XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ex 17, 8-13
Salmo 120, 1-8
2 Tm 3, 14-4,2


1. El creyente encuentra en la oración las energías necesarias para su actuación evangélica. La oración no es una evasión de los compromisos que el creyente ha de asumir en el tiempo; es, por el contrario, el espacio y el ámbito en el que se procura la invasión del Espíritu, fuerza de Dios requerida para el combate por el Reino de Dios. Esta es la enseñanza de las lecturas bíblicas de este domingo cuando el que escucha la Palabra de Dios sabe pasar de la anécdota a la categoría y del relato más o menos mítico al núcleo teológico que en el mismo se nos dispensa.
La plegaria sin desfallecimiento de Moisés en la cima del monte está en relación directa con la lucha que los ejércitos israelitas sostienen contra las tropas de Amalec. La insistencia del ruego de la viuda burlada por el juez injusto acaba por poner las cosas en su derecho. Dos oraciones insistentes y machaconas, ¿para qué? Para una victoria en el campo de batalla; para conseguir que el derecho de los pobres sea respetado. No hay, pues, ni un atisbo de evasionismo en la lectura del Éxodo. No la hay en la página del evangelio de Lucas.


2. Porque no se trata con la oración de encomendar a Dios lo que es privativo de nuestro empeño... Dios no suplanta al hombre en los afanes que son propios del hombre y la oración no mira a obtener por “vía de milagro” lo que ha de ser resuelto por “vía de empeño” mantenido y constante. ¿Entonces? ¿En qué consiste la oración del creyente y cuál es su virtualidad en nuestras vidas?

3. Las lecturas bíblicas dejan entender bien claro que la oración del creyente se sitúa entre dos polos: El polo de dios por un lado, y el polo de lo humano, por otro. Aquí, la urgencia, la necesidad, el problema; allí, la fuerza, el criterio, la inspiración. Aquí la constancia y el erre que erre; allí, la fidelidad de Dios que jamás deja de responder a la demanda de los hombres.
Orar es asumir el mundo con sus problemas, discernirlo desde los criterios de Dios y comprometerse a una acción que restaure o establezca en la tierra el Reino de Dios.
Muy oportunamente la liturgia nos trae hoy un texto de la carta del apóstol a su discípulo Timoteo. San Pablo reclama de su amigo y discípulo una fiel escucha de la Palabra, una atenta escrutación de la voluntad divina, y ello para que la Palabra le sirva en todos los menesteres de la existencia.
Porque la Palabra, oída en la oración, escuchada en la oración, asumida en la oración, solicita ser encarnada como criterio, como clave de valor, como punto de opción de la libertad en la vida de todos los días. “Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud”. Desde la oración que trata de hacer de hacer carne propia la Palabra de Dios, el hombre queda pertrechado para todos los compromisos terrenos. “El hombre --subrayará san Pablo-- de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena”.