XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 9, 51-62

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

1S 19,16b. 19-21.
Salmo 15
Ga 4,316-5,1.13-18
Lc 9,51-62

1. Nuevamente tenemos este domingo el tema del seguimiento. No dejemos que se nos imponga la idea de relacionar el seguimiento sólo con los consagrados. Es un asunto de primera importancia para nuestra fe cristiana como discípulos de Cristo por el bautismo y se alimentan constantemente su fe en la Eucaristía.
Ser cristiano significa, precisamente, ser seguidor de Cristo, seguirlo en ese servicio al pueblo hasta morir como Él.
Las lecturas del primer libro de los Reyes y la del evangelio aparentemente están en cierto modo en contradicción. Pero si así fuera, por lo pronto, ya son una invitación a tratar de entender con mayor profundidad el tema que se nos propone, pues sabemos que no podemos admitir contradicción alguna en la Sagrada Escritura. Busquemos, entonces, cómo se complementan ente sí.

2.- La vida y la misión de Jesús, así como su ministerio, están marcados por la oposición y el rechazo por parte de sus contemporáneos, especialmente por las autoridades religiosas. Así vemos que cuando inició su obra en Galilea fue inmediatamente rechazado por los judíos en la misma sinagoga de Nazaret. Igualmente vemos hoy en el evangelio que le sucede al iniciar su camino a Jerusalén donde habría de consumar su misión por medio de su pasión y muerte. Ahora quienes se oponen son los samaritanos simplemente por su oposición a la capital del la fe judía.
Jesús es hombre de decisiones firmes: Al acercarse el tiempo de su salida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén, nos dice san Lucas. Está de por medio el proyecto de su Padre. Eso es lo que lo impulsa a tomar esa determinación. Es fidelidad que se expresa en obediencia. Y es lo que exige también a sus discípulos: prontitud para hacer lo que a Dios le interesa.

3. Seguir a Jesucristo es algo muy serio y muy comprometedor porque es determinante para la salvación de quien se precie de ser discípulo suyo. Por eso para seguir a Jesús se necesita de cierto grado de radicalidad. Por tanto el problema, para el creyente, no es si dejar o no dejar las ataduras que nos impiden seguirlo, sino precisamente, seguir o no seguir a Jesús. Cuando se toma la decisión, entonces se deja todo, por noble, valioso y legítimo que parezca.
San Pablo nos recuerda, en la segunda lectura, que Cristo nos ha liberado para que permanezcamos libres. A la luz de este enunciado no podemos seguir ignorando, hermanos, que hay muchas cosas que nos esclavizan y nos impiden seguir radicalmente al Señor. En realidad, para seguir a Jesús hay que ir más bien muy ligeros de equipaje. Es necesario deshacernos de todos los lastres que nos sirvan de pretexto para detenernos o retardar el seguimiento y hacerlo más difícil.
Aceptemos de alguna manera, que seguir a Jesús, en realidad no es difícil. Lo que nos lo dificulta es más bien la falta de decisión para seguirlo dejando todo lo que está de más y estorba.
Al celebrar la Eucaristía y contemplar la libertad con que Jesús, movido por el amor a su Padre y a nosotros, emprendió el camino de la cruz y lo abrazó dando la vida por nosotros, no nos quedemos indiferentes a ese llamamiento a seguirlo con nuestra cruz que, tal vez, consista precisamente en dejar lo que no favorece el seguimiento en la alegría y en la libertad por el amor, para no poseer más que a Jesús que se nos da continuamente en la comunión y en su Palabra.