V Domingo de Cuaresma, Ciclo C

San Juan 8, 1-11

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 43, 16-21
Salmo 126
Flp 3, 8-14
Jn 8, 1-11

1. Ahí tenemos el Evangelio, la “buena noticia” Y la figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana que este Jesús que no tiene pecado frente a frente con una adúltera, humillada porque ha sido sorprendida en adulterio. Y piden para ella, sentencia de muerte. Y aquel Jesús que después de echar en cara, sin decir palabra, el pecado de los propios jueces, le pregunta a la mujer: “¿Nadie te ha condenado?” “Nadie, Señor. Pues yo tampoco te condeno; pero no peques más.”
Fortaleza pero ternura. La dignidad humana ante todo. Era un problema legal en el tiempo de Jesús.
Con un disimulo superior a esa mala voluntad de los que le ponían una trampa, Jesús se puso a escribir en la tierra, como cuando uno disimula con un lápiz manchando un papel. Ellos insisten y Jesús da la gran respuesta de su sabiduría: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
Ha tocado la conciencia. Eran los testigos según las leyes antiguas, los primeros que debían tirar la primera piedra. Pero los testigos, al mirarse a su conciencia sentían que eran testigos de su propio pecado. Y la dignidad de la mujer se salva.
Dios no salva el pecado pero si la dignidad de una mujer sumergida en el pecado. El ama, ha venido precisamente a salvar a los pecadores y aquí tiene un caso. Convertirla es mucho mejor que apedrearla. Perdonarla y salvarla es mucho mejor que condenarla.
La ley tiene que ser un servicio a la dignidad humana y no los falsos legalismos con los cuales se pisotea la honradez, muchas veces, de las personas.
Y dice con un realismo espantoso el evangelio: Comenzaron a irse comenzando por los más viejos.

2.- ¡Qué fácil es denunciar la injusticia estructural, la violencia institucionalizada, el pecado social! Y es cierto todo eso, pero ¿dónde están las fuentes de ese pecado social?: En el corazón de cada hombre. La sociedad actual es como una especie de sociedad anónima en que nadie se quiere echar la culpa y todos son responsables.
Por eso, la salvación comienza desde el hombre, desde la dignidad del hombre, de arrancar del pecado a cada hombre. Y la Cuaresma nos llama a la conversión individualmente. No hay dos pecadores iguales. Cada uno ha cometido sus propios pecados y queremos echarle al otro la culpa y ocultar los nuestros.
Qué hermoso el gesto de aquella mujer sintiéndose perdonada y comprendida: “Nadie Señor, nadie me ha condenado. Pues yo tampoco, yo que podía dar la palabra verdaderamente condenatoria, no te condeno; pero cuidado, no vuelvas a pecar”. ¡No vuelvas a pecar! Si Dios nos ha perdonado tantas veces aprovechemos esa amistad del Señor que hemos recuperado y vivámosla con agradecimiento.
Fijémonos en la actitud de Jesús. Una delicadeza para con la persona. Por más pecadora que sea, él la distingue como hijo de Dios, imagen del Señor. No condena sino que perdona. Tampoco consiste en el pecado, es fuerte para rechazar el pecado pero sabe azuzar, condenar el pecado y salvar al pecador.
No subordina el hombre a la ley. Y esto es bien importante en nuestro tiempo. El ha dicho: “No se ha hecho el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”.
La verdadera primacía es el hombre. El hombre siente que cuenta con Jesús, que no cuenta con el pecado y que tiene que arrepentirse y volverse a él con sinceridad. Es la alegría más profunda del ser humano.

3. En la segunda lectura de hoy también tenemos el ejemplo de otro pecador que anduvo engañado mucho tiempo.
La página de san Pablo, el pecador que había olvidado a Cristo, mejor dicho, no lo conoció y más bien creía que Cristo y sus cristianos eran unos traidores de la religión verdadera que era el judaísmo. Y se sentía autorizado para irlos a traer amarrados y acabar con esa secta. Pero cuando Cristo se le presenta y le revela, él cae en la cuenta de su ignorancia y le escribe: "Todo lo estimo ya como pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor". ¡Qué gratitud la de un pecador cuando dice: no te conocía, Señor, ahora sí ya te conozco y ahora todo lo demás me parece inútil en comparación de la excelencia de conocerte a ti, mi Señor! Por él lo perdí todo y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no como justicia mía sino con la que viene de la fe en Cristo.
Cuando ya no se idolatran las cosas de la tierra sino se ha conocido al verdadero Dios, al verdadero Salvador, todas las ideologías de la tierra, todas las estrategias de la tierra, todos los ídolos del poder, del dinero, de las cosas, perecen basura. San Pablo, la palabra es más dura, “estiércol”, dice. “Con tal de ganar a Cristo, todo lo demás parece basura”.
Hoy aparece claro como es Dios el que toma la iniciativa: “El pueblo que Yo formé”, dice en la primera lectura Dios. Es el Dios hablando con Israel: “Yo te escogí, tu historia te la voy haciendo Yo”.
En la primera lectura de hoy Dios invita al pueblo de Israel a descubrir su mano, no sólo cuando salió de Egipto a la tierra prometida sino hoy que viene de Babilonia también para Jerusalén. Descubrir la mano de Dios en las coyunturas históricas del pueblo, ese es un gesto de trascendencia.
Hay que tener en cuenta que todos los males tienen una raíz común y es el pecado. En el corazón del hombre están los egoísmos, las envidias, las idolatrías y es allí donde surgen las divisiones, los acaparamientos; como decía Cristo: “No es lo que sale del hombre lo que mancha al hombre, sino lo que está en el corazón del hombre”, los malos pensamientos. Hay que purificar, pues, esa fuente de todas las esclavitudes. ¿Por qué hay esclavitudes? ¿Por qué hay marginaciones? ¿Por qué hay analfabetismo? ¿Por qué hay enfermedades? ¿Por qué hay un pueblo que gime en el dolor? Todo ésto está denunciando que existe el pecado.