III Domingo de Cuaresma, Ciclo C

San Lucas 13, 1-9

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ex 3,3-1-8a. 13-18
Salmo 102, 1-11
1Co 10, 1-6.10-12
Lc 13, 1-9

1.- Estos cuarenta días, que conocemos con el nombre de Cuaresma, eran la última preparación que se daba a quienes iban a ser bautizados en la Vigilia Pascual, único día al año en que, en la Iglesia primitiva, se bautizaba a candidatos a formar parte de la comunidad cristiana. El tema esencial de toda la liturgia de esta semana era: Jesús es el agua de la vida.
La idea central de la primera lectura de este domingo, lectura tomada del libro del Éxodo, aparece en la frase con la que también termina el trozo que leemos: “¿Está o no el Señor en medio de nosotros?". Recordemos que, en el relato de la anunciación, Jesús es proclamado, precisamente, como aquel que es “Dios-con-nosotros". Si Dios les ha sacado de Egipto, ¿no esta obligado a facilitarles el camino por el desierto hasta llegar a la tierra prometida? Si ahora mueren de sed, o es que Dios es malo o es que no existe.”¿Está no está el Señor en medio de nosotros”?
El agua refresca, lava, fecunda, regenera; el agua es uno de los símbolos de la vida. En un lugar desértico el agua es la vida misma. Cristo es para nosotros, nos dice la liturgia de esta semana, en el desierto de la vida, el agua que nos lava, refresca, regenera y da la vida nueva.

2.- San Pablo no tiene dudas de que Dios esta con nosotros. No es que saque agua de la roca para saciar nuestra sed, sino que saca agua y sangre del costado de Cristo para salvarnos. Hace a los cristianos de la ciudad de Roma, una verdadera catequesis sobre el bautismo y su valor para configurarnos con Cristo muerto y resucitado.
Recordemos que el bautismo se daba el Sábado Santo a media noche, justamente al final de la cuaresma. Pablo proclama que si algo queda claro sobre Dios es que Él no nos ama porque nosotros seamos buenos, sino porque Él lo es.
Si el hombre pedía --y pide-- agua a Dios, ahora es Dios el que pide agua al hombre. Dios se hace mendigo nuestro. Pero a la vez, Jesús suscita otra sed más profunda, que sólo Él podrá saciar: El agua viva. La narración de la Samaritana es un modelo de catequesis: Un diálogo lleno de tacto, profundidad y poesía.
Sabemos qué sentido le veían a este texto los primeros cristianos si nos fijamos en que siempre fue usado como catequesis necesaria para el Bautismo-Confirmación, dentro de los últimos cuarenta días anteriores al día del Bautismo-Confirmación. El relato del encuentro de Jesús con la samaritana servía para enmarcar los primeros escrutinios dentro de la comunidad acerca de qué candidatos debían ser recibidos o no para su Bautismo-Confirmación. El sentido del relato es, desde luego, bautismal: Jesús es el agua verdadera de la vida. Él, y sólo Él, puede darnos al Espíritu Santo que es el agua espiritual que, de verdad, quita la sed para siempre, y únicamente en Cristo se da el culto verdadero al Dios que pide un culto en Espíritu y Verdad.

4.- El Evangelio no dice que el que se bautizare se salvará, sino que el que creyere y se bautizare, se salvará. El que creyere en Cristo y se bañara con el Espíritu de Dios, se salvará. Si llenos de pecados nos acercamos a Cristo, El nos limpiará. Es el mismo tema teológico que está en la base del relato evangélico que, sobre la mujer pecadora, adúltera, agarrada "in fraganti ", nos trae el mismo Juan.
Porque es un relato con sentido bautismal, la samaritana va pasando de menos a más en el conocimiento y confesión acerca de Jesús, y termina convirtiéndose en testigo-apóstol ante sus conciudadanos. Es precisamente, lo que se quería que hicieran todos los recién bautizados, para eso se les instruía. Jesús se salta, hablando en el lugar más público de un pueblo oriental con una mujer, todas las normas rabínicas dadas en contra. Para mayor problema, esa mujer era una hereje samaritana. Jesús irrespeta todos los convencionalismos y segregaciones. El únicamente ve en esa mujer su condición de persona y su categoría de hijo de Dios, y nada más.
La pregunta que la samaritana, representando a toda la comunidad de los primeros cristianos, hace acerca de los actos de culto, recibe una respuesta importantísima: En adelante, para adorar a Dios, no hay que dirigirse a Jerusalén o a Samaría, que es lo mismo que decir: A un lugar determinado o especial. En adelante, dice Jesús, se dará culto a Dios con espíritu y verdad. La presencia de Dios, pues, no está ligada a ningún lugar “sagrado” o especial. En donde se reúnan dos o tres seguidores de Cristo allí está Él. La presencia de Dios la garantiza Cristo mismo, su cuerpo, o sea la comunidad.