V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 5, 1-11

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 6, 1-2a.3-8
Salmo 137, 1-8
1Co 15, 1-11
Lc 5, 1-11

1. ¿Quien ha de proclamar, cómo ha proclamar, qué ha de proclamar? A esta serie de preguntas responden los textos bíblicos de la liturgia de este domingo.
El primer interrogante se resuelve en una contestación firme y total: Proclamador del mensaje ha de ser todo aquel a quien Dios confiera esta misión. Más en concreto: Todo el que es convocado por Dios a la Iglesia tiene que sentirse enviado por Dios al mundo para dispensar a los demás el mensaje de salvación. Es éste un principio mil veces reiterado en la sagrada escritura. Dios llama para enviar, Dios convoca para desinstalar, Dios congrega para dispersar. Solicita –según el texto del evangelio de Lucas– las “barcas” de los que le aceptan para, a continuación, comprometerles en la faena de echar las redes, constituidos en “pescadores de hombres”.
La “barca de la Iglesia” es, sin duda, ámbito de salvación, pero no sólo ni primariamente para los que están en ella, sino para los que todavía están fuera. Resulta por esto inconcebible una vocación cristiana sin dimensión apostólica, sin dinamismo misionero, sin decisión de comunicar a los otros el mensaje que es de salvación para todos.

2.- El “milagro” consiste en que, paras esta pesca de salud, cuentan muy poco las técnicas terrenas. El texto del evangelio de Lucas subraya muy oportunamente como Simón se apresta a la faena a contrapelo de sus habilidades marineras, fiado únicamente en la de Dios. Y se comprende: La fuerza del mensaje no reposa en su fiabilidad, en su sabiduría, en lo muy razonable de sus enunciados. Es un mensaje que solicita la fe, que reclama del hombre el fiarse de Dios, que requiere de todo hombre esa total audacia de avanzar más allá de lo que razón y sentido son capaces de demostrar y experimentar.
Mensaje de fe en que Dios, por su poder y su amor, es capaz del “milagro” de procurar al hombre un destino que, aunque intuido y buscado, sólo es accesible porque nos es dado. ¿Y cómo proclamar este mensaje sino a condición de fiarse previamente de la palabra que Dios ha empeñado en Jesús? Solo el auténtico hombre de fe resulta capacitado para proclamar el mensaje de la fe.

3.- Simón y sus compañeros, ante la invitación de poner sus barcas a disposición de Cristo y ante la llamada a ser pescadores de hombres, se desembarazan de todo lo que es posesión e instrumento hábil. El profeta Isaías –así se subraya en la primera de las lecturas– responde con un decidido “Aquí estoy, mándame” a la pregunta del Dios santo que interroga “¿A quien mandare? ¿Quién irá por mi?”. El mensajero del Dios de la salvación ha de ser en todo fiel y sumiso a Dios de quien proviene el mensaje.
No puede “colar” contenidos de su propia cosecha, ni puede ocultar capítulo de lo dado para los hombres, ni puede entrar en ocultas combinaciones entre lo que es carnal y lo que procede de la santidad divina. La más absoluta disponibilidad y fidelidad le son exigidas al creyente a la hora de comunicar a los otros el mensaje de Dios. Cuanto suena a poder, a complacencia con los intereses carnales, a fuerza en los privilegios, a situaciones de excepción y superioridad terrenas..., compromete el vigor y la limpia claridad del mensaje.

4.- El contenido del mensaje se aviene muy mal con todas estas providencias y garantías humanas. Cualquiera de ellas –como lo destaca el apóstol Pablo en su carta a los cristianos de Corinto “malogra nuestra adhesión a la fe” y desvirtúa el mensaje. Este es mensaje de muerte y de resurrección, de aniquilación del pecado que divide y enfrenta a los hombres y de restauración del mundo por los caminos de la justicia y de la fraternidad según el designio de dios. Todo mensaje --todo creyente-- puede hacer suyas las palabras de Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mi. He trabajado..., aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.