XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 12,13-21: ¿Quién puede librarse de la encajosa de Doña Avaricia?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

Las parábolas de Cristo no pasan de moda. Era su manera de enseñar a la gente, era un cuentecito, una anécdota, y los mandaba de regreso a casa, pues él ya sabía que en el camino irían meditando y comentando lo que le habían escuchado. . Esta vez, sin más explicación, quiero que mis lectores, sobre todo los que no van a Misa, puedan escuchar esta narración de Jesús, con las palabras que él mismo dio como breve explicación y que nos hablan de un hombre que era tan pobre, tan pobre, tan pobre, que no tenía más que sus riquezas y su dinero, pues no se menciona de él si tuvo padres, o hijos, o esposa o trabajadores o patrones. Nada. sólo él y sus riquezas. Nadie más:
“Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a penar: “¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya se lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años: descansa, come, bebe y dar a la buena vida”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes? Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Conmueve la terrible soledad de aquél hombre a quien sólo consolaban sus frías monedas, sus enormes bodegas y sus incontables granos. Pero nada más. Y conmueve porque esa es la triste historia de muchos contemporáneos nuestros y de algunas naciones que se han distinguido también por ir atesorando y juntando posesiones a otras posesiones, aunque para ello condenen a la terrible pobreza y a la inanición a otras muchas naciones y a otros muchos hombres que no tendrán nunca una condición digna de hijos de Dios, porque la avaricia, “que es una forma de idolatría”, al decir de San Pablo, ha sido el móvil sus acciones. Y todos nos olvidamos que los bienes de este mundo, son precisamente de este mundo, podremos apresarlos, podremos hacernos la ilusión de que son nuestros, pero al final del camino, también tendremos que desprendernos de ellos que se quedarán esperando a que otras nuevas gentes los posean. Quizá no sea por demás relatarles que el protagonista de una película mexicana ya muy vieja, “Los cuervos están de luto”, puso en terrible tensión a los familiares cuando estaba a punto de morir, pues por ninguna parte encontraban las escrituras y los documentos de las muchas posesiones del que se les iba y como último recurso tuvieron que esculcarlo, porque todos sus documentos los llevaba perfectamente atados a la cintura, en un último intento de llevarse con él cuanto había logrado adquirir.

Qué distinta la actitud de Francisco, el hermano Francisco, el Santo, que habiendo renunciado absolutamente a todo lo que la riqueza podría proporcionarle, redescubrió con gran deleite y complacencia las estrellas, el sol, el agua, las flores, el fuego, los pájaros, la creación entera, sin la tentación de poseer vanamente algunas cosas de esas, sin pretender privar a los demás de las cosas que Dios hizo precisamente para todos.

Para terminar, invito a mis lectores a que escuchen cómo se expresan los obispos latinoamericanos en Aparecida: “Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela que Dios nos ama tanto, que hace del hombre, peregrino en este mundo, su morada: “Vendremos a él y en él viviremos” Jn 14, 23. Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna. Y ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo, si pierde su vida?”