I Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 21, 25-28, 34-36

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Jr 33, 14-16
Salmo 24, 4-14
1 Ts 3, 12
Lc 21, 25-28, 34-36

1. - Al hombre de hoy le cuesta cada vez más esperar. El hombre moderno, con todos sus recursos de la ciencia y de la técnica, prácticamente está perdiendo la experiencia de la espera. Parecería que ya ni tiene expectativas. Más bien parece que hoy no sabemos esperar sino sólo prever, pues nos hemos apropiado de tantas cosas que nos sentimos prácticamente dueños de todo; todo parece estar bajo el dominio del conocimiento y de la organización.
Las sorpresas parecen cada vez más raras.
Esta actitud del ser humano postmoderno no sólo se da frente al mundo y sus misterios. Es de tal manera tan generalizada que también afecta el ámbito de la religión, al grado de que ya no se hace necesaria y se va teniendo como algo propio de otra época.
Para nosotros los creyentes, que partimos de la experiencia real de que no lo sabemos todo ni podemos dominarlo todo; que sabemos que la realidad no se agota en el mundo material; nosotros los que creemos en realidades que van más allá de este mundo que pasa, miramos hacia otro que se nos ha prometido y esperamos confiadamente alcanzar.

2. El adviento es el tiempo de la espera del Señor que viene a todos y a cada uno de los que estamos abiertos a su obra. Este tiempo es “tiempo de gracia” que Dios nos concede recorrer en la Iglesia para hacer cada vez más actual, en la vida de todos los que la formamos, los misterios por los cuales la misericordia divina ha querido mostrarnos su amor.
En la primera lectura, el profeta Jeremías nos hace ver y experimentar la fidelidad de un Dios que promete y cumple a pesar de las múltiples infidelidades de quienes formamos su pueblo.
A pesar del exilio al que está condenado el reino de Judá, por esa fidelidad divina a David, hará surgir un retoño tal que la suerte y el futuro de Jerusalén se verá positivamente afectada, pues recibirá como nombre el mismo de su salvador: “El Señor-es-nuestra-justicia” en el que “justicia” equivale a salvación.

3. Jesús, anuncia Jeremías, viene a salvar a su gente, a hacerle justicia, hasta conseguir que los miembros del pueblo de Dios puedan vivir tranquilos.
San Pablo nos reporta, en la segunda lectura, el deseo y su exhortación a los cristianos de Tesalónica, a mantenerse en la práctica de una fe operante, mediante la práctica de la caridad en la espera de la venida del Señor. Mantenernos en este ritmo de amor y solidaridad fraterna es para nosotros la garantía de un crecimiento permanente en la práctica del bien. Es ésta la manera como los cristianos somos signo inequívoco de seguimiento y de fidelidad a Cristo en la fe, la esperanza y el amor.

4. - Finalmente, san Lucas nos presenta un relato apocalíptico. Jesús mismo nos da la interpretación cristiana de todos esos pasajes bíblicos que, como todo el género apocalíptico, no eran para asustar, sino para dar esperanza. Así dice: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”.
En Jesús, por medio de Jesús, Dios interviene en nuestra historia para liberar, para redimir, para salvar. En Jesús, Dios nos revela que Él, Dios, es salvación; no juicio o condenación, sino salvación. En Jesús, Dios nos dice que Él nos ama hasta dar su vida por nosotros, siendo nosotros pecadores, es decir: Que su amor es incondicional.
San Lucas nos hace ver que la segunda venida del Señor traerá una clara distinción entre los que son fieles de Cristo y los que se oponen a Él. Éstos se llenarán de terror y desesperación, mientras aquellos se mantendrán en calma y serenidad esperando la venida como una victoria propia, pues verán en Cristo la venida de la salvación definitiva, esta es nuestra gran esperanza fundada en la fe en el Resucitado, vencedor del mal y de la muerte que ilumina el horizonte de nuestra existencia y nos hace vivir con una esperanza que no engaña, y que debemos ir consolidando con una fe viva, con una oración confiada, con una fidelidad que nos prepara para el encuentro definitivo con el Señor que animan nuestras pequeñas esperanzas, las de aquí, las de cada día, las de nuestro mundo: Un mundo de hambre y guerra, de globalización desequilibrada, de riqueza creciente de algunos y pobreza galopante de muchos, de descontento y de exclusión social.