XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo.Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
La Fiesta de Cristo Rey
es una de las más recientes en el calendario de la Iglesia. Nace apenas en el
1925 en una época en que los reyes y los príncipes comenzaban a formar colección
entre las cosas de la historia y para los cuentos de los niños, junto con las
Hadas y los fantasmas, pero ha llegado a colocarse en un lugar principal, pues
con ella se cierra un ciclo más de vida en la Iglesia. Debemos decir que
definitivamente contrasta la imagen de Cristo crucificado, Rey, del que todos se
burlan, el pueblo, las autoridades judías, los soldados romanos e incluso los
que estaban crucificados juntamente con él, con la imágenes variopintas que nos
hemos formado de Cristo Rey, quizá añorando los días de gloria de los reyes
coronados con corona de oro, los palacios deslumbrantes y las vestiduras de rojo
y escarlata. Cristo tronó siempre contra las autoridades que se servían de su
autoridad para encumbrarse sobre los mortales, a costa de los vasallos o
ciudadanos sencillos, por eso rehusó bajarse de la cruz, como se lo pedían, para
dar una prueba de que en verdad era rey e Hijo de Dios. No lo quiso hacer. Sin
embargo, ante la petición de uno de los malhechores crucificados con él, le
promete que ese mismo día estaría con él en su Reino.
Hoy es día entonces, de acción de gracias, porque Cristo desde lo alto de la
cruz, pero desde su propia resurrección se coloca como el Rey y como el Señor de
toda la Creación. Es el que con su muerte hace que nosotros también tengamos la
esperanza de resucitar. Me llama poderosamente la atención que los hombres,
cuando fueron a solicitarle a David, que se convirtiera en el rey de todas las
tribus de Israel, le recordaron: “Somos de tu misma sangre”. Si ellos pudieron
decirlo de David porque ya Dios se los había comunicado así, con mayor nosotros
podemos sentir que somos de la realeza de Cristo porque llevamos su misma
Sangre, la que él derramó en lo alto de la cruz y que ha nosotros nos ha hecho
sus hermanos.
Y si en verdad queremos alegrarnos con Cristo Rey del Universo, entonces
tendremos que comenzar por alabarlo por la obra admirable de la redención, pues
él entregando su vida entera en lo alto de la cruz dispuso todas las cosas para
que fuéramos trasladados al reino de la luz, y en una humanidad dividida por las
enemistades y las discordias, él tendría que dirigir las voluntades de todos los
hombres para que se dispusieran a la reconciliación. “Tu espíritu mueve los
corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la
mano y los pueblos busquen la unión”, declara el Prefacio de la Reconciliación y
es en verdad el deseo de todos los hombres de buena voluntad y a lo que debemos
consagrar todo nuestro empeño y nuestra voluntad, para lograr que esta loca
humanidad pueda lograr la unión, la paz y la reconciliación entre todos los
hombres.
“Con su acción eficaz Cristo conseguirá que las luchas se apacigüen, y crezca el
deseo de la paz: que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza” ese
tiene que ser el programa de los que seguimos a Cristo, lograr el perdón de los
enemigos y la unidad de todos para que los que hoy sufren hambre, injusticia,
migración forzada y falta de educación adecuada y oportunidades iguales para
todos los hombres y las naciones.
“Que podamos vernos todos los hombres en el Reinado de Cristo, todos los hombres
de cualquier clase y condición, de toda raza y lengua, en el banquete de la
unidad eterna, en un mundo nuevo donde brille la plenitud de tu paz”. Pero que
no dejemos para muy lejos ese momento y ese banquete. Que podamos convertirlo en
una realidad hoy y entre nosotros.