XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 9, 11b-17

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

2S12, 7-10.13.

Salmo

Ga 2, 16. 19-21.

Lc 7, 36-8, 3. 

1.- Si seguimos con cuidado lo que la Sagrada Escritura nos relata acerca del rey David, nos daremos fácilmente cuenta de que a David no lo hizo santo el no cometer pecados, sino el reconocerlos y ponerse confiadamente en las manos del Dios misericordioso y clemente. ¿Cuando a nosotros nos acusa nuestra conciencia, funcionamos como el rey David, reconociendo nuestros pecados y poniéndonos en las manos de Dios, o, como Adán y Eva, que buscaron inmediatamente en quién descargar su responsabilidad (“la mujer que Tú me diste por compañera”, dice Adán; “la serpiente”, dice Eva)? ¿Decimos “es mi corazón podrido”, o “es el Satanás que Tú hiciste”?

Eso mismo aparece en la segunda lectura de la liturgia de este domingo, subrayado esta vez por san Pablo. El nos dice que no nos salvamos por cumplir la Ley, sino gracias a Cristo. Los defensores de la Ley, nos dicen los Evangelios, son los fariseos.  

2. La verdadera grandeza de nuestro Dios está en su misericordia para el hombre pecador. Al Señor no lo toca el pecado. Él es más grande que nuestro pecado, porque es el Señor de la vida. Si el pecado es soledad y rechazo de la vida, sólo Dios, que está muy encima del pecado, puede volver a la alegría y a la plenitud de la vida ya en esta situación actual del hombre en la historia.

A nosotros los cristianos nos toca defender la misericordia que Dios nos ha manifestado en Cristo. Y debiéramos identificarnos de tal manera con El que podamos decir lo que san Pablo dice: Vivo yo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí.

Hemos de entender que el pecado es rechazo a la amistad con el Dios de la vida en el amor. Por eso el pecado es la muerte del hombre. Es aislamiento y soledad que frustra la vocación y el destino que Dios ha señalado al hombre desde la creación. Esta vocación y este destino están precisamente en Dios, pues por eso nos hizo a imagen y semejanza suya, o digamos, con san Agustín, que nos hizo para Él. Entonces podemos entender el pecado como el rechazo a la vida, a la vida plena, que es Dios. 

3.- Pedro tuvo la certeza de que Jesús sí lo amaba más que nadie. Esa es la esencia de la buena noticia, la Buena Nueva de que Dios es amor y de que está dispuesto a dar su vida por nosotros siendo nosotros pecadores, solamente para que no nos quede la menor duda de hasta dónde llega su amor por nosotros.

Lo “seguían” algunas mujeres, dice Lucas en el evangelio.

Este evangelio nos presenta la imagen viva de la misericordia de Dios que libera del pecado a quien manifiesta su disponibilidad a ser perdonado. Es el caso de la mujer a la que Simón, el fariseo, juzga y se cree justo y al cual incluso Dios le debe porque cree que es bueno. La mujer, en cambio, se siente pobre e indigna frente a Jesús. Y es perdonada, dice el Señor, porque ha amado mucho. Efectivamente, hermanos, el amor todo lo sana, pero especialmente el amor de Dios hacia nosotros, porque él nos ama primero.

Para salvarse sólo hay que dejarse amar y corresponder al amor con la pena por nuestros pecados. Esa pena por el pecado propio ya es amor, porque refleja la experiencia de sabernos amados por Dios y corresponder muy poco o nada. Es ya un deseo de valorar el amor y es el comienzo de nuestro amor.

Cuando Dios nos perdona nos vuelve a la vida, ya que por el pecado habíamos muerto. Y sólo Dios puede perdonar porque sólo Él puede devolver la vida. Tenían razón los comensales, cuando escandalizados decían ¡sólo Dios puede perdonar los pecados! Lástima que no fueron más allá y reconocieron en Jesús el rostro misericordioso del Padre.  

3.- Cuando Dios nos perdona nos vuelve a la vida, ya que por el pecado habíamos muerto. Y sólo Dios puede perdonar porque sólo Él puede devolver la vida. Tenían razón los comensales, cuando escandalizados decían ¡sólo Dios puede perdonar los pecados! Lástima que no fueron más allá y reconocieron en Jesús el rostro misericordioso del Padre.

Qué importante es creer en el amor de Dios manifestado en Cristo. Mientras seguimos pecando no hacemos otra cosa que manifestar nuestra poca fe. Tal vez no tomamos en serio que Jesús ha venido a ofrecernos el perdón de Dios porque nos ama entrañablemente y nos quiere libres de toda atadura, libres toda la vida y para la vida eterna.