XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 17, 5-10: ¿Apóstoles y seguidores de Cristo, sin fe?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

Si algo hemos de agradecer a los evangelistas es la sinceridad con que nos presentan la figura y la actuación de los apóstoles. No los presentan como superhéroes que un día lo dejaron todo para seguir a Jesús, sino como hombres mortales con todas las limitaciones de nuestra naturaleza humana. Así nos sorprende y nos deja boquiabiertos cuando un día se acercaran y le suplicaran a Jesús: “Señor, auméntanos la fe”. Esa sola petición abre una serie de inquietudes: ¿Es que no tenían ya a Cristo? ¿No había sido él el que los había llamado? ¿Podían desear algo más de él si ya eran sus amigos y sus acompañantes? Pero tenemos que decir entonces que ni a ellos ni a nadie podía dispensarles Cristo de entrar en camino de fe que no siempre es fácil, porque no se trataba de darles una enseñanza como lo hacían los rabinos con sus discípulos, sino de enseñarles un camino nuevo de seguimiento, y una transformación de su manera de ver a Dios y también de ver al mundo con los ojos de Dios. Nos sorprende la petición de los apóstoles, porque en otra ocasión, cuando Cristo les hablaba de su muerte y de su sufrimiento en la cruz, “ellos tenían miedo de preguntarle”, porque sabían que el seguimiento de Jesús no sería fácil.

Nosotros, entonces, como los apóstoles tenemos que meternos en un proceso de fe, y justo es entonces que nos preguntemos qué es la fe, y siguiendo una de las más brillantes páginas del Documento de Aparecida (278) podemos decir sencillamente que la fe es un ENCUENTRO, y un encuentro con Cristo que nos muestra el rostro del Padre. Muchos cristianos se han bautizado, pero no han propiciado un encuentro personal con Cristo Salvador. En esto tiene que estar muy interesada la comunidad de los creyentes, para propiciar ese encuentro, con un retiro, con una celebración, con una lectura, e indudablemente con el testimonio de los creyentes que puede ser la página que los vacilantes necesitan.

Quienes se han encontrado con el Salvador, como segunda etapa, deben entonces convertir su corazón a Cristo con admiración, movidos por el Espíritu Santo, para seguirlo por la vida con todas las fuerzas, cambiando el corazón de carne, por un corazón semejante al de Cristo que sepa amar y que no tema cargar con la cruz de Cristo, aunque sea difícil dar explicación a muchas de las cosas que nos pasan por el camino. En este punto son muy importantes dos sacramentos, el Bautismo y la reconciliación.

El siguiente paso será ahondar en el conocimiento, amor y seguimiento de Cristo Jesús, de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Se trata de perseverar en el camino de la cruz, sin volver atrás, dejando todo lo que significa pecado, todo aquello que el profeta llama “la orgía de los disolutos”, porque el que han encontrado a Jesús tiene que convertirse en misionero con su propia vida.

Pero ahí no para el camino del cristiano, si quiere serlo de verdad, tiene que encontrarse con la comunidad, y vivir precisamente en comunión con los hermanos, con los creyentes, su vida de fe. Ya no se trata de cumplir mandamiento tras mandamiento, ni de asistir desmadejadamente y a más no poder a las celebraciones cristiana, y mucho menos a la Eucaristía dominical, donde se va fraguando el amor de Cristo que quiere mostrar su amor y su misericordia con todos los que sufren.

Finalmente, si en verdad el encuentro y el seguimiento de Cristo Jesús ha sido transformante, y se le considera el mejor acontecimiento que nos ha ocurrido, no podemos guardarnos tan gran tesoro y habrá que ir a comunicarlo en el propio ambiente, en la familia, en el trabajo, en las diversiones, entre las amistades, en el mundo de la ciencia y del arte, en los medios de comunicación, sin parar hasta los medios económicos y políticos, llevando no la presencia de Cristo no como mendicantes, sino como los portadores de un Cristo que fue muerto pero que ahora vive para los suyos y que quiere colocarse en el centro del universo mismo. Podemos entonces en este día decirle a Cristo con toda confianza: “Señor, auméntanos la fe”.