Solemnidad de Todos los Santos

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ap 7, 2-4,9-14
Salmo 23, 1-6
1 J 3,1-3
Mt 5, 1-12a


1. “Que tenemos que decirnos muchas cosas...” Así escribió el poeta y así pensamos nosotros. porque compañeros de ruta son los que han merecido el título de santos: Todos, los de allí y los de aquí; los que sudan y viven las mismas peripecias en nuestro suelo y en nuestra historia. A todos y el saludo “tuteador”, porque nos hacen compañeros de camino. Los corriente, sin embargo, es que predomine esto que nos pone a sus pies como en olvido del bendito compañerismo que debiera colmarnos de gozo e ilusión, porque nada une tanto como el común sudor. Y lo dicho, sudamos y sudamos lo mismo “compañeros del alma, compañeros”.

2. Entonces, ¿por qué no el altar? No lo desechemos. Pudiéramos añadir uno un tanto nuevo, el altar al “santo desconocido” y ofrecerle flores y encender candelas. El altar no como señal de adoración; mejor, como foto bien expuesta de un pariente, un amigo, un camarada que se fue o que por ahí anda sudando lo suyo y creyendo toda la palabra de Jesús. Altares, bien: plegarias, bueno, pero siempre que tengan más de conversación, de expansión, que de adoración. Plegarias como quien dice al compañero lo suyo esperando lo de él y tejiendo juntos lo del Maestro.
Respecto a la intercesión se hace más difícil –no impolsible–, porque sabemos que cargan lo suyo, que cargaron, pero apenas más. Lo de la intercesión no depende de ellos, es también gracia y, como tal, es del Santo entre los santos. Entonces diríamos que en vez de intercesión podíamos decir “influencia”; ello nos cae más cerca, porque en esto de “influir” algo sabemos y muchos abusamos.


3. Y ¿lo de ejemplar?, pues también, aunque con sus distingos y comprensiones. Jamás habrá más que un “ejemplo”, jamás más que un Maestro, jamás más que un Padre. Los demás, hermanos y compañeros de distintas aventuras y trances, de siglos a veces muy alejados y de leyendas de ordinario muy brillantes. Es cierto que con todo ello los compañeros santos nos dicen que es posible, teniendo que cargar tanto, arribar al final y rendir cuentas bien limpias. Lo cual vale, siempre que no abusemos, porque ellos, incluso entre los más cercanos hay una oscuridad que nos impide juzgar. Ejemplares de ayuda relativa, dejémoslo así.
E insistamos en lo del compañerismo. No vamos solos por esta senda de la historia; nos acompañan muchos, unos refunfuñando y con los ojos cerrados, otros entonando sus himnos, sus cantatas y con la mirada siempre en la polar. Estos son los santos compañeros, porque solo estos acompañan de verdad, acompañan sin pedir nada, sin estorbar, poniendo el hombro donde y cuando ya nosotros no sabemos el cómo poner el nuestro.
Los santos compañeros con sus nombres y apellidos o sin ellos nos van indicando el camino y nos van obligando a reconocer el compromiso de Dios con el mundo. Nuestro Dios es un Padre que amó al mundo hasta el extremo de darnos a su propio Hijo y fue dejando rastros de su paso.


4. Recordemos, para no asustar a nadie, aquello de que la carga o el yugo es suave y, sobre todo, que entre tanto compañerismo hay “uno”, siempre disfrazado, a quien confundimos de ordinario en el camino, pareciendonos un jardinero o un peregrino. recordemos: Aunque se vaya a poner la noche, sentemosle a nuestra mesa. Una nube de amor rodea y empapa la existencia. Quien más amó tiene la razón. Los santos son la gente que amó. Fue entonces cuando comenzó este compañerismo.