Jueves Santo de la Cena del Señor, Ciclo C

San Juan 13,1-15

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ex 12, 1-8.11-14
Salmo 115, 12-18
1Cor, 23-26
Jn 13, 1-15

1. A través de la Palabra de Dios, vemos como se hacen realidad los tres grandes misterios en los que el Señor desea que entremos hoy y que los contemplemos. Como siempre la Palabra que viene de Dios nos hace entrar en la profundidad del misterio de nuestra vida que alcanza luz y fuerza, precisamente en ella. Nos ha dicho el Señor hoy a nosotros, utilizando las mismas palabras que dijo a su pueblo, en aquella Pascua o primer paso de Dios por la vida de su pueblo, que anunciaba y prefiguraba la Pascua definitiva que iba a realizar nuestro Señor Jesucristo: “Éste será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre”.

2. Por nuestros pecados y también por la fuerza de los poderes de este mundo que desean fijar la atención en la mediocridad de nuestros pecados y no en la grandeza de la gracia y de la fuerza del Señor, el ministerio sacerdotal quiere ser atacado en sus fundamentos mismos. La obra es del Señor y esos fundamentos no hay fuerza humana que los derrumbe. Jesucristo ha manifestado en sí mismo el rostro perfecto y definitivo del sacerdocio de la Nueva Alianza. Esto lo ha hecho en su vida terrena, pero sobre todo en el acontecimiento central de su pasión, muerte y resurrección.
Jesús es el Buen Pastor, que ha venido no para ser servido, sino para servir. Al servicio de este sacerdocio universal de la Nueva Alianza, Jesús llamó consigo, durante su misión terrena, a algunos discípulos y con una autoridad y mandatos específicos llamó y constituyó a los Doce para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios.
A su vez, los Apóstoles instituidos por el Señor llevarán a cabo su misión llamando, de diversas formas, pero todas convergentes, a otros hombres, como obispos, presbíteros y diáconos, para cumplir el mandato de Jesús resucitado, que los ha enviado a todos los hombres de todos los tiempos.

3. La Eucaristía es memorial de la Pascua nueva y eterna, realizada por Cristo de una vez por todas; sacrificio convivial ofrecido a los cristianos para alimento de la vida en Cristo; prenda de la gloria futura; presencia real de Jesucristo. En la Eucaristía no solamente está presente la voluntad de Jesús que instituye un gesto de salvación, sino el propio Jesús. San Pablo nos ha hablado de tres dimensiones de la Eucaristía: Memoria del pasado, “haced esto en conmemoración mía”, pero es relación con una persona Cristo salvador que fue crucificado y ha resucitado. Se nos hace contemporáneo nuestro Jesucristo, realmente presente entre nosotros. Contemplemos, gustemos, vivamos de nuestro Señor; proclamación del presente, ya que hoy está aquí el cuerpo y la sangre del Señor, es Jesucristo quien se hace presente y por tanto toda la historia humana se concentra en este momento extraordinario de la celebración de la Eucaristía, y se nos da una orientación para el futuro, ya que en la Eucaristía se proclama el futuro del hombre y de la humanidad, “hasta que el venga”. Es un futuro que se va haciendo en comunión con Jesucristo. En la Eucaristía, donde el Señor se hace presente, descubrimos mejor que en ningún sitio, que somos amados por Dios, que Él derrama su amor sobre nosotros, manteniendo y prolongando su Encarnación entre nosotros. En la Eucaristía, se nos comunica algo indescriptible: que nada puede separarnos del amor de Dios.

4.- Nos lo ha dicho el Evangelio que “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y no hay posibilidad de formar parte de su pueblo, de vivir de su vida y con su vida, más que acogiendo ese amor que Él nos ha regalado. Hoy celebramos el día del amor fraterno. Pero, ¿qué amor celebramos? Se trata de acoger el mismo amor del Señor en nuestra vida. No es una solidaridad más sobre asuntos que ciertamente tienen que ver con la construcción de este mundo. No se trata de utilizar las mismas armas que otros utilizan siendo en sí mismas buenas y muy humanas.
Hoy nos pide el Señor que salgamos a la vida con la originalidad de su amor, que además solamente nos lo puede dar Él. Los cristianos en este sentido, tenemos que tener el atrevimiento de salir a este mundo entregando este amor. No podemos aguarlo con otros amores por muy humanos y por tanto por buenos que sean. El Señor nos mete en este mundo para hacer entrega de su amor. Y esto nos está exigiendo ser testigos de ese amor, es decir, haber tenido experiencia del amor de Dios. Nadie puede ser testigo de nada si es que no ha visto aquello para lo que decide presentar su testimonio. Esto nos está pidiendo un descentramiento de nosotros mismos. En segundo término ser amigos de quien da ese amor y mantener esa amistad siempre: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. Y lo que nos pide el Señor es que vivamos en este mundo con su originalidad, que es entregar el amor de Dios a los hombres. Y para entregar este amor, hay que ser místicos. Y el místico no es un ser especial, es el hombre o la mujer que han decidido salir fuera de sí mismos. Es lo que hizo Jesús, todo lo puso en manos del Padre para estar dispuestos a ser mártires, a dar la vida por este amor, que para nosotros tiene un nombre: Jesucristo. Es tomar la decisión de depender solamente de quien ama.
Se trata de entrar y de participar en el centro mismo del misterio de la Eucaristía para vivir este amor. Es en la Eucaristía donde descubrimos mejor lo que es vivir de este amor. El Amor es el corazón de la Iglesia. Recordemos aquella expresión de Santa Teresa de Lisieux: “comprendí que la Iglesia tenía un Corazón y que este Corazón ardía de amor. Entendí que sólo el amor movía a los miembros de la Iglesia”.

5. ¿No es esto decir que el gran desafío que tenemos es vivir del amor que Jesús nos ha entregado? ¿No es este amor el único que da la posibilidad de vivir y crear la comunión? Promovamos una espiritualidad de comunión que nos haga sentir a cada ser humano como alguien que me pertenece y como alguien al que tengo que darle espacio en mi vida. Sintamos y vivamos según el compromiso de vida al que nos lleva esta espiritualidad.