1. La liturgia nos invita a recorrer el tercer evangelio, escrito muy
probablemente por un médico, compañero de Pablo de Tarso que se dio a la tarea
de investigar sobre la vida de Jesús, para ofrecer a la comunidad cristiana de
origen no judío, como seguramente él mismo lo era, “la historia de los hechos
que Dios ha llevado a cabo entre nosotros, según nos los transmitieron quienes
desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo
de anunciar el mensaje”. Para ello, dice el autor de este evangelio,
dirigiéndose a un tal Teófilo, “lo he investigado todo con cuidado desde el
principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente,
para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado”.
2. Las lecturas bíblicas de este domingo –la primera y la tercera-- concluyen
con una clara y urgente invitación a pasar de la Palabra, de la audición y de la
escucha a la acción práctica y eficaz en la línea de lo proclamado.
El evangelio nos presenta la primera actuación pública de Jesús en Nazaret, el
pueblo en el que se había criado. Es el único pasaje evangélico en el que se
presenta a Jesús leyendo. Y tal vez lo más destacable de esta escena es la
manera como el mismo Jesús nos enseña a leer la Palabra de Dios. Creyente en
Jesús será por eso aquel que sumido y personalizado el mensaje, trata de
encarnarlo en la vida diaria.
Cristo mismo lo afirmó expresamente, y aunque no lo hubiese hecho es lógico que
el bautizado en el Espíritu Santo y fuego no pueda limitarse a la mera atención
a la Palabra de Dios, sino que intente trasvasar el mensaje a su comportamiento
personal y social.
Cristo, en su primera intervención en Nazaret, concluye la lectura con una
afirmación tajante: – “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
El mensaje define a Cristo, pero no solo en su expresión verbal y escrita, sino
en su realización práctica. El será quien anuncie la buena noticia a los pobres
y la libertad a los cautivos; será quien proclame la vista a los ciegos y la
salvación a los oprimidos; pero, a su proclama, Cristo añadirá el signo de la
liberación practica y el impulso de salvación a cuantos lo requieran.
Jesús sintió la responsabilidad que tenía de hacer cumplir esta profecía: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena
noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista
a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable
del Señor”. “Obras son amores, y no buenas razones”. ¿Y el creyente?
3. En el libro de Nehemías, el pueblo, que escuchaba la Palabra, recibe una voz
de orden: “Enviad porciones a quien no tienen preparado”. La apertura del
creyente a los otros realiza su consagración a Dios. Todo lo demás son meras
palabras o simples entretenimientos. El creyente lo es porque practica los
contenidos del mensaje y no solo porque los afirma en su mente. La mejor
tradición cristiana subraya que no es posible una correcta celebración de la
Eucaristía y una sincera y autentica escucha de la Palabra si la asamblea de los
creyentes no se abre a los demás. La colecta a favor de los necesitados es un
dato que, desde las primitivas asambleas cristianas, está inseparablemente unida
a la acción de gracias y a la proclamación del mensaje. Se trata sin duda, de
una apertura inicial y primaria, absolutamente insuficiente en si misma, pero
signo practico de una postura más general de aproximación a las urgencias de
nuestros prójimos.
En la actualidad, tal vez por un falso espiritualismo, hay muchos que desearían
alejar de los templos las colectas en favor de los necesitados. Estos tales no
han comprendido que el mensaje reclama su verificación en la apertura cordial y
sincera a los otros --a comenzar por los más marginados-- y que la caridad de
nuestras ofrendas y generosidades es un signo expresivo de una postura de
donación más amplia a los hermanos del mundo.
4. ¿Cómo seria posible realizar lo que el apóstol Pablo dice a los cristianos de
Corinto en la segunda lectura de hoy? “Todos los miembros por igual se preocupan
unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro
es honrado, todos le felicitan” No es posible definir la autenticidad del
creyente más que a través de esta preocupación eficaz por los demás. “El ojo no
puede decir a la mano: no te necesito; y la cabeza no puede decir a los pies: no
os necesito.” Hay una solidaridad base entre todos los hombres y no hay lugar a
mayores solicitudes que las referidas a los que tienen mayor necesidad de ellas.
“Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más”.