XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 9, 18-24: ¿Un Cristo inhumano y tremendamente exigente?Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
Para el evangelista San
Lucas, la geografía tiene mucha importancia cuando se trata de señalar los
caminos por los que Cristo buscaba a los hombres ofreciéndoles la salvación.
Pero la geografía de Lucas es teológica y no tanto física, por eso nos
volveríamos locos tratando de situar los hechos de Cristo frente a una carta
geográfica.
Por eso Lucas sitúa a Cristo a partir del capítulo 9, de camino y de subida a
Jerusalén. Y aclara muy bien que este viaje emprendido por Cristo Jesús tiene
lugar cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, de
manera que incluso podríamos hablar no de una subida, sino más bien de una
bajada, a la oscuridad, a la incomprensión, a la condena a la muerte, y el
camino ascendente lo marcarían no los hombres que lo iban a condenar por
insubordinado, por enemigo de la Ley y de las costumbres del pueblo judío, sino
del Padre, el Buen Padre Dios que aceptaba complacido la ofrenda hecha por su
hijo de su propia vida, para salvación de todos los hombres.
Y es en ese camino, cuando los apóstoles que le habían precedido para ir
preparando el terreno, tropiezan con la oposición de los samaritanos que no
quieren que Cristo pase por entre ellos de camino a Jerusalén y pretenden que
Cristo envíe fuego sobre ellos para acabar de una vez por todas con esos
enemigos del pueblo “fiel” de Israel. Pero el que se le opone es verdaderamente
Cristo, pues su misión no es acabar con los enemigos, sino unirlos en un solo
pueblo, el de los hijos de Dios.
También ese viaje de subida Jerusalén, es donde Lucas señala la aparición de
tres vocaciones frustradas de seguimiento al Maestro. No tenemos el nombre de
ninguno de los tres hombres. El primero pretendía seguirle a donde quiera que él
fuera, pero Jesús fue muy claro al responderle que no le ofrecía ninguna vida
regalada, sino un total desprendimiento, pues él mismo no tenía una almohada
donde reposar por las noches. Siempre de camino. El segundo, fue llamado por el
mismo Cristo con aquél famoso: “Sígueme”, pero el llamado pretendió conseguir un
tiempo razonable mientras morían sus padres, y Cristo respondió con otra frase
lapidaria: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”, pero a continuación
le dio la razón: él lo necesitaba y ya, para ir anunciar el Reino de Dios, cosa
que no admite demora.
Finalmente alguien se acercó también con la idea de seguir a Jesús, pero también
pedía un tiempo para ir a despedirse de sus familiares, a lo que Cristo
respondió con otra fase que ya conocemos nosotros: “El que empuña el arado y
mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios”.
Todo eso nos lleva a preguntarnos: ¿Es que Cristo no conoce nuestra naturaleza
humana y se muestra insensible ante las seguridades de los hombres, o ante las
obligaciones filiales y familiares? La impresión es que sí, que Cristo fue más
allá de lo que pobre naturaleza humana puede dar, pero mirando más en
profundidad las cosas, tendríamos que pedir ayuda a San Pablo que ahora nos
anuncia: “Cristo nos ha liberado para ser libres…su vocación, hermanos, es la
libertad…antes bien, háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque
toda la ley se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Pues si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por perderse”.
Cuando se trata entonces del seguimiento a Jesús, no se trata de una imposición,
sino de un seguimiento por amor que supone un ejercicio correcto de la libertad.
Esta es la clase de hombres que la Iglesia y Cristo necesitan el día de hoy:
gentes que en su libertad puedan ofrecer su vida para continuar la obra de
salvación que Cristo ha comenzado.