Solemnidad. Natividad del Señor (25 de diciembre)

San Lucas 2, 1-14: Misa de medianoche (Misa de Gallo)

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is, 1-3.5-6
Salmo 95, 1-13
Tt 2, 11-14
Lc 2, 1-14

1. «Despiértate, hombre y mujer, porque por ti Dios se ha hecho hombre». Con esta invitación san Agustín nos invita a acoger el nacimiento de Cristo. Ciertamente se ha hecho hombre por nosotros.
Escuchemos con oído atento la inefable melodía que resuena en el silencio de esta noche. El alma silenciosa y solitaria canta al Dios del corazón su canto más suave y afectuoso. Y puede confiar en que Él le escucha. De hecho este canto no debe ya buscar al Dios amado más allá de las estrellas, en una luz inaccesible, donde habita y ninguno puede verle.
Porque el Verbo se ha hecho carne, Dios está cerca y la palabra de amor, encuentra su oído y su corazón en la sala más silenciosa del corazón.

2. Merece la pena el encuentro con el Dios hecho hombre. Pero es difícil escribir y hablar de Belén y del nacimiento de Cristo en la ciudad de David.
Ante esta historia-relato de un Dios que se hace Niño en un portal, los incrédulos —y no faltan— dicen que es una bella fábula; y los creyentes lo viven muchas veces como si lo fuera, asediados por simbolismos y prácticas que se han añadido a esta fiesta que están muy alejados de lo que verdaderamente es ella misma.
Por eso, frente a este comienzo de la gran locura de Dios, que es que su Hijo se hace carne y nace, unos se defienden con su incredulidad, otros con toneladas de azúcar.
Porque de eso se trata: De defenderse. Por un lado, sucede que todas las cosas de Dios son vertiginosas para nosotros. Por otro, ocurre que el ser humano no es capaz de soportar mucha realidad. Y, ante las cosas grandes que le superan, se defiende: Negándolas o empequeñeciéndolas. Dios es como el sol: Agradable mientras estamos lo suficientemente lejos de él para aprovechar su calor y huir de su quemadura. Pero, ¿quién soportaría la proximidad del sol? ¿Quién podría resistir a este Dios que “sale de sus casillas” y se mete en la vida de los hombres?
Por eso, porque nos da miedo un Dios que se hace hombre, hemos convertido la Navidad en una fiesta de confitería y regalos. Nos derretimos ante “el dulce Niño de rubios cabellos rizados” porque esa falsa ternura nos evita pensar en esa idea vertiginosa de que sea Dios en verdad. Una Navidad frivolizada nos permite al mismo tiempo creernos creyentes y evitarnos el riesgo de tomar en serio lo que una visión realista de la Navidad nos exigiría.

3. Lo que nos dice la Navidad es que Cristo, el Salvador, está aquí para nosotros. El misterioso mensaje del nacimiento de un Niño en Belén a quien se llamó --y es-- “Salvador del mundo” nos conmueve. Sin embargo, los conceptos que escuchamos y utilizamos para hablar cristianamente de la Navidad (redención, pecado, salvación, etc.) suenan a nuestros oídos, y no digamos a los cristianos alejados y a los que se han ido de la Iglesia, como palabras pertenecientes a un mundo desaparecido hace tiempo; y muchos dicen que tal vez fuera un mundo hermoso, pero que no es el nuestro.
Cristo sí es la verdadera luz del mundo. El sol es bueno, pero el poder que tiene no lo tiene por sí mismo; sólo puede existir y tener poder porque Dios lo ha creado en su Hijo. Y hay que adorar al verdadero Dios, la fuente de toda luz. Son esa oscuridad y ese frío que provienen del corazón cuando está lleno de tinieblas: Odio, injusticia, manipulación cínica de la verdad, crueldad y trato indigno de la persona.

4. El miedo primitivo a que el sol pudiera morir un día ya no nos preocupa: La física ha hecho desaparecer ese miedo. Pero, ¿no sigue siendo el hombre actual un ser del miedo? ¿Qué periodo de la historia humana ha podido sentir ante su propio futuro más miedo que el nuestro? Tal vez la razón de que el hombre actual viva tan sólo del presente haya que buscarla en que no resiste mirar el futuro a los ojos. ¿Acaso no buscamos hoy otros soles que calienten algo nuestro frío interior, soluciones que no son soluciones? ¿Acaso no deshumanizamos la vida sin buscar la verdad y todo lo reducimos a la eficacia, caiga quien caiga, yendo a lo práctico y tangible que cubra nuestros cuerpos del frío del alma?
Ya no tememos que el sol pueda ser vencido por las tinieblas, que un día pueda no regresar cuando se pone; pero seguimos teniendo miedo de la oscuridad que viene del hombre. Tenemos miedo de que el bien pierda su fuerza en el mundo.
De que poco a poco pierda su sentido intentar vivir en la verdad, la pureza, la justicia, el amor, porque pronto reinará en el mundo la ley del más fuerte, de los que actúan sin consideración y con brutalidad, y no los santos.
Con cuánta frecuencia nos encontramos con que nos ha invadido el miedo a que no exista sentido alguno en este mundo, que no merezca la pena el luchar por el bien común y no partidista, que no valga el buen hacer de los políticos honrados, de los que ayudan a los demás por amor, por respeto, por el valor que tiene el ser humano por sí mismo.

5. La pequeñez de este Niño, frágil, aparentemente sin fuerza y sin el poder de los poderosos de este mundo. Ahí está, en Cristo Jesús, la solución, dice la Iglesia: La grandeza decisiva de aquello de lo que depende la historia y el destino del mundo reside en lo que aparece pequeño a nuestros ojos. Dios, que eligió para sí al pequeño y olvidado pueblo de Israel, convirtió en Belén y de forma definitiva la señal de lo pequeño en señal decisiva de su presencia en este mundo. Es este Niño quien quita el frío y el sin sentido. Dejemos que entre dentro de nosotros.
En el Niño de Belén ha hecho su entrada en este mundo la fuerza invencible del amor divino; este Niño es la única esperanza verdadera del mundo. Y nosotros estamos llamados a seguirle, a confiarnos al Dios cuya señal es lo pequeño y humilde. Por eso en esta noche una inmensa alegría ha de llenar nuestro corazón, pues, pese a todas las apariencias, es y sigue siendo verdad que Cristo, el Salvador, está aquí