XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 12, 32-48: Se solicitan vigilantes que no se duermanAutor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
No cabe duda que Cristo
sabía vender su producto. Antes de dar vuelta a la tuerca, siempre ponía
aceitito para que todo fuera a pedir de boca. Así se muestra en este día.
Comienza hablando del Reino de su Padre, y lo hace como el buen pastor trata a
sus ovejas, con mucho cariño. Y después, sólo después, Cristo nos hace dos
peticiones a cual más importante: que seamos desprendidos y que estemos siempre
vigilantes:
“No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan
sus bienes y den limosnas…porque donde está tu tesoro está tu corazón…. Estén
listos, con el cinturón puesto y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los
criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en
cuanto llegue y toque…si llega a media noche o a la madrugada y los encuentra en
vela, dichosos ellos”.
En verdad ya formamos parte del Reino, lo tenemos entre nosotros. No es
estrepitoso, no hace ruido, y sólo se nota cuando abrimos la mano para ayudar,
para servir, para acercarnos a los que nos rodean. Ya es nuestro el reino,
cuando hacemos presente entre nosotros, la paz, el amor, la justicia, la
caridad. Aunque si bien hemos de decir, el Reino es un regalo que el Padre nos
da, pero es al mismo tiempo una tarea que todos tenemos necesidad de realizar,
haciendo visible aquello que pedimos a diario en el Padre nuestro: “Venga a
nosotros tu Reino”.
Pero luego efectivamente, Cristo hace dos peticiones que pueden sorprendernos y
grandemente. Lo primero es sobre las riquezas. Para entender lo que Cristo pide,
tenemos que recordar que en el antiguo pueblo de Israel, las riquezas eran
consideradas una bendición de Dios y una prueba de esa bendición. Hoy algunas
sectas protestantes invocan también la riqueza como un símbolo de la
predestinación de Dios. Por lo contrario, si alguien no destacaba
económicamente, cualquiera podría deducir que se estaba ante un pecado personal
que impedía el auge o la bonanza. Cristo no piensa así, definitivamente. Para él
las riquezas son un peligro real de endurecimiento del corazón hacia los demás.
Lo vimos en la parábola del inmensamente rico que no llegó a disfrutar de su
riqueza.
Por eso hoy Cristo nos sorprende: “Vendan sus bienes y den limosnas”. El mensaje
es claro, desnudo, y nosotros no somos quién para enmendarle la plana a Cristo.
No podemos disimular lo que pide: un desprendimiento total, hasta hacer de sólo
nuestro Dios nuestro único refugio y nuestra única esperanza. No los bienes
materiales. Pero hay que decir que el que disfruta de riquezas, bien podría
convertirlas en nuevas fuentes de trabajo, o para propiciar una condición digna
de hijos de Dios para los empleados, obreros y asalariados, con sueldos justos y
prestaciones adecuadas.
Y la segunda petición de Cristo es sobre la espera. Le ponemos muchos peros a
este mundo, algunas gentes escapan por la puerta falsa del suicidio, pero la
verdad que pocos son los que en verdad quieren irse de este mundo. Y la razón
está por una parte, porque muchos no están muy seguros de lo que pueda ocurrir
después de la muerte, pero otros muchos temen ese momento en que se decide
nuestro destino eterno. No nos olvidemos que Cristo pasó por ese trago amargo,
pero lo hizo confiado en las promesas de una vida nueva de parte de su Padre
Dios. Nosotros también confiamos en esa promesa, confiamos en la muerte
redentora de Cristo y en su gloriosa resurrección que nos asegura la nuestra.
Por eso, podemos volver a decir llenos de esperanza: “No temas, rebañito mío,
porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”.