Solemnidad. La Ascensión del Señor
San Lucas 24,46-53

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 1, 1-11

Salmo 46

Ef 1,17-23 (o bien) Ef 4, 1-13

Lc 24, 46-53 

1. Con este domingo se cierra, en la liturgia actual, el ciclo de la Pascua de Resurrección. Originalmente todo el ministerio pascual se celebraba en la noche del sábado Santo. Ese día se conmemoraba el nacimiento de Jesús, su muerte, su resurrección, su exaltación y la difusión del Espíritu Santo entre los miembros de su cuerpo, la comunidad. Con el interés de ir desenvolviendo todo el ministerio pascual en forma pedagógica, se fueron creando fiestas cristianas que le daban un nuevo sentido, adquirido en Cristo, a fiestas judías o paganas; así nació el ciclo litúrgico anual que ahora conocemos. En este domingo la liturgia enfoca el tema de la ascensión. 

La ascensión no es una ida o cambio de lugar. Jesús no se va, por la ascensión, a otra parte; por eso oiremos a Jesús mismo decir que Él se queda con nosotros hasta el fin de los tiempos.  Podemos entender esa expresión de Jesús de cualquier manera menos creer que Jesús está mintiendo cuando dice que Él se queda con nosotros. La ascensión es una ascensión en poder.  Jesús sube como “sube” el que hasta ayer no era nadie y hoy es  quien está en el poder. Justamente eso es lo que Jesús dice en el momento de la ascensión: a mí se me ha dado todo el poder entre el cielo y la tierra, es decir, según la mentalidad judía, en el universo entero. 

2.- El relato de la ascensión, como cada uno de los trozos del Evangelio, es una catequesis acerca de Jesús. El relato intenta expresar teológicamente, pero en forma dramática, plástica, visual, el momento en que los apóstoles se dieron cuenta, se hicieron conscientes, de todo lo que Jesús era.  El momento en que los primeros seguidores de Jesús se hicieron conscientes  de que Dios, el Dios que se había revelado a Abraham y a Moisés, se había hecho plenamente presente a ellos en la persona de Jesús de Nazaret, y entonces, a su vista, Jesús se elevó, subió, se convirtió en “el Señor Jesús”. Ellos entendieron que, en Jesús, Dios se había hecho carne y por eso Jesús era Dios-con-nosotros.

La Ascensión es el cumplimiento de cosas que el pueblo judío esperaba desde hacía siglos: la presencia plena de Dios en medio de un pueblo y la exaltación del Mesías como señor del universo.

Pero la ascensión no sólo nos revela algo sobre Jesús, sino que también nos revela algo sobre el hombre y sobre todo hombre. A veces, cuando alguien viene llegando de otro país, uno le pregunta: ¿allí están dando por televisión tal novela? Y si el otro responde: allí ya terminó de darse; la gente pregunta: ¿y en qué acaba la novela? La ascensión nos revela en qué acaba la vida del hombre, de la humanidad.  La vida del ser humano no acabará en muerte, ni acabará con el triunfo del poder, o de la institución, ni con el triunfo del dinero o de la violencia. La vida del ser humano acabará en exaltación, acabará en una ascensión, en una asunción plena del hombre por parte de Dios. Por eso, en la segunda lectura de este domingo, Pablo nos dice que, con la ascensión de Jesús, nosotros sabemos cuál es la esperanza a la que Dios nos llama, es decir, sabemos qué nos espera.  

3.- A propósito de la ascensión, quisiéramos subrayar tres cosas: a) La segunda “venida” del Señor no significa que el Señor se ha ido, eso contradeciría lo que el Evangelio afirma: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”. Cuando hablamos de una segunda “venida” expresamos que aún esperamos la manifestación gloriosa de Jesús como Señor del universo y de la creación entera. Expresa, esa idea, que aún esperamos la plenificación del Reino de Dios que ya está sembrado aquí y que aquí tiene que producir su cosecha. Por eso decimos “venga a nosotros tu Reino”, en cada padrenuestro que rezamos.

b) Escuchemos la advertencia de los dos hombres vestidos de blanco en el relato de la primera lectura: ¿qué hacemos mirando al cielo? No tenemos nada que estar mirando allí. Cristo está con nosotros hasta el fin de los tiempos, aunque parezca no estar como antes.  Es nuestra obligación hacer todo lo que podamos para que su reino llegue. En donde hagamos reinar al amor ha empezado a reinar Dios, porque Dios es amor.

Y c)  Todo el poder en el universo ha sido entregado a Cristo. Ya no hay nadie más que tenga poder; nadie que no sea parte de Cristo tiene poder. Todo el poder que nosotros le estemos asignando a alguien, bueno o malo, se lo estamos quitando a Cristo.  Nada, pues, de espíritus poderosos de ninguna clase; el poder le ha sido entregado a Cristo y nadie puede arrebatarlo de su mano.