1.- Dicen que una vez llegó un profeta a un pueblo y comenzó a predicar
en medio de la plaza central. Al comienzo, mucha gente escuchaba con atención
sus llamados a la conversión y se sentían impulsados a volverse a Dios por la
voz de este profeta. Pero pasaron los días y el profeta seguía anunciando su
mensaje con la misma fuerza, aunque el público había ido disminuyendo poco a
poco.
Cuando había pasado algo más de un mes, el profeta seguía saliendo todos los
días a la plaza del pueblo a predicar su mensaje, aunque todos los habitantes
del pueblo estaban ocupados en otras cosas y nadie se detenía a escuchar su
palabra. Por fin alguien se acercó al profeta y le preguntó por qué seguía
predicando si nadie le hacía caso.
Entonces el hombre respondió: “Al principio, predicaba porque tenía la esperanza
de que algunos de los habitantes de este pueblo llegaran a cambiar; esa
esperanza ya la he perdido. Pero ahora sigo predicando para que ellos no me
cambien a mi”.
2.- Sigue teniendo actualidad, y mucha, el texto evangélico de la liturgia de
hoy. Los paisanos de Jesús se creían con particulares derechos a recibir de
cristo un trato de excepción, por la sencilla y elemental razón de que Él era
“hijo de José”, uno del pueblo
En abierto contraste con lo que el texto de san Lucas dice al comienzo de este
pasaje: “Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de
gracia que salían de sus labios”, la narración da un vuelco repentino y comienza
a mostrar la agresividad de la gente hacia la predicación de Jesús: Y decían:
-- ¿No es éste el hijo de José?
Tanto que Jesús mismo toma la iniciativa y expresa las reservas que el pueblo
tiene frente a su palabra: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate
a ti mismo": haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en
Cafarnaúm".
Y siguió diciendo: – Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra
Después, hizo referencia a dos casos muy conocidos en el Antiguo Testamento en
los que aparece una preferencia de parte de Dios por manifestarse a los hijos de
pueblos distintos a Israel: --“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en
su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías,
cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en
todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado. Elías más que a una
viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel
en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que
Naamán, el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y,
levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde
se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”.
Del mensaje de Jesús molestaba –y no poco-- su dimensión universalista. Los
poderosos de su tiempo no lo toleraban; las masas, movidas por aquellos,
tampoco. Jesús daba por terminada la elección exclusivista de Israel al afirmar
que ya no había judíos y gentiles y que las barreras de diferenciación entre
“elegidos” y “no elegidos” caían por tierra.
Esta vieja reacción de Israel persiste, por desgracia, en no pocas de nuestras
comunidades cristianas. Son muchos los que miran con malos ojos el empeño
evangelizador.
3. Nos jugamos en esta partida la realización del designio de Dios sobre el
mundo. De este designio gracioso en su origen, surge histórica y
existencialmente el derecho de los hombres y pueblos a conocer y vivir el plan
divino que es, en definitiva, la clave última de la existencia humana y de la
historia. Todo el mundo, sin exclusión de ningún hombre, es el destinatario de
la buena noticia y la comunidad creyente ha de ser consciente de haberla
recibido para ser portadora del Evangelio.
No está en sus manos secuestrarlo como patrimonio propio y excluyente. Los
hombres, aun sin saberlo, tienen derecho al anuncio de la salvación. Y a la
comunidad eclesial le corresponde posibilitar el ejercicio de tal derecho, sean
cuales sean las dificultades que se les presenten o las necesidades de la propia
comunidad creyente. Jeremías tuvo que habérselas con circunstancias tremendas
para ser fiel a su vocación de testigo y proclamador, de la Palabra. “Te nombro
profeta de los gentiles...; ponte en pie y diles lo que yo ye mando. No les
tengas miedo”.
4. Cristianos desde hace siglos atrás, ¿no nos sentimos un poco o un mucho
propietarios de la Buena Noticia de la salvación? Beneficiarios del amor
salvador de Dios, ¿no lo acapararemos para nuestro exclusivo bien? ¿Que hacemos
para que el mensaje de la salvación llegue todos los hombres de la tierra y por
qué constreñimos en nosotros el amor que nos es comunicado por Dios para amar
con Él a todos los hombres?
Como Jesús, nosotros también tenemos el peligro de ser rechazados por predicar
lo que nos propone el evangelio. Pero no podemos claudicar frente al rechazo.
Como el profeta, habrá que seguir anunciando el perdón, el amor y la paz, aunque
todos nos vuelvan la espalda. Si no es para que los demás cambien, por lo menos
para que ellos y sus costumbres, no terminen por cambiarnos a nosotros.