XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 10, 1-12, 17-20

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 66, 10-14a.
Salmo 65
Gal 6, 14-18
Lc 10, 1-12. 17-20

1. - La lectura completa del evangelio de este domingo contiene dos partes bien definidas: La primera: Instrucciones de Jesús a los setenta y dos discípulos para la urgente misión que les confía: Anunciar, de dos en dos, la proximidad del reino de Dios en los lugares donde pensaba ir él. La segunda parte, el regreso alegre de los discípulos que han comprobado la eficacia de su misión en nombre de Jesús.
El evangelio de este domingo, por tanto, contiene un rico y variado ramillete de sentimientos: Jesús, bajo la advertencia y la realidad siempre actual de que “la mies es mucha y los obreros pocos”, empieza a delegar tareas a “setenta y dos seguidores suyos”.
Pero Jesús les hace una serie de advertencias que mirándolo bien, podían haber sido de efecto negativo: “Los mandó como ovejas en medio de lobos... No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias... Comed y bebed de lo que tengan”, este horizonte no era muy halagador. Esa es la realidad. Cristo no suele “dorar la píldora”, a sus seguidores, no les augura un “camino de rosas”. Al contrario, les dice y repite que “el que quiera seguirle, tome su cruz”.
Pero hay algo, que conviene recordar enseguida: Dios no abandona nunca a los suyos, siempre esta a su lado.

2. - Es verdad, pensemos con qué equipaje se lanzaron los apóstoles y los mártires a su aventura. Apenas eran nada, apenas sabían nada. Y, sin embargo, aquello funcionó. Hoy tenemos en los altares a muchos que llevaron el anuncio del evangelio bien “ligeros de equipaje”. Pero el fruto fue copioso y siguen multiplicándose las cosechas. Es más, mirándonos a nosotros mismos, observando nuestra propia experiencia, no deja de ser admirable su decisión. Les embriagaba la alegría de llevar una buena nueva. Ha sido después, acaso por la propia rutina, acaso por el decrecimiento general, acaso por haberse llenado de “prudencia” y “cautela”, cuando se les ha colado en el alma el “demonio meridiano”. Sería bueno que nosotros hiciéramos también, un examen de conciencia para saber por qué se nos han quebrado tantas ilusiones y se nos han esfumado tantos sueños y a muchos de nosotros nos da miedo la tarea de evangelizar.
Pero hay más. Dice el evangelio que los setenta y dos volvieron contentos y dijeron: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Sí. Más de una vez nos ha invadido este tipo de alegría. Pero escuchen nuevamente a Jesús: “No estén alegres porque se les sometan los espíritus; estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo”.

3.- No debemos olvidamos nunca de que somos “instrumento” en sus manos de Dios Él es la causa eficaz y única de todo. Es Él, el que, a través de nosotros alegra algunos caminos e irradia su luz. Es Él, siempre, “el que dá el crecimiento”
Evangelizar no es la tarea exclusiva de los pastores del pueblo de Dios, ni monopolio de los misioneros de vanguardia, ni la mera celebración anual del domingo mundial de las misiones. Toda la comunidad eclesial es misionera siempre y en todo lugar. Evangelizar es su misión y su dicha. Por eso, toda la comunidad ha de estar en función de la evangelización de los que no conocen a Dios o están alejados de Él. Con tal de que estemos evangelizados nosotros mismos, todos los cristianos podemos y debemos ser evangelizadores, pues por los sacramentos de la vida cristiana participamos de la misión profética de Cristo.
En el texto evangélico de hoy subyace la experiencia gozosa de la primitiva comunidad cristiana que veía cómo el reino de Dios y su paz se extendían por el mundo de entonces, aunque no sin dificultades. Esta alegría ardua y esperanzada ha acompañado siempre y acompañará a la Iglesia de todos los tiempos. Nuestra misión, hoy como ayer, es ser mensajeros de la paz y la alegría que para el hombre y el mundo actuales supone la buena nueva de Cristo.