XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Am 6, 1a.4-7-
Salmo 145, 7-10
1 Tm 6, 11-l6
Lc 16, 19-31

1. Importa mucho evitar la tentación de una lectura unilateral de los textos bíblicos que la liturgia de este domingo nos ofrece para nuestro alimento espiritual. No cabe fijarse en la página del evangelio de san Lucas y marginar el durísimo texto del profeta Amós. ¿Quién ha podido decir, con fundamento, que la fe es corta en exigencias y descomprometida ante las realidades de este mundo?
Con toda intención la liturgia coloca uno y otro pasaje como si fueran el anverso y reverso de una única realidad.
En el caso concreto, esta realidad se resuelve en un interrogante. Y es éste: ¿Qué comportamiento ha de calificar al creyente ante la injusticia de este mundo cuando el abundamiento en riquezas de unos es causa de que otros --los más-- no puedan satisfacer sus necesidades más elementales ni afirmar realmente su dignidad de hombres?
La pregunta es más que urgente en un tiempo, como este de hoy, en los creyentes buscamos nuestra propia identidad de discípulos de Jesús de Nazaret. Y la respuesta que se desprende clara y luminosa de estos dos textos bíblicos, leídos uno junto a otro, sirve para impedir que la fe se nos convierta en pura apelación hacia la eternidad con menoscabo de nuestro compromiso en el tiempo y que este compromiso temporal descuide proclamar que más alla de la justicia del mundo todo hombre deberá enfrentarse con la justicia de Dios. Ambas a dos tentaciones son posibles, si bien la segunda sólo afecta, tal vez, a una minoría, en tanto que la primera es, por desgracia, pan nuestro de cada día de amplios círculos de creyentes.
Gran parte de la tensión actual de la Iglesia arranca, sin duda, de una deficiente comprensión dialéctica de estos dos pasajes bíblicos y, por ello, de la adscripción unilateral a cualquiera de estas dos opciones.


2. Para el creyente es dato fundamental afirmar que la salvación de Dios, en lo que llamamos vida eterna, no será patrimonio del hombre si éste ha hecho discurrir su existencia por los caminos de la injusticia respecto a los otros hombres. Los ricos Epulones no tienen acceso a la salvación. El foso que su injusticia ha abierto entre ellos y los demás permanece por siempre. Entre unos y otros, explotadores y explotados, injustos y víctimas de la injusticia, “se abre un foso inmenso para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros ni pueden pasar de ahí hasta nosotros”. Los términos del Evangelio son contundentes.

3. Pero el cristiano, que sabe y afirma este futuro en el que cada cual deberá responder de sus actos ¿debe encomendar a Dios, y sólo para el día de la eternidad, la restauración de la justicia entre los hombres? ¿Puede y debe el creyente permanecer cruzado de brazos ante la injusticia de los poderosos sobre el resto de los miembros de la comunidad humana? Amós, el profeta de dios en una sociedad de consumo desenfrenada, responde “no”. Su denuncia de los excesos de los ricos y poderosos es una invitación a todo creyente a proceder con igual libertad y con idéntico compromiso. “Se acabó la orgía de los disolutos” es su consigna. la denuncia profética, el descubrimiento de las manipulaciones, la defensa de la dignidad humana, la afirmación de los derechos, el exigir un mundo en que sea posible el pan y la libertad para todos, el impedir que la rapiña de unos o el desbordamiento de la prepotencia deje a otros desvalidos, sin defensa y sin bienes, todo esto y mucho más entra de lleno en el papel confiado a los creyentes, aquí, en nuestra historia. La afirmación de Dios que en la salvación restaurará plenamente la justicia no puede convertirse en razón para abandonar el compromiso de establecerla en la tierra.

4.
La condición de creyente es condición de lucha. “Combate el buen combate de la fe”, dice hoy san Pablo. “Conquista la vida eterna”, añade, sabedor de que ésta sólo será dada a quien “sin mancha ni reproche guarde el mandamiento”. Para el creyente, uno y mismo es el Dios que salva y el Dios que compromete a ser justos y a realizar la justicia en la tierra. Es ese único Dios “que da vida al universo” en el tiempo y que “en tiempo oportuno mostrará al único poseedor de la inmortalidad”.