Sabado Santo: La Vigilia Pascual.
San Lucas 24, 1-12

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Gn 2, 1-2,2
Salmo 103, 1-35
Gn 22, 1-18
Salmo 15, 5-11
Ex 14, 15-15,1
Salmo (ex) 15, 1-18
Is 54, 5-15
Salmo 29, 2-13Is 55, 1-11
Salmo (Is 12, 2-69
Ez 36, 16-28
Salmo 41, 3-5; 42,3-4
Rm 6, 3-11
Salmo 117, 1-23
Lc 24-1-12


1.- La Iglesia nos anuncia esta noche la gran alegría de la resurrección de Jesús. Después de tantos y tan dolorosos sufrimientos a lo largo de su pasión el cuerpo de Jesús reposó en el sepulcro embalsamado con prisas por las piadosas mujeres y los discípulos en la víspera del gran sábado. Aquel cuerpo roto por tantas heridas y afeado por las manchas de sangre yacía inerte y había hundido la poca fe de los discípulos.
Todo había terminado con aquella gran injusticia, con la muerte del santo Mesías que había derrochado bondad a su paso por las aldeas de Israel, curando enfermos, resucitando muertos y anunciando la inminencia del reino de Dios. ¿Qué quedaba de todo aquello? Una gran desilusión, que llenaba de confusión y oscuridad a los testigos más cercanos de la vida de Jesús.
Nosotros contemplamos la pasión de Cristo y su gloriosa resurrección desde la fe. Somos privilegiados para comprender el designio de Dios, porque desde esta luz podemos comprender mejor las Escrituras, que desde los primeros tiempos habían profetizado la muerte del Mesías y al mismo tiempo la esperanza del triunfo de Dios en su Hijo para la salvación de todos los hombres. Así estaba profetizado. "Todo se ha cumplido", dijo Jesús poco antes de morir. Todo se ha cumplido definitivamente cuando en la mañana del primer día de la semana Jesús se levanta de la postración de la muerte y comienza una nueva vida, llena de gloria y felicidad como primicia de todos los que hemos de resucitar con él y entrar a la Casa del Padre.

2. Esta noche la Iglesia anuncia la resurrección de Cristo llena de gozo y puede exclamar en el pregón pascual: “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo... Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal Redentor!"
La Iglesia y nosotros con ella anunciamos al mundo esta gran noticia: Que Cristo ha resucitado para nuestra salvación y vive para siempre en la gloria del Padre.
La reacción de los que escuchan este Evangelio es parecida en todo tiempo. Unos creen este anuncio y otros no. Los incrédulos lo interpretarán como un engaño, o como una ilusión de los discípulos fanáticos. Incluso aquellos que aceptan la figura de Jesús como un singular profeta no tendrán inconveniente en aceptar la resurrección como una bella “metáfora”, contentándose con el legado de las enseñanzas de Jesús. Verdaderamente era un profeta, un gran profeta, pero el anuncio de su resurrección les parecerá un exceso.

3.- Nosotros esta noche experimentamos el gozo de la fe que transforma y levanta nuestros corazones impulsándonos a proclamar con la Iglesia a los cuatro vientos: ¡Jesús ha resucitado!
La fe adormecida se ilumina. El corazón siente la caricia de la llama del Santo Espíritu. Todo encaja a esta luz, las profecías y las enseñanzas del Maestro, que como a los discípulos de Emaús se sienta con nosotros a la mesa, nos parte el pan y nos abre el sentido interior para comprender las escrituras, convenía que el Mesías padeciera y entrara así en la gloria como el primero de los hombres a quienes se les han abierto las puertas del paraíso.

4.- Esta noche Jesús nos invita a renovar nuestro bautismo y la confirmación, que nos concedió la gracia de pasar de la muerte a la vida. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, estaríamos aún sometidos a la esclavitud de nuestros pecados, como enseñaba Pablo a los fieles de Corinto. La celebración de la pascua de la resurrección nos impulsará a vivir la fe bautismal, a ser fieles discípulos de Jesús, muriendo al pecado de una vez para siempre para vivir para Dios en Cristo Jesús resucitado. Esta es nuestra tarea fundamental si queremos ser mensajeros de la buena noticia ante nuestros hermanos.
La pascua de Jesús nos invita a sacudir la indolencia y la postura individualista de la comodidad, para entregarnos a la vida comprometida en el amor fraterno. Nuestro testimonio se realiza no solo con palabras, sino principalmente con obras de amor y misericordia, porque estas obras son signos del poder de Dios que actúa en nosotros por la resurrección de Jesús. "Seréis mis testigos. Yo os envío. Estaré con vosotros hasta el fin del mundo."