Sagrada Familia, Ciclo A 

Mateo 2, 13-15. 19-23: La Sagrada Familia, fiesta del amor y de la paz

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Una fiesta instituida apenas en 1893 como celebración opcional, está llamada a convertirse en una fiesta no solo de la Sagrada Familia , sino de la gran familia humana, porque  ésta tiene grandes luces, pero también muchas sombras, mismas que serán aclaradas por esa gran Esperanza que es Cristo entre nosotros, que quiso esconder su divinidad para compartir en todo, menos el pecado, nuestra pobre y débil humanidad.  

Tenemos la tendencia al hablar de la Sagrada Familia , a volver en seguida la mirada a nuestra propia familia, a la familia humana, tendencia muy natural, pero que eso no nos impida considerar y alabar el día de hoy, a esa familia tan especial que Dios nos dio como modelo. Y para no desviarnos, pues, en cosas secundarias, les propongo a mis lectores que seamos guiados por la oración “colecta”, puesta al comienzo de la Eucaristía y antes de la escucha de la Palabra de Dios: 

“Señor y Dios nuestro, tú que nos has dado en la Sagrada familia de tu Hijo un modelo perfecto para nuestras familias…” 

Toda paternidad viene de Dios, y en Dios tuvo origen esa familia espacialísima establecida casi todo el tiempo en Nazaret, y que compartió toda la amplia gama de situaciones que atañen a la familia humana. Nadie se piense que aquella familia formada por María y José, a quien se unió luego Jesús como fruto del amor de Dios, estuvo exenta de los dolores, las fatigas y las persecuciones que afectan a todas nuestras familias. Ellos conocieron el dolor y la incomprensión ya desde los primeros días de Jesús, o mejor desde su propio nacimiento, pues no encontraron un lugar digno para que naciera su Hijo, que nacía Rey, porque era descendiente del Rey David, pero que nacía en la oscuridad, como tantos niños que nacen en la pobreza, en el abandono y en la soledad. La sagrada familia tuvo que sufrir como deportados, las tristes condiciones en un país extranjero, con otra lengua, otras costumbres, otra política y otros “dioses” que hacían dura y difícil su existencia. Pero desde los albores de su existencia, ese Hijo fue moldeando la vida de sus padres, que de por sí vivían a la escucha de la Palabra de Dios, fieles, sencillos, abiertos, alegres al mensaje de la salvación. La relación entre Cristo y sus padres fue una relación enriquecedora, pues él aprendió en la cultura de sus padres, el modo de relacionarse con los hombres, con sus necesidades, con sus alegrías, con sus penas y frustraciones, pero también con sus grandes esperanzas y expectativas. Pero de Cristo, María y José aprenderían la confianza en Dios, el total abandono en sus manos paternales y esa alegría que inundaba todos los poros de Cristo.  Bien está, entonces que nosotros consideremos a esa familia como el modelo perfecto para nuestras familias. 

“…concédenos practicar sus virtudes domésticas y estar unidos por los lazos de tu amor…” 

Pocos datos tenemos de la vida íntima de la Sagrada Familia , como para fincar nuestras propias virtudes, pero si podemos sacar por consecuencia cómo sería el árbol al contemplar y saborear el fruto, también podemos sacar en claro lo que se viviría en la casita de Nazaret, al contemplar ese fruto maduro, fuerte, robusto, varonil, que es Cristo Jesús. Podemos adivinar a esa familia como una familia EN PAZ, una familia donde se vivía y se respiraba la FE en el Dios grande, en el Dios fuerte, que Cristo aclararía como el Dios que se mostraba como PADRE. Ahí se viviría en la ESPERANZA aunque se vivieran días de negros nubarrones y de espesas tempestades. Pero en esa familia se vivía sobre todo en el AMOR, y no precisamente un amor asfixiante, en cierto modo egoísta, que mira precisamente a la familia como un “gheto”, como un coto cerrado al que hay que sacrificarlo todo, como en antiguas familias, sino un amor que va más allá de las fronteras de la propia casa, hasta abarcar a todos los vecinos, a todo el pueblecito, llegando hasta todo el mundo, como lo hizo Cristo que al llegar el tiempo oportuno, abandonó la casa materna y paterna que tanto le había dado, para darse él mismo al mundo, llevando a todos la salvación.   Fruto de esa convivencia en Nazaret, Cristo se presenta como el Rey de Paz, de amor y de entrega, una paz que sin duda alguna a él le costaría la propia vida, pero qué gran cosa hacer que el grano, la semilla muriera, para que pudiera haber abundante fruto para la mesa y sobre todo para los corazones de los hombres. En este punto, hablando de Cristo como el que trae la paz, considero preciso citar un texto del mensaje para la Jornada mundial de la Paz del Papa Benedicto XVI que celebraremos el día primero del año,  que es muy ilustrativo al respecto:  

. “En efecto, en una vida familiar « sana » se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de sorprender, pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de la familia. Por tanto, cuando se afirma que la familia es « la célula primera y vital de la sociedad », se dice algo esencial. La familia es también fundamento de la sociedad porque permite tener experiencias determinantes de paz. Por consiguiente, la comunidad humana no puede prescindir del servicio que presta la familia. El ser humano en formación, ¿dónde podría aprender a gustar mejor el « sabor » genuino de la paz sino en el « nido » que le prepara la naturaleza? El lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la paz. En la desvalorización  de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa « gramática » que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras”. 

“…para que podamos ir a gozar con ella eternamente de la alegría de tu casa… 

Somos una familia en peregrinación, con constante caminar, no podemos detener la marcha, y aunque por momentos sufrimos la paradoja de no querer vivir más, pero tampoco de ir a otra vida que desconocemos, podemos invocar a María, que supo ser no solo madre, sino también maestra, consejera y amiga para su Hijo, e invocarla sobre nuestras familias como lo hace el Papa Benedicto XVI al fin de su segunda Carta Encíclica: “María, tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María , Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hace el reino de tu Hijo. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”.