XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

2 M 7, 1-2, 9-14
Salmo 16, 1.15
2Ts 2,16-3, 5
Lc 20, 27-38


1. El evangelio de Lucas --del que la liturgia ha venido tomando una serie continuada de pasajes para todos estos últimos domingos-- está a punto de iniciar el relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Ha concluido ya el largo discurso sobre la salvación y sobre las condiciones requeridas --como actitud interior y como comportamiento social-- para ser salvado por Dios. Entre el tema que culmina y el capítulo nuevo que está a punto de inaugurarse, Lucas introduce una reflexión sobre la resurrección de los muertos. La pasión de Cristo acabará con la victoria de Pascua; la salvación eterna será entregada por Dios al hombre resucitado. Este es el marco en que debemos leer los textos de este domingo.

2. La liturgia nos aporta, en primer lugar una página singular del libro de los Macabeos. El martirio de los siete hermanos contiene el primer testimonio seguro de la fe en la resurrección. La afirmación de la resurrección futura, balbuciente y vaga en otras literaturas veterotestamentarias, restalla aquí con toda certidumbre. Dios les ha dado una "esperanza" que nadie puede quitarles. Se nos presenta aquí un ideal ciertamente heroico que nos muestra concretamente lo que san Pablo quiere decir con estas palabras: "Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria", algo que en modo alguno vale no sólo para el martirio cruento, sino para todo tipo de tribulación terrenal que, por muy pesada que sea, es ligera como una pluma en comparación con lo prometido. "El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna". "Vale la pena morir a mano de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará".
Por eso puede Jesús en el evangelio liquidar de un plumazo la estúpida casuística de los saduceos a propósito de la mujer casada siete veces. La resurrección de los muertos será sin duda resurrección corporal, pero como los que sean juzgados digno de la vida futura ya no morirán, el matrimonio y la familia ya no tendrán ningún sentido en ella; los transfigurados en Dios poseerán una forma totalmente distinta de fecundidad: Pues la fecundidad pertenece a la imagen de Dios en el hombre, pero ésta no tendrá nada que ver con la mortalidad, sino con la vitalidad que participa de la fecundidad viviente de Dios.


3. Esta proclamación en el destino de salvación del hombre tras la resurrección no encuentra fácil audiencia. El desafío de la fe consiste, precisamente, en prestar adhesión a este capítulo definitivo del Mensaje. En el tiempo de Jesús, los saduceos hacían de la resurrección objeto de sus grandes bromas y se burlaban de la misma a base de cuestiones marginales y capciosas. También hoy más de uno recurre a la casuística en torno a la resurrección para desviar su atención del meollo nuclear del tema. Contra la esperanza de la futura resurrección cabe apelar igualmente a la violencia. Es lo que acontece con los siete hermanos Macabeos, mártires por su fe en la resurrección. Para el creyente, una u otra hipótesis puede convertirse en su piedra de escándalo. Por la violencia o por la chanza, la "sabiduría" escéptica o el poder satisfecho de sí mismo, tratarán de colocar al creyente fuera de juego. Todo el que no ha optado por la fe en la resurrección tratará de uno u otro modo de erosionar la fe del que cree en ella.

4. El texto de la carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica entraña un grito de aliento y de esperanza para los creyentes. Dios consuela internamente al hombre de fe. Dios fortalece al que espera en la resurrección. El Espíritu de Dios despierta la confianza y estimula a actuar en coherencia con la certeza en la futura resurrección: "La fe no es de todos", ciertamente; pero el creyente está llamado a dar razón de su fe incluso ante los que no comparten la certidumbre del que se fía de Dios, Señor de la vida. La fidelidad de Dios a su palabra salvadora es más fuerte que la tentación del propio creyente y más poderosa que la chanza y la violencia de los que militan contra la condición esperanzadora del cristiano.
Los hombres que "esperan" firmemente la vuelta de Cristo y la resurrección, los hombres cuyo corazón ama a Dios y reciben de Dios "la fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas", pueden desde ya desde ahora participar en la fecundidad de Dios.