XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 10, 1-12, 17-20: Primero doce, luego setenta y dos, ¿Ahora cuántos enviados tiene Cristo?Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
En el camino de subida a
Jerusalén a que nos tiene acostumbrado Lucas, nos da conocer una experiencia
apostólica que le causó mucha satisfacción a Cristo y que dejó un agradable
sabor de boca en sus discípulos. Hacía poco habían fracasado los apóstoles en
intentar una buena acogida para Cristo en la región de Samaria, y como
respuesta, Cristo nombra de nueva cuenta a otros enviados y para otros pueblos,
pero en mayor cantidad. Estamos hablando de setenta y dos discípulos que fueron
enviados de dos en dos a preparar sus caminos. Hoy serán millones los enviados,
otra vez como corderos entre lobos, llevando un poco de luz para un mundo que
quiere permanecer en las tinieblas. Y si todos en la Iglesia somos misioneros,
nuestra mirada tiene que elevarse a la persona misma de Cristo para que
entusiasmados por él como discípulos suyos, podamos transformar este mundo
nuestro. Para este intento, me valdré de Aparecida (299: En el encuentro con
Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido
enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristianos no es una carga sino un
don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del
mundo…encontrarnos con Cristo es una bendición, un Cristo crucificado con su
resurrección de fondo, o un Cristo resucitado que se ganó su gloria con su cruz
y su entrega. Acercarnos a él siempre será un don, y si hay amor, Cristo nos
tendría que llevar a conocerlo mejor, a intimar cada día más con él en la
oración y a amarlo de tal manera que podamos comunicarlo a los demás.
La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien
reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a
todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades: ya tenemos que decir
desde este momento que cuando hablamos de misión no significaría precisamente
irse a países lejanos, sino comenzar por darlo a conocer en las plazas de
nuestro barrio y en las paredes de nuestra propia casa, con los vecinos, con los
clientes en el trabajo, con los de la misma profesión, con el inmigrante que
expone su vida por unos cuantos pesos, con el adolescente que fastidia porque no
entiende de razones, o con el anciano abandonado y herido. Deseamos que la
alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo, vencedor del
pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino,
pidiendo limosna y compasión. ¡Y vaya que son tantos los pobres y necesitados de
un poco de luz y de un poco de pan! La alegría del discípulo es antídoto frente
a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La
alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza
que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena
noticia del amor de Dios. No llevaremos sentimientos, palabras bonitas, sino la
presencia misma del Salvador que ha iluminado nuestras propias vidas.
Conocer a Jesús en el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo
encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida y darlo a conocer
con nuestra palabra y obra es nuestro gozo. Conocer a Jesús, encontrarlo,
aceptarlo, seguirlo y llevar a otros a su encuentro serán verbos de los que no
podremos vivir separados y eso será el gran gozo y el gran don en el corazón.
Como discípulos suyos, entonces, anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama,
que no existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder
salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que
alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de las pruebas. Los cristianos
somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de
desventuras. En el rostro de Cristo…podemos ver, con la mirada de la fe el
rostro humillado de tantos hombres y mujeres y al mismo tiempo, su vocación a la
libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y
a la fraternidad entre todos.