VII Domingo de Pascua, Ciclo C.
San Juan 17 20-26

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 7, 55-60
Salmo 96
Ap. 22, 12-14.16-17.20
Jn 17 20-26

1.- La Iglesia, este domingo, nos recuerda los primeros días de la comunidad cristiana. Después de presenciar la Ascensión de Jesús al cielo, los apóstoles y la Virgen María se reunieron con los otros discípulos del Señor. Los seguidores de Cristo se mantuvieron unidos en oración mientras esperaban la venida del Espíritu Santo. Recordando estos hechos, la Iglesia nos invita a meditar sobre la necesidad que tenemos todos de orar por la unidad de la comunidad cristiana. Nuestro Señor Jesucristo desea ardientemente que la humanidad llegue a la unidad en la Santa Iglesia que Él fundó. Prometió a los apóstoles que su Iglesia permanecería en el mundo hasta el fin de los tiempos. Y nos dice que su Iglesia debe ser signo de unidad en este mundo tan desunido.

2.- La unidad es un don de Dios que está estrechamente unida a la oración. En el evangelio, san Juan recoge la bella oración que nuestro Señor hizo al Padre durante la última cena. Aparentemente es la oración del Jesús terreno que en vísperas de su muerte se está despidiendo de sus amigos. En realidad proyecta el evangelista los rasgos de su glorificación. El que hora es el “Señor” resucitado, el Cristo pascual. Aquí nos llega el rumor del diálogo profundo que fluye entre el padre y el Hijo retornado, vencida la cruz y la muerte; retornado a la casa paterna, pero no olvidado ni desconectado de los innumerables hermanos que somos para él los hombres.
“Padre santo: No sólo por ellos ruego, sino también por los que creerán en mí por su palabra, para que todos sean uno...”. Así oró Jesús levantando los ojos al cielo. Oró especialmente por la unidad de sus seguidores ya que sabía que, después de la Ascensión, se quedarían solos en el mundo hasta la venida del Espíritu Santo. El Señor pidió al Padre que le diera a los apóstoles la fuerza necesaria para mantenerse fieles a Él y unidos en la fe y en la verdad. Jesucristo fundó una sola comunidad cristiana porque quiso que existiera una sola Iglesia.

3.- Ese deseo de Jesús debe ser también el nuestro, que haya una sola Iglesia, y que se mantenga unida, que seamos uno, como nuestro Señor es uno con el Padre. Nos sentimos desanimados al constar que tras veintiún siglos, esta oración de Jesús por la unidad no ha reconciliado a todos los humanos. Tenemos la impresión de que las divisiones que padecemos son mayores y más numerosas que cuando Jesús empezó a anunciar el Reino de Dios. La esperanza que cada día despabila entre nosotros nos señala que la unión fraternal de la humanidad es más una promesa a cumplir en el final de los tiempos que una realidad de nuestra historia.
Sin embargo ahora sentimos con mayor lucidez y con más dolor las situaciones de hostilidad y división. Al menos nos dejamos engañar cada vez menos por las trampas que nos quieren disimular y ocultar nuestras rivalidades. Y cada generación se siente más sublevada por las discordias que encuentra a su llagada a la vida.

4.- Sabemos lo difícil que es mantener la unidad entre los cristianos. Algunos piensan que esto es debido a que entre los cristianos hay gran diversidad de naciones, lenguas y culturas. Pero en los tiempos de los apóstoles, a pesar de que la comunidad era mucho más pequeña, no faltaron los que rechazaban la fe como la enseñaban los apóstoles. Algunas personas, mostrando su soberbia, decían que ellos conocían, mejor que los propios apóstoles, lo que Jesucristo quería para su Iglesia. Y, debido a esa intransigencia y a ese rechazo, varios grupos acabaron separándose de la Iglesia que Cristo fundó. La falta de amor y de comprensión siempre ha sido la mayor causante de la desunión en la comunidad cristiana. Aún tenemos en nuestra Iglesia dificultades con la unidad. Muchos cristianos aún no están de acuerdo sobre cómo debemos seguir a Cristo. Ignoran, o quizás no quieren escuchar, el mensaje de amor y unidad que Cristo nos ha dado.
La unidad en la Iglesia se palpa cuando las obras de la comunidad provienen de un mismo espíritu. Y se muestra en la unión visible de sus miembros. Por eso siempre decimos que un miembro de la comunidad Cristiana nunca debe sentirse solo o ignorado. Es importante que hagamos un esfuerzo especial para mantener la fraternidad Cristiana. Nuestra meta debe ser la unidad cristiana. Tenemos que hacer todo lo humanamente posible para que nuestra Iglesia se mantenga unida.
Hay muchas maneras de tratar de conseguir este sueño tan deseado. Pero la más eficaz, según Nuestro Señor, es nuestra ferviente oración para que haya unidad entre los cristianos.

5.- Estamos a la espera del Espíritu Santo de Pentecostés. Todos los textos nos han hablado de una existencia en tránsito. Que nuestra oración sea una súplica para que esta unidad tan deseada por Cristo sea una realidad para que el mundo pueda reconocer que el amor del Padre al Hijo incluye el amor a los hombres.