todo si lo van a incinerar.
De ahí me venido la pregunta de dónde habrán quedado las chanclas o las
sandalias de Cristo. De sus vestiduras sabemos que fueron repartidas por suertes
entre los soldados que crucificaron a Cristo pero no se dice nada de sus
sandalias. Quizá eran tan insignificantes, por ser de una gente pobre, que
quedaron como cosa inservible cerca de la cruz, o a lo mejor algunas de las
mujeres que acompañaban a María las guardaron discretamente bajo sus mantos y no
sería difícil que algún día nos encontráramos una basílica que resguardara tan
delicadas prendas del Señor.
Lo que sí es verdad, es que las sandalias fueron perfectamente inútiles a la
muerte de Cristo, pues cuando éste resucitó, con la vida gloriosa que llevó
desde entonces, ya no le eran necesarias, ya no tendría que desplazarse
vigorosamente como antes, pues desde su resurrección ya no existían para él el
tiempo y las distancias, podía desplazarse simplemente a voluntad y dirigirse a
dónde él quería, casi con exclusividad a encontrarse con las mujeres primero,
con los apóstoles luego y también con algunos de los discípulos que tanto se
habían distinguido por su seguimiento.
Los enemigos de Cristo respiraron a sus anchas cuando después de la “ejecución”
de Cristo pudieron colocarlo ya bien muerto aunque fuera en una tumba nueva y no
estrenada. Por fin se habían librado de esa punzada penetrante en su cabeza, con
todas las indiscreciones de Cristo, su enemigo mortal. Sus privilegios siempre
se vieron amenazados, además de que lo consideraron un enemigo para su fe, para
su religión y sobre todo para su Dios. Definitivamente la muerte de Jesús había
sido la confirmación de que ellos estaban en la verdad y que habían hecho un
gran favor al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, al hacer desaparecer a
Cristo de este mundo. Pero qué lejos estaban de pensar que su Dios no estaba
definitivamente de su lado, que de nada había servido haber sellado el sepulcro
de Cristo, ni los sobornos a los soldados para que dijeran que mientras ellos
dormían los discípulos habían venido a robar el cadáver de Jesús. El Dios de los
cielos se había decidido definitivamente por su Hijo Jesucristo y lo había
liberado para siempre de la muerte, colocándolo sobre toda la Creación y
exaltándolo sobre todo, hasta colocarlo a su derecha, para convocar desde ahí a
todos los que creyeran en la Resurrección de su Hijo que entregó su vida
inocente para salvar de una vez para siempre a todos los culpables.
Hoy los cristianos tenemos que colocarnos las sandalias de Cristo, y si de veras
creemos en la resurrección de Cristo, nuestros rostros tendrán que decirle al
mundo la alegría que nos embarga porque nuestro Pastor, el Buen Pastor, guía
nuestras vidas por el único camino, el del amor, a la casa y a los brazos del
Buen Padre Dios. Si nuestras caras no reflejan la alegría del Resucitado, el
mundo no tendrá oportunidad de entrar en esa gozosa realidad del único que
volvió a la vida para congregarnos a todos como un solo rebaño. Al resucitado
nos lo hemos encontrado ya en el Bautismo, y si somos sinceros, nos lo
volveremos a encontrar resucitado cada que nos reunimos como familia para
celebrar su Eucaristía, su presencia, el derramamiento de su sangre, su entrega,
su compromiso de amor, su muerte y su resurrección.
¡Felices Pascuas de Resurrección a todos mis amables lectores!