XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ha 1, 2-3; 2, 2-4
Salmo 94, 1-9
2 Tm 1, 6-8.13-14
Lc 17, 5-10

1. Mucho es lo que al cristiano se le exige.
Jesús nos brinda una oferta generosa a vivir su misma vida y ha de ser un honor para nosotros el aceptarla. Nos invita a participar con él, a ser colaboradores de su misión salvadora.
Y hoy tal vez que nunca se impone recordar a los creyentes que la llamada a vivir en la comunidad de Jesús es una invitación exigente. Se equivocan quienes acuden o siguen en el cristianismo como instalados en un clima de seguridades, cálidamente arropados por la esperanza de las promesas de salvación, compensados de los males y angustias de la existencia por la expectativa de un cielo definido como felicidad eterna.
Mayor es aún la equivocación de quienes patrocinan la adhesión al Evangelio como un singular resorte social para habituar a los hombres en el orden, en la paz, en el amor, en el cumplimiento del deber, en el respeto de los derechos de los otros... Quienes así se instalan en la fe y quienes así intentan manipular con la fe de los demás, poco o nada han comprendido de las exigencias que el mensaje cristiano entraña. Si algo hay que define al creyente, este algo es que obliga a afrontar arriesgadamente la peripecia de la vida.


2. Las lecturas bíblicas de este domingo vienen a recordárnoslo. Y lo hacen desde una triple perspectiva. Por de pronto, el evangelio de san Lucas remite a los futuros tiempos la soldada del creyente. Hoy por hoy, la condición de creyentes no es condición de disfrute sino de laboriosidad; no es situación de paz, sino de compromiso para crearla y recrearla continuamente; no es condición de justicia, sino de empeño para practicarla e instaurarla en la sociedad; no es condición de amor, sino de lucha contra los egoísmos y las explotaciones. Jesús para expresar el riesgo exigente de la condición de creyentes, echa mano de un símil. Y la verdad es que nuestra sensibilidad gusta poco de esta imagen que Jesús utiliza para definir nuestra condición de vida. No es tiempo de holgar. Lo es de trabajar. Es tiempo de ser lo que tenemos que ser: Realizadores fieles del plan de Dios para el mundo en cuya ejecución --y esto es muy importante-- el hombre encuentra su propia y personal realización. Es hoy tiempo de faena. La deseada “tranquilidad” queda para más adelante. La promesa existe y es firme; pero , por el momento es promesa y no posesión.

3. No menos provocativo es el mensaje del profeta Habacuc. En un mundo de tensiones, de luchas, de injusticias, ¿qué hace Dios en favor de quienes le confiesan y acuden a su poder?
La boca del profeta, eco de tantas de nuestras voces soterradas o descompuestas ante el mal de la vida y las angustias que padecemos, exclama: “¿Te gritaré “violencia” sin que me salves?”. “¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?”. “¿Hasta cuando clamaré sin que me escuches?”
Con estas o similares palabras los creyentes apostrofamos a Dios en los días de mayor dolor: Cuando no aparece el trabajo que necesita nuestra familia, cuando nos vemos impotentes para superar el cerco de quienes nos atropellan, cuando un accidente nos arrebata la vida de los seres queridos, cuando la calumnia y la difamación, las incomprensiones y las retorcidas interpretaciones de los que nos rodean zarandean la iniciativa que ha surgido de nuestras manos y en la que hemos clavado tanto ilusión... ¿Qué hace Dios, el Dios del amor, que no acude pronto a nuestro auxilio? Y, una y otra vez, la palabra de Dios que viene a recordar al creyente que la libertad del hombre, sea usada para el bien o para el mal, es una frontera que su poder no puede traspasar. La organización --y la desorganización-- del mundo es autónoma. Dios no es en el tiempo la gran solución de nuestras dificultades. Es un estímulo a la justicia, es un impulso al bien, es un acicate a la fraternidad; pero Dios mano nos saca “las castañas del fuego” que enciende el libre juego de la libertad humana. Nos ha confiado la construcción de la familia humana y está siempre como una provocación exigente; pero su acción termina allí donde arranca la libertad del hombre. ¿La actitud del creyente? Esfuerzo y espera. Lucha por la justicia y el amor y la esperanza en que la total justicia y la plenitud del amor sólo será patrimonio humano en la salvación para todo aquel que, en el tiempo, se haya esforzado en su realización. Dice el profeta: “La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará. Si tarda, espera, porque ha de llegar sin ratrasarse”. Aquí el injusto puede alcanzar sus objetivos; el creyente, desde su esfuerzo, se abre al futuro de Dios. “El injusto tiene el alma hinchada; el justo vivirá por su fe”.


3. “No tengas miedo de dar la cara por Nuestro Señor... Toma parte en los duros trabajos del Evangelio... Ten delante la visión que yo te di”. “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía”. ¿Vale como definición del ser cristianos? San Pablo nos lo subraya. Y es bueno que en horas como ésta, en que todo un tinglado social permisivo y consumista cifra su ilusión en lo fácil y placentero, en el éxito a cualquier precio, en triunfar y ganar, los creyentes recordemos que no lo somos para el bienestar, sino para obrar “según el espíritu de energía, amor y buen juicio”.