I Domingo de Adviento, Ciclo A 

Mateo 24, 37-44: ¿Cuándo comenzamos a convertir las espadas en arados?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

El profeta Isaías, el gran profeta Isaías, describe la venida del Hijo del hombre afirmando  que en ese día los hombres convertirán las espadas en arados y las lanzas en podaderas y “ya no alzará la espada pueblo contra pueblo y ya no se adiestrarán para la guerra”. Ese sueño idílico referido sin duda alguna a la segunda venida de Cristo, hoy podemos nosotros irlo realizando, pues si bien es verdad que Cristo no adelantará su segunda venida, y que no sabemos cuándo tendrá lugar, también es verdad que el Señor ya está viniendo cada día y cada instante a los que tienen abierto su corazón y su espíritu hacia el Señor de las luces y de los siglos, y también es verdad que Cristo ya vive entre los suyos, acompañándoles desde dentro, metiéndose en sus zapatos, compartiendo su pan y su sal, compartiendo sus dolores y sus sufrimientos, pero también sus triunfos y sus momentos de alegría que también les da la vida.

 

Es el momento de la espera, una espera gozosa, porque al fin y al cabo si Cristo vendrá al fin de los tiempos, no lo hará para destruir este mundo nuestro que es teatro de los acontecimientos del hombre, ni lo hará tampoco para condenar y destruir a los mortales, sino para darle un verdadero sentido a la historia de los hombres, y para conducir al “banquete eterno” a los que haya sido juzgados dignos de él.

 

Así, estamos ya celebrando el primer domingo de Adviento, este tiempo que la Iglesia se ha “inventado”, como una pequeña cuaresma que prepara la Pascua, para preparar ahora la venida de Cristo, desde luego la última, pues ya está dicho que la primera ya tuvo lugar y Cristo viene cada día para ser la alegría de todos los mortales o por lo menos a los que tenemos la dicha de habernos encontrado con él, invitándonos a continuar la labor de acercarlo a todos los que no han tenido esa fortuna.  Pero vendrá para todos, absolutamente para todos, y todos le verán, todos tendrán que pasar por sus manos, todos serán juzgados por él, y ojala que todos pudieran entrar para siempre a ese descanso eterno en que todos los hombres serán congregados en un solo pueblo, en la “nueva Jerusalén”, en la Jerusalén celestial, cerca del Buen Padre Dios.

 

Pero si bien es verdad que el anuncio profético de Isaías está muy lejos de cumplirse, porque no sabemos ni el día ni la hora de la venida de Cristo, nada nos impide ir forjando arados de las espadas y podaderas de las lanzas, es decir que podemos ir transformando nuestras armas de guerra en instrumentos de trabajo, de paz y de felicidad. Por supuesto hay que decir que  los ejércitos ya no combaten con espadas y con lanzas, sino con potentes armas de largo alcance, con telescopios o miradores de gran precisión, que dan directamente en el blanco, pero a nivel más personal o familiar, cuando tenemos a las personas a nuestro alcance, seguimos usando esas armas que parecen objetos de museo, las lanzas y las espadas, pero que sabemos usar con precisión, para apuñalear certeramente a los más cercanos.

 

Es momento de que los niños ya no usen sus manos para la pelea, de la misma forma que ven hacer a los adultos, sino que vayan haciendo de sus manos instrumentos de trabajo, para que la ingeniosidad y el poder creador del hombre se manifieste plenamente en nuevas obras que vengan a unir a todos los hombres.

 

Es momento en que los jóvenes ya no tendrán que usar su propia sexualidad como instrumento para mostrar su superioridad, su machismo y su fuerza, tratándose de los hombres, y no negando ese don encantador de la generación y la maternidad, cosa maravillosa, tratándose de las mujeres, pues entre otras cosas, no menos importantes, a eso han sido llamadas las mujeres.

 

Es momento de que los que se dedican a la política, diputados, senadores, o los que ostentan el poder ya no usen su situación que siempre será de servicio, para sentirse privilegiados y pedir prebendas y emolumentos que no pueden tener los ciudadanos común y corrientes y mucho menos usar de su propio enclave para atacar acérrimamente a otros partidos sin importar el bien de los ciudadanos y de la misma nación.

 

Si eres médico en particular, no puedes usar tu profesión como arma para dejar en la calle a los indefensos pacientes que tienen que someterse por fuerza en manos del médico que los somete a operaciones que no necesitan para poder pagar los coches  último modelo y los lujos que se consideran privilegio de esa profesión. Mucho menos podrás usar tus manos para atacar a indefensas criaturas que no pueden defenderse en el seno materno para quitarles la vida inmisericordemente. En general, como profesionista, nunca podrás usar tus estudios y tu preparación para encumbrarte y subir los peldaños de una situación privilegiada, a costa de haber lanzado y asaeteado a las gentes que con su trabajo y su anonimato contribuyeran para que tú llegaras a profesionista.

 

Es la hora de despertar del sueño, del letargo en el que nos hemos metido, y mientras vamos forjando los arados y fabricando las podaderas, será bueno ir pensando en la necesidad de vivir como quien busca esa vida nueva que Cristo viene anunciando a los hombres, en esa venida que ciertamente tendrá lugar aunque no sepamos ni el día ni la hora. Pero desechar de una buena vez por todos nuestros miedos y temores, nuestras angustias y sinsabores, porque Jesús vendrá a salvar y a liberar, a llevarnos a esa vida nueva que bien podemos considerar “el descanso eterno” pero para los que verdaderamente trabajaron y se cansaron trabajando en bien de sus hermanos y de su mundo. Recordemos con San Pablo que “nuestra salvación está más cerca… la noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz”. Y podemos terminar siguiendo a la escucha de  San Pablo: “Comportémonos honestamente, como se hace en  pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nade pleitos y envidias. Revístanse, más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a malos deseos”.