III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 4, 5-42: ¿Un Cristo sediento y cansado tiene algo que ofrecer?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Quien se imagine a un Cristo superhombre alejado de la realidad y sin estar sujeto a las limitaciones humanas, basta que se acerque al cuarto capítulo de San Juan para darse cuenta de lo equivocado que está y lo cerca que se encuentra Jesús de los hombres que vamos en el camino. Me gusta mucho la descripción magistral de San Juan porque nos presenta a un Cristo muy humano, pero que tiene grandes tesoros que ofrecer a  nuestra humanidad aunque él personalmente no tenía ni un balde para sacar el agua del pozo y saciar su sed. Pero no se parece a muchos hombres de hoy que parece que tienen satisfecha esa imperiosa necesidad del agua para su vida. Corren y corren alimentándose de charcos, de agua fangosa, de lodo y miseria y al final se dan cuenta de que están tan famélicos y tan sedientos como el que más.  Pero no quieren reconocerlo ni sentarse a esperar a alguien que pueda saciar esa sed imperiosa de todo hombre que busca el sentido de su vida. Pero veamos más en detalle lo ocurrido ese día con Cristo. Él bajaba de Jerusalén donde era mal visto por las clases dirigentes políticas y religiosas, porque el número de sus seguidores aumentaba de día en día, y se dirigía hacia su querida Galilea, donde siempre fue aceptado. Sin embargo, había que pasar por el territorio de Samaria, situada precisamente en el medio del camino. Los samaritanos y los judíos tenían pleito casado por razones religiosas, qué curioso, por razones religiosas. No se podían ver, porque cada quién tenía su templo, su “cachito” de la Sagrada Escritura , sus propios rituales y en este caso incluso su propio pozo. Los apóstoles se han ido a buscar alimentos, y Cristo se sienta al mediodía, cansado, sediento, en el mismo brocal de un pozo muy antiguo que alimentaba a todas aquellas gentes. Y viene entonces una conversación singular, donde Cristo de una manera muy inteligente, va a pasar de ser simplemente un hombre sediento, a saciar la sed de una mujer samaritana, de todo su pueblo representado en ella, y de toda la humanidad. No era cualquier clase de mujer. Era inteligente, conocía los intríngulis de su fe, y no fácil de convencer.

 

Cristo al ver que ella tenía su balde en la mano para sacar el agua, inmediatamente le pide: “Dame de beber”. Ella comienza a echar mano de su rivalidad para con los judíos, quienes llamaban “perros” a todos los que no pertenecieran a su raza, por lo tanto también a los samaritanos. Pero Jesús  con todo respeto pero con una profunda claridad, le vuelve la tortilla y afirma: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él y él te daría AGUA VIVA”. Por supuesto que la mujer se reiría en la propia cara de Cristo pues le recordó  que él no tenía  ni siquiera un balde con que sacar el agua y en cambio ella, con todo su pueblo, había  heredado el pozo desde su padre Jacob. Un pozo que por cierto era compartido no sólo para el consumo humano, sino también para saciar la sed de los animales, lo cuál era una inconsecuencia. Éste es el momento en que Jesús aprovecha para ir elevando la mirada de aquella mujer a otra agua que no era ya precisamente la del pozo: “El que beba de esta agua volverá a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, el agua que yo le daré se convertirá DENTRO DE ÉL, en un manantial capaz de dar la vida eterna”.  Entonces sí la mujer abrió tamaños ojos, porque se imaginó que ya no tendría que hacer el diario  y pesado viaje desde el pozo hasta su casa cargando el cántaro con el agua preciosa para las necesidades más indispensables. Pero ella todavía estaba a flor de tierra, todavía no se desprendía del agua material. Por eso Cristo da un paso más y la lleva a un plano personal, invitándola a que vaya por su marido y vuelva. Pero ella se da cuenta de que maridos ha tenido varios, Cristo le habla hasta de cinco, símbolo de los ídolos de su pueblo y de un Dios que ellos de habían fabricado a su medida y a su antojo.

 

Cuando ella se ve descubierta, pero no humillada sino tratada con verdadero amor y cariño, tiene que reconocer que Jesús es el profeta que todos esperaban y Jesús definitivamente le hace entender que desde ahora el culto que los separaba ya no tiene razón de ser, porque desde entonces, “los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le de culto. Dios es espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. Cristo se le da a conocer de una buena vez como el Mesías, “Yo soy, el que habla contigo”.  Eso sólo bastó para desencadenar un cambio radical en la mujer samaritana. El texto dice expresamente que ella dejó el cántaro, ya no servía para nada, ahora había entendido que en Jesús y en su Espíritu, saciaría no sólo su propia sed sino la de todo su pueblo, y consecuente con lo que acababa de descubrir, de inmediato se lanza, regresa  a su pueblo y gritando por las calles anuncia la mesianidad de Jesucristo, al grado que consiguió  que toda la población saliera  al encuentro de  Cristo  y cuando lo vieron y oyeron, muchos creyeron en él primero por la palabra de la mujer, pero sobre todo porque lograron abrir sus corazones a Jesús que los acompañó por dos días, otro símbolo, pues el tercero sería el de su propia pascua, el día de la Resurrección después del trago amargo de su sufrimiento, su entrega, su cruz y su muerte.

 

Dos consecuencias para nosotros, lo primero, será un estremecimiento de nuestras conciencias si en verdad queremos encontrarnos con Cristo que nos cambia la idea de un dios a nuestro antojo, de una religión que no pide gran cosa y que cuando pide no estamos dispuestos a ceder, y de unas costumbres que tienen mucho de cristianismo, pero también mucho de paganismo y de superstición, hasta dar culto verdadero a Dios a partir del Espíritu Santo que ya está enclavado en lo más profundo de nosotros mismos, convirtiéndose en esa fuente de vida que nuestro mundo y nuestra época necesitan.  Y segundo, si ya te has  encontrado con Cristo, llévalo a los demás, como la samaritana, y como recomiendan los Obispos de América en la V Conferencia de Aparecida:

 

Estamos en   una buena  oportunidad para que todas nuestras parroquias se vuelvan misioneras. Es limitado el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical; es inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a

Cristo. La renovación misionera de las parroquias se impone tanto en la evangelización de las grandes ciudades como del mundo rural de nuestro continente, que NOS ESTÁ EXIGIENDO IMAGINACIÓN Y CREATIVIDAD PARA LLEGAR A LAS MULTITUDES que anhelan el Evangelio  de Jesucristo.

 

 Los mejores esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la CONVOCATORIA Y EN LA FORMACIÓN DE LAICOS MISIONEROS. Solamente a través de la MULTIPLICACIÓN DE ELLOS PODREMOS LLEGAR A RESPONDER A LAS EXIGENCIAS MISIONERAS del momento actual. También es importante recordar que el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación, la vida profesional, sobre todo en los CONTEXTOS DONDE LA IGLESIA SE HACE PRESENTE SOLAMENTE POR ELLOS”.