XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Sab 11, 23-12,2
Salmo 144, 1-14
2 Ts 1.11-2,2
Lc 19, 1-10


1. - Los textos evangélicos de estas varias últimas semanas, tomados todos ellos del original de san Lucas, han venido subrayando la tremenda dificultad de los ricos y poderosos para recibir el ofrecimiento salvador de Dios. Para el Evangelio --recordamos--, la riqueza dificulta de manera extrema la apertura del hombre a sus propias necesidades y a las necesidades de sus prójimos; y con ello incapacita al hombre a la búsqueda y petición de la salud de Dios y al encuentro con la justicia y solidaridad humanas.

2. - El texto de hoy, tomado igualmente del evangelio de san Lucas, es un grito de esperanza para los ricos. También los ricos pueden ser salvados por Dios, también a ellos les llega la salvación. Un hombre rico se sube a una higuera para ver a Jesús. Es un gran pecador, pues no en vano es "jefe de los publicanos". Zaqueo era rico y, como ocurre frecuentemente, su riqueza tenía orígenes más que turbios. Y, sin embargo, Jesús se hospeda en la morada de Zaqueo, éste se convierte de sus malos caminos y peores trazas y la salvación de Dios entra en su casa. Jesús sabe que allí donde va, lleva consigo su gracia”. Hoy ha sido la salvación de esta casa". Y esto "porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

3. La salvación que es regalo de Dios no es imposible. Pero es una gracia cara. Hay que pagar un precio grande: la conversión del rico. Una conversión real, no meramente verbal. Una conversión eficaz, no meramente sentimental. Una conversión hacia los prójimos y no sólo hacia un Dios lejano que no compromete a cambiar el modo de la existencia humana. Zaqueo se desprende de la mitad de sus bienes y restituye multiplicado por cuatro cuanto ha robado a los demás. Este es el precio de la autenticidad de la conversión y de su aceptación de la salvación de Dios. El texto subraya, sin duda, la misericordia de Dios que, en Jesús, sale al encuentro del más pecador, cual es el rico; pero destaca, al mismo tiempo, las tremendas exigencias de la conversión. Es un grito de esperanza y un clamor de exigencias. No vale fijar los ojos en lo primero y apartar la mirada de lo segundo...

4. - Habrá que advertir que, en el Evangelio de san Lucas, la riqueza que Cristo condena no es únicamente la riqueza de los billetes de banco, las cuentas corrientes y las propiedades inmuebles. Para el Evangelio, la riqueza de estos bienes, enfatizada como dios, es representación de todos los otros ídolos ante los cuales declinamos de nuestra libertad y de nuestra solidaridad. La conversión es posible para todo adorador de los ídolos del orgullo, del éxito, de la rutina y pereza, de la carne y el placer; pero el precio que se reclama es la conversión al Señor de la vida, siempre dispuesto al perdón, ciertamente, pero siempre, exigente en la defensa y promoción del bien de la comunidad humana y de la verdadera realización de cada cual.

5. - Esta reflexión traspasa todo el hermoso texto del libro de la Sabiduría, que la liturgia nos trae hoy para nuestra meditación. Dios está muy lejos de las riquezas injustas, originadas en la injusticia y promotoras de nuevas injusticias; pero Dios no es despreciador de la vida. Todo lo contrario. Si fustiga los ídolos del poder y de la riqueza es porque los ídolos matan la vida de los hombres y Dios es amador de la vida. "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho..." "En todas las cosas está tu soplo incorruptible." Para el creyente toda la realidad es buena y objeto de su amor y de su gozo.
Todos los hombres tienen derecho a amar la vida; el creyente tiene, además, la obligación. Porque al afirmar que todo proviene de Dios creador, el creyente está afirmando la bondad original de todo lo existente. Por eso, el apóstol reclamará de los creyentes que la espera en el advenimiento de Cristo no se les convierta en excusa para huir de los compromisos de la existencia terrena, a comenzar por el compromiso del trabajo. Al creyente se le exige que ame y goce la vida, pero sin atentar en modo alguno contra la vida y la alegría de la vida de todos los demás.