XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 9, 18-24

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Za 12, 10-11
Salmo 62
Ga 3, 26-29
Lc 9, 18-24

1.- En tiempos de Jesús, todos esperaban la llegada de Dios, de su Enviado, del Mesías, como un rey temporal. A su llegada, dados los signos que Jesús hace, es difícil reconocerlo como Mesías. De ahí la interpretación de Jesús a sus discípulos en un momento evangélico crucial: “¿Quién dice la gente que soy yo?”
Esta pregunta nos la sigue haciendo hoy, Jesús a los cristianos en las diferentes etapas de nuestra vida. Probablemente, todos hemos dado respuestas distintas. Así para unos Jesús es el hombre para los demás, el varón de dolores, el Jesús de los milagros, el profeta revolucionario, el redentor de los pecados, el Señor sacramentado, el liberador del Pueblo,… Recordemos que cada evangelista da una imagen distinta y verdadera de Jesús. En definitiva, como dicen las confesiones primitivas de fe: Jesús es el Señor o el Cristo, Jesucristo.

2.- La confesión de fe de Pedro va unida en san Lucas a un “signo” decisivo: La pasión y la resurrección. A Cristo se le reconoce en el momento de su muerte, crucificado por su tenor de vida. Pero se le reconoce, a su vez, por su Resurrección, ya que entregó su vida como rescate por todos.
Hoy también escuchamos el primer anuncio de la Pasión de Jesús. “Es necesario que el Hijo del Hombre sufra mucho…” El plan salvador de Dios es un misterio de solidaridad profunda con el dolor y el mal del hombre.
La lectura del Antiguo Testamento nos prepara esta visión salvífica del dolor; Dios va a realizar la salvación y la reforma de Israel a través de la “piedad y la compasión”: “Volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron”… Sea quien sea la persona a la que se refiere esta frase, el Nuevo Testamento ha interpretado la profecía refiriéndola a Cristo. Se anuncia la salvación de la humanidad —de nuevo el triunfo del amor y del perdón sobre nuestro pecado— por el camino del sufrimiento de uno, en la línea del último Cántico del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías, que se entrega a por los demás, cargando con nuestras culpas.
Cristo reinterpreta inmediatamente la confesión de Pedro en la clave de su entrega hasta la muerte: la Cruz y la Resurrección son el camino de la nueva alianza de Dios con la humanidad. La Vida ha llegado para nosotros a través de una experiencia profunda de dolor y sufrimiento. Un eco que todavía vivimos de la Pascua: es que cada domingo celebramos el mismo acontecimiento central y en cada eucaristía participamos de la misma Pascua de Cristo. “Anunciamos tu muerte proclamamos tu Resurrección, Ven Señor, Jesús”.

3.- San Lucas escribe su evangelio pensado también en la comunicad eclesial y en la historia de dificultades y sufrimientos que vivirá. Aquí nos recuerda las palabras que Jesús: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”.
El seguimiento de Jesús va a ser por el mismo camino que Él siguió. Ser cristianos es conformarse a Cristo, asimilar sus actitudes vitales. En este caso su actitud de “entrega por” los demás, hasta la muerte, por la salvación de la humanidad. El anuncio de la pasión de Jesús es también el anuncio de nuestra Pasión. Su renuncia es también norma de vida para nosotros los cristianos.
No se trata de buscar acciones extraordinarias de heroicidad: la “cruz de cada día”, las pruebas que nos trae cada día la misma vida, ese constante sacrificio de nuestras relaciones con los demás, nuestra entrega, nuestras enfermedades, nuestros vecinos, amigos y familiares molestos, las dificultades que vivimos en nuestro pueblo o en nuestra ciudad, la inseguridad en que vivimos, la corrupción de quienes son nuestras autoridades, las formas de como cada quien entiende el poder, la autoridad todo esto y más supone una disposición, una disciplina, pero se nos da la gran ocasión de contribuir con Cristo, a través del sufrimiento llevado con amor, a la salvación de la humanidad.
El “revestirse de Cristo” como dice la segunda lectura, el “mirar al traspasado” como escuchamos en la primera, tienen en nuestra vida diaria unas traducciones no muy solemnes, tal vez, pero si muy significativas, y que muestran nuestra voluntad de seguimiento de Cristo en su camino. El mundo en que vivimos nos inculca el mensaje de una alegría fácil y de felicidad barata, Jesús no nos engaña, desde el principio nos pone delante la seriedad del amor de Dios, que vence al mal a través del dolor y de la muerte de su Hijo.