V Domingo de Pascua, Ciclo C.

San Juan 13, 31-33a. 34-35

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 14, 20b-26
Salmo 144
Ap 21, 1-5a
Jn 13, 31-33a. 34-35


1. - La Resurrección nos hace posible un nuevo modo de relacionarnos entre nosotros y con Dios; aunque esa idea aparece claramente en el Evangelio de la Misa, toda la liturgia de la ceremonia dominical está impregnada de ella.
En el comienzo de la Iglesia, como se ve en la primera lectura de la Misa, sacada de los Hechos de los Apóstoles, todo en la Iglesia era “base”, casi no había “institución”. Lo esencial era la predicación del Reino, llevados por el Espíritu Santo. Había que organizar las comunidades, animar a los miembros, predicar el reinado de Dios. No se había escrito lo que ahora conocemos como el “Nuevo Testamento”, todo era puro impulso del Espíritu de Dios. San Pablo designa a personas respetables para que presidan la comunidad que vive el Reino y lo anuncia, con sus hechos y palabras. Nada, en esas comunidades, ahogaba al Espíritu, al impulso, al ánimo. Ahora todo parece más importante; el Espíritu se ha vuelto letra; el amor se ha vuelto Ley; la comunidad se ha vuelto “institución” y montones de “forma” en las que cuesta ver al Espíritu. Preguntémonos: ¿Cómo son nuestras comunidades? ¿Cómo es nuestra familia?, ¿nuestra parroquia?, ¿nuestra Iglesia? ¿Se ve en ella el Espíritu de Dios o sólo la Ley, la forma, lo institucional?

2.- El Apocalipsis anuncia un cielo nuevo y una tierra nueva, que no son un cielo y una tierra distintos, sino un cielo y una tierra renovados, regenerados. Un cielo y una tierra en los que la relación con Dios no se hace a través de imágenes o templos, sino inmediatamente, con la presencia misma de Dios entre nosotros. Si Cristo significa algo es precisamente la supresión de todo otro intermediario necesario que no sea Cristo mismo.
Si el Apocalipsis hace algo es anunciar precisamente la supresión de todo lo que es pecado o consecuencia del pecado: el dolor, la enfermedad, la injusticia, la muerte. Y no puede ser menos: en donde reine plenamente Dios no puede reinar lo que no es Dios o que es enemigo de Dios. ¿Es así nuestro anuncio del Reino? ¿Nuestra predicación anuncia la alegría que conlleva la presencia misma de Dios o, somos mensajeros del dolor, las amenazas y la muerte, falsificando el sentido del Apocalipsis?
Juan nos dice, en la tercera lectura de la liturgia eucarística, que, para su Evangelio, la “hora” de la muerte de Cristo es “la hora” de su glorificación. Cuando Judas sale a venderlo, Jesús, para Juan, ha entrado, automáticamente, en el proceso que lo llevará a la muerte y, por ello, a la glorificación como Señor del universo.
Que no nos extrañe, Jesús llama “hijos” a los apóstoles porque en esa época ésa era la relación que se establecía entre un maestro y sus discípulos. Jesús acaba de lavar los pies a sus discípulos y acaba de decirles: “ustedes me llaman “maestro” y, lo soy”; no hace, pues, sino sacar las conclusiones lógicas de la mentalidad israelita acerca de esto.
Y ahora viene el golpe. Recordemos que todo esto ocurre durante la última cena y, por ello, en el ambiente en el que vivían los cristianos de la Iglesia primitiva sus eucaristías. El amor es lo esencial. En el amor se resume toda la Ley. Preguntémonos: ¿tienen nuestras Eucaristías algo de ese amor que Jesús declara como su único mandato? ¿Es pura teoría, o llevamos siquiera algo a las consecuencias?
Recordemos que san Pablo les dijo a los cristianos de Corinto que sus Eucaristías no lo eran porque todo se les iba en hablar en lenguas y en profetizar, pero ya no compartían nada por amor, aunque se las pasaran hablando de amor. ¿No nos diría lo mismo a nosotros?
Lo que siguió a esas palabras de Jesús fue tremendo cuando lo dijo y resulta más duro ahora: “la señal por la que conocerán que son discípulos míos es que se amen los unos a los otros”. No por los templos, ni las imágenes, ni por ser amigos de curas, obispos o Papas, ni por las velas, ni las novenas, sino por el amor. ¿Somos siquiera cristianos? ¿Nos diferenciamos de los que viven sólo para el egoísmo, para la acumulación, para la comodidad? ¿A quién amamos? ¿Amamos de verdad a alguien siquiera?