Solemnidad. San Pedro y San Pablo, apóstoles.
San Mateo 16,13-19

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 12, 1-11
2Tm 4, 6-8.17-18
Mt 16, 13-19

1. Celebra la Iglesia hoy la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, dos personas ordinarias transformadas en personas extraordinarias por la gracia de Dios. Estas figuras –columnas de la Iglesia-- forjaron los principios básicos por los que aún vivimos hoy los católicos. La fiesta de estas figuras de la Iglesia, los apóstoles Pedro y Pablo, nos llevan no sólo a considerar el misterio de la Iglesia, sino, más específicamente, a valorar y a entender mejor su carácter profundamente misionero a la vez que católico. En efecto, profesando nuestra fe cada domingo, afirmamos que la Iglesia, además de una, santa y apostólica es también católica.
La primera y tercera lecturas tienen que ver con la memoria acerca de Pedro; la segunda lectura mucho más con san Pablo.
La Iglesia católica celebra juntos a estos dos apóstoles esenciales de la comunidad cristiana naciente. El uno, Pedro, que se constituyó en el predicador entre los grupos originarios del judaísmo, y Pablo, que fundó y gobernó las iglesias nacidas en las ciudades de origen pagano. Los dos, dignísimos representantes de lo que era, entonces, la Iglesia de Cristo toda ella. Ellos, los dos, Pedro y Pablo, fueron el fundamento de nuestra fe cristiana.
La liturgia, toda liturgia, debe redundar en honor y gloria de Cristo, base, centro, raíz, esencia, flor y fruto de nuestra fe, tanto en el siglo primero como en este nuestro siglo veintiuno. También la celebración de la memoria gloriosa de Pedro y Pablo debe resultar en gloria de Cristo, a cuyo servicio estuvieron, a cuya predicación dedicaron ellos su vida y por quien Pedro y Pablo dieron felizmente su sangre.

2. Hemos de ver en ambos apóstoles, dos expresiones vivas de fidelidad a Cristo. Y de aquí, podremos ver dos líneas de acción distinta, pero no antagónicas, como a veces se quieren presentar en las iglesias cristianas, sino tan necesarias como complementarias. Antes que ver las diferencias hemos de partir de que ambos coinciden en la profundidad de su fe y en su amor ardiente a Cristo: Escuchemos a Pedro decirle a Jesús tres veces: Señor, Tú sabes que te amo; y Pablo que dice: Para mí el vivir es Cristo y la muerte una ganancia.
Pedro y Pablo son importantes porque sobre ellos, sobre su fe y su testimonio personales, Cristo edificó su Iglesia. Jesús podía haber escogido a otros y esos otros hubieran sido los importantes, pero los escogió a ellos y ellos respondieron magníficamente a esa vocación y llamado.
Nosotros no somos discípulos de Pedro ni Pablo, sino de Cristo. Ya San Pablo tuvo que salir, en la carta a los cristianos de Corinto, a resolver este tipo de desviaciones que, como podemos ver, existen entre nosotros como una tentación desde el siglo primero.

3. “Pedro --dice el prefacio de la liturgia de esta fiesta-- es nuestro guía en la fe que profesamos”. Es lo que le pidió Cristo después de aquella triple confesión de fidelidad: Apacienta a mis ovejas. Es el pescador del mar de Galilea rudo y decido, que deja todo para seguir radicalmente a Jesús y quien debe, después, “consolidar la Iglesia primitiva con los israelitas que creyeron” y conducirla a lo largo de la historia mediante sus sucesores. Pedro es, en pocas palabras, la autoridad constituida por Cristo para darle la unidad y la solidez necesarias a la Iglesia para que ésta sea signo visible y eficaz de salvación para todos los hombres. Es decir, para que sea efectivamente católica o universal.
Por otra parte, Pablo es el expositor preclaro de los misterios de Cristo y el preceptor y maestro de los paganos, que Dios quería llamar a su Iglesia. Esto nos hace entender a Pablo como el intelectual que, antes de su conversión, persiguió a la misma Iglesia, llevado por su celo por la verdad y su fidelidad a Dios y a la fe de sus antepasados y, con esa misma coherencia, después se convirtió en el más ferviente y más dinámico predicador, fundador y maestro de comunidades creyentes fuera de Israel y a lo largo de las márgenes del Mar Mediterráneo. Su personalidad, su genio y su imagen son de tal tamaño que no ha faltado quien afirme que él es el fundador del cristianismo.

4. Ambos apóstoles son signo de una Iglesia llamada a ser instrumento de salvación para todos los hombres y mujeres que buscan y aman la verdad y el amor de Dios y se esfuerzan por la práctica de la justicia y de la paz.
La Iglesia necesita, por voluntad de su fundador y cabeza, Jesucristo, un principio sólido, estable y permanente de autoridad y de unidad en la misión. Éste es Pedro y sus sucesores. Pero también necesita del elemento innovador que movido por el Espíritu esté continuamente buscando las formas de acercamiento al hombre en su cultura y en sus circunstancias propias de cada tiempo y de cada lugar. Éste es Pablo y la multitud de hombres y mujeres carismáticos que renuevan continuamente la Iglesia. En esto está, en parte, la catolicidad o universalidad de la Iglesia.
La Iglesia nos dice que Pedro y Pablo sellaron el espléndido testimonio de su vida muriendo como Cristo; porque quien vive como Cristo va a morir como murió Cristo: derramando su sangre al servicio de los demás, al servicio de su Iglesia, al servicio de la comunidad.