1. El evangelista Lucas hasta ahora no había hecho más que presentarnos
a Jesús. Pero no nos había transmitido todavía ninguna de sus enseñanzas.
Asistimos, este domingo, al inicio de estas enseñanzas de una manera muy solemne
a la vez que desconcertante para quienes somos todavía ignorantes de los
verdaderos proyectos de Dios para con nosotros.
Estas primeras palabras, que nos transmiten, cada uno a su manera, tanto el
evangelista Mateo como Lucas, son de alguna manera un resumen muy denso pero muy
preciso del mensaje de Jesús, pues toca lo más hondo no sólo del mensaje mismo,
sino de las condiciones para recibir el mensaje.
Y para recibirlo, –se nos dice–, es necesario, ante todo, tener una profunda
actitud de pobreza a fin poder recibir el don de Dios desde la situación de
necesitados. Es probable que pensemos que no necesitamos nada de nadie, pero no
podemos decir lo mismo de Dios. Si somos verdaderos creyentes, siempre tendremos
necesidad de sus dones. Y por aquí va, me parece, el mensaje que se nos propone
hoy a través de las lecturas que acabamos de escuchar.
2. El profeta Jeremías pronuncia unas palabras de parte de Dios en un lenguaje
sapiencial con una malaventuranza y una bienaventuranza. Al revés de Jesús, que
empezará con cuatro bienaventuranzas y terminará con cuatro malaventuranzas,
como contrapartida. Jeremías no condena, de ninguna manera, el que se confíe en
general en los demás. Pues la confianza de unos con otros, es necesaria para la
convivencia humana. En el contexto político de su tiempo, el profeta reprueba
que se acuda a las seguridades que pueden proporcionar las alianzas con
potencias políticas de entonces y hacer a un lado a Dios que se ha comprometido
en una Alianza de amor con su pueblo. Este es el contexto en que Jeremías
pronuncia su palabra profética. Por eso invita a confiar plenamente en Dios,
garantizando que el justo que confía principalmente en Él, asegura su vida
misma.
San Lucas nos introduce hoy en el contenido de las enseñanzas de Jesús, nos
transmite estas palabras del Señor que son, de entrada, desconcertantes y, hasta
cierto punto molestas y chocantes tanto para ricos como para pobres por tajantes
y contundentes como de entrada parecen. ¿Es que los pobres son dichosos y los
ricos son infelices, simplemente por ser pobres o ser ricos? La experiencia
inmediata parece contradecir esta afirmación. Todos sabemos lo importante que
son los bienes materiales para vivir dignamente. Y, por otro lado, sabemos y
tenemos experiencia de las dificultades, angustias y vergüenzas que pasan
quienes carecen de ellos. La verdad es que ni riqueza ni pobreza hacen feliz al
hombre por sí solas.
3. Lo que Jesús nos muestra con su actitud misma ante los bienes materiales y
ante la pobreza es que una y otra tienen ventajas y desventajas. Ambas pueden
ser buenas o malas según las integremos en la vida de fe. Ya el Eclesiástico
dice: “Buena es la riqueza adquirida sin pecado, mala la pobreza fruto de la
impiedad.” Ésta es la clave.
Desde esta perspectiva de fe podemos hacer que la riqueza, como don de Dios, nos
lleve a abrir el corazón a los que tienen menos y necesitan, con lo cual nos
hace verdaderos testigos del amor de Dios y de su generosidad para todos. Sin
fe, por el contrario, la riqueza puede perdernos al metalizar el corazón y
endurecerlo frente a los que carecen de todo; y, más aún, puede llevarnos a tal
grado de avaricia que nos haga llegar a cometer toda clase de crímenes contra
los más indefensos.
Por otro lado la pobreza, desde la fe nos lleva a poner toda nuestra confianza
en nuestro buen Padre Dios providente y misericordioso y, por eso a relativizar
todo bien de tal manera que nos haga capaces de desprendernos con libertad y
alegría para compartir aún lo poco que tenemos. Pero la pobreza, al margen de la
fe, también nos hace pecar, veamos simplemente a nuestro alrededor, hermanos,
cómo la delincuencia, muchas veces tiene su origen en la necesidad y luego se
convierte en una forma de vida.
4. De manera que entonces, para entrar en el número de los bienaventurados, es
decir entre los discípulos de Jesús, hemos de esforzarnos por seguir las huellas
del que siendo rico se hizo pobre por nosotros. Ni la riqueza ni la pobreza nos
hacen felices o desgraciados por sí mismas. Ambas son una oportunidad para obrar
bien a partir de una relación de amor con Dios y con nuestros hermanos. Pero si
nos quedara todavía alguna necesidad de precisar más esto, no dudemos en escoger
la pobreza, pues es claro que es el camino que el Señor eligió para salvarnos.
Hagámonos pobres o aceptemos serlo como una bendición para acercarnos a los
preferidos del evangelio, es decir, de Jesús mismo. No olvidemos que, a
diferencia de el evangelista Mateo que usa el término “pobre” en su sentido
espiritual y más bien religioso al añadirle “de espíritu”, Lucas usa el mismo
término en griego, pero sin calificativo alguno, con lo cual, según los
estudiosos de la Biblia, se refiere a la pobreza social. Jesús, entonces, se
refiere a los pobres materialmente entendidos.