XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 19, 1-10: Encuentros que cambian la vidaAutor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
Jericó, una de las mas
antiguas ciudades de la humanidad, es el lugar que S. Lucas señala como el punto
de encuentro entre dos personajes, Cristo y un habitante del lugar que cambió su
vida para siempre. Lucas lo señala como Zaqueo, un hombre chaparro, rico, mal
visto por su pueblo, despreciado y visto como un renegado porque cobraba
impuestos para Roma y que como era costumbre en esa época, él ponía sus propios
impuestos, que a veces eran más onerosos que lo que se tenía que enviar a los
romanos. Nadie se imaginaba lo que ocurriría, pues Cristo rodeado de muchas
gentes que salían a recibirle, hizo aquello de dejar a las noventa y nueve
ovejas, para salir al encuentro de una, gorda, bien dada, pero necesitada de
algo más que alimento y bebida. Ocurrió pues que Zaqueo, que tenía interés,
curiosidad por ver pasar a Jesús, sintiendo que nadie hubiera tolerado su
presencia, ideó subirse a un árbol para ver a Cristo que era aclamado por la
multitud. Cuando jesús se acercó, paseó su mirada sobre los circundantes, pero
la fijó en Zaqueo y lo invitó a que bajara porque se le había ocurrido la idea
de hospedarse en su casa. La admiración fue grande en la gente, al ver que
conforme podía bajar, aquel hombre iba cambiando su semblante, y de ser un
hombre duro, rudo, despiadado, se iba convirtiendo en alguien que expresaba
felicidad, paz y acogida. Se sintió sumamente complacido de hospedar a Cristo
frente a las gentes de su pueblo, racistas, sumamente racistas, que no podían
ver con buenos ojos que el Maestro a quien admiraban sinceramente, hubiera
pensado siquiera en ir a hospedarse en casa de un pecador público y reconocido.
Pero Cristo estaba decidido y no le importó nada con tal de salvar lo que estaba
perdido, de desenmarañar lo que estaba torcido y de traer a la luz lo que estaba
en las tinieblas del pecado y del error. Y no le resultó mal la tirada a Cristo,
pues Zaqueo que irradiaba felicidad, en ese mismo momento comenzó a obrar con
justicia con amor y con verdadera magnanimidad, correspondiendo al peligro que
Cristo corría de verse hospedado en su casa: “Mira, Señor, voy a dar a los
pobres la mitad de mis bienes y si he defraudado a alguien le restituiré cuatro
veces más”. Se necesita una verdadera valentía para obrar así, pues quizá sus
mismos familiares serían los primeros en oponerse, viendo mermadas así su
economía, su posición y sus privilegios. Pero si grande fue la actitud de
Zaqueo, más grande fue el reconocimiento de Cristo: “Hoy ha llegado la salvación
a esta casa… pues yo he venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Ahí termina el encuentro con Zaqueo y aquí entra la consideración que el Papa
Benedicto XVI pronunció como inicio de su Pontificado: “No bastan las
manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que
penetren en los espíritus y sacudan las conciencias, impulsando a cada uno a la
conversión interior”. Si de veras hemos hecho el encuentro personal, profundo y
verdadero con Cristo, tenemos que comenzar a devolver lo defraudado, comenzando
por la esposa o el esposo al que le hemos escamoteado el cariño, la comprensión,
el perdón y la fidelidad; a los hijos, el tiempo, el ejemplo, la escuela de
verdad, la dedicación y el cariño; a los empleados o trabajadores el respeto, el
no haberlos tratado como personas, el hacerles perdedizo su tiempo trabajado o
el empleo mismo; a los patrones o a los jefes, la confianza y la responsabilidad
a la que tienen derecho; a los padres el respeto, el cariño y la ayuda ahora que
ya están viejos y no pueden bastarse a sí mismos, pero sobre todo a Dios, a
nuestro Señor, a Cristo Jesús porque no hemos estado a la altura de las
circunstancias, y sin tentarse el corazón hasta dar como Zaqueo si fuera
necesario, la mitad de nuestros bienes a los pobres.